En una de las más irónicas y fascinantes paradojas del mecanismo sucesorio, el instante de mayor poder del Presidente es también el momento de su ceguera máxima. La suma expresión de su poderío consiste en la imposición del sucesor de su agrado; pero ese acto, culminación de años de preparativos, de empeños, de artes y mañas, se consuma en la noche más oscura de su vida: cuando nada ni nadie ilumina el camino ni los escollos por venir. La sucesión presidencial mexicana desata toda clase de afanes y codicias descomunales por muchas razones, pero sobre todo por una: hay demasiado poder de por medio. La única manera de refrenar las pasiones y los intereses en juego sería limitando ese poder; mientras ese no sea el caso, cualquier mecanismo alternativo arrojará las mismas consecuencias y desatará los mismos furores y delirios.Cuatro expresidentes ofrecen su versión de las sucesiones en que participaron. Jorge Castañeda analiza los mismos hechos desde su propia óptica, con el apoyo adicional de los testimonios de más de una veintena de personalidades políticas protagonistas de la época.