Historia de dos izquierdas

GIRO A LA IZQUIERDA DE AMÉRICA LATINAHACE APENAS POCO MÁS DE UNA DÉCADA, América Latina parecía estar en el umbral de un círculo virtuoso de progreso económico y gobernabilidad democrática mejorada, supervisado por un número creciente de gobiernos tecnocráticos de centro. En México, el presidente Carlos Salinas de Gortari, respaldado por la aprobación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, estaba listo para que su sucesor, por él elegido, ganara la próxima elección presidencial. El ex ministro de Hacienda Fernando Henrique Cardoso estaba a punto de derrotar al líder radical laborista Luiz Inácio Lula da Silva por la presidencia de Brasil. El presidente argentino Carlos Menem había fijado el peso al dólar y dejado atrás su legado populista peronista. Y a invitación del presidente Bill Clinton, dirigentes latinoamericanos se preparaban a reunirse en Miami en la Cumbre de las Américas, en señal de una convergencia casi sin precedente entre las mitades sur y norte del hemisferio occidental.Qué diferencia pueden significar diez años. Si bien la región apenas ha disfrutado sus dos mejores años de crecimiento económico en un largo tiempo y las verdaderas amenazas al gobierno democrático son pocas y muy espaciadas, el paisaje se ha transformado. América Latina vira hacia la izquierda, y están en marcha claras reacciones contra las tendencias dominantes en los 15 años pasados: las reformas de libre mercado, el acuerdo con Estados Unidos en diversos temas, y la consolidación de la democracia representativa. Esta reacción es más política que las políticas, y tiene más matices de lo que podría parecer. Pero es real.Comenzando con la victoria de Hugo Chávez en Venezuela, hace ocho años, y preparados para culminar con la posible elección de Andrés Manuel López Obrador en la contienda presidencial del próximo 2 de julio en México, dirigentes, partidos y movimientos etiquetados en general como “izquierdistas” se han adueñado del poder en un país tras otro. Después de Chávez, fueron Lula y el Partido de los Trabajadores en Brasil, luego Néstor Kirchner en Argentina y Tabaré Vázquez en Uruguay y, a principios de este año, Evo Morales en Bolivia. Si Ollanta Humala gana la elección presidencial en Perú —por ahora sus probabilidades no son altas— y López Obrador triunfa en México, parecerá como si un verdadero tsunami izquierdista hubiera azotado la región. Colombia y América Central son las únicas excepciones, pero incluso en Nicaragua no se puede pasar por alto la posibilidad de una victoria del líder sandinista Daniel Ortega.El resto del mundo comienza a tomar nota de este resurgimiento izquierdista, con preocupación y a menudo con más que un poco de histeria. Pero entender las razones detrás de estos sucesos requiere reconocer que en estos días no existe una sola izquierda latinoamericana: hay dos. Una es moderna, de criterio abierto, reformista e internacionalista, y se deriva, paradójicamente, de la izquierda radical del pasado. La otra, nacida de la gran tradición del populismo latinoamericano, es nacionalista, estridente y estrecha de criterio. La primera es bien consciente de sus errores pasados (así como de los errores de sus antiguos modelos en Cuba y la Unión Soviética) y ha cambiado en consecuencia. La segunda, por desgracia, no lo ha hecho.UTOPÍA REDEFINIDALAS RAZONES del giro latinoamericano a la izquierda no son difíciles de discernir. Junto con muchos otros comentaristas e intelectuales públicos, comencé a detectarlas hace casi 15 años, y las registré en mi libro Utopía desarmada: la izquierda latinoamericana después de la Guerra Fría, donde expuse varios argumentos. El primero era que la caída de la Unión Soviética ayudaría a la izquierda latinoamericana al eliminar su estigma geopolítico. Washington ya no podría acusar a ningún régimen de centroizquierda de la región de ser “enclave soviético” (como hizo con todos los gobiernos de esa tendencia desde que fomentó el derrocamiento de Jacobo Arbenz en Guatemala, en 1954); los gobiernos de izquierda ya no tendrían que escoger entre Estados Unidos y la Unión Soviética, porque ésta sencillamente había desaparecido.El segundo argumento es que, al margen del éxito o fracaso de las reformas económicas de la década de 1990 o del descrédito de las políticas económicas tradicionales en América Latina, la extrema desigualdad latinoamericana (es el subcontinente más inequitativo del mundo), la pobreza y la concentración de la riqueza, el ingreso, el poder y la oportunidad significaban que tendría que ser gobernada por la centroizquierda. La combinación de desigualdad y democracia tiende a causar un movimiento hacia la izquierda en todas partes. Así ocurrió en la Europa occidental desde finales del siglo XIX hasta después de la Segunda Guerra Mundial; así sucede hoy en América Latina. Las masas empobrecidas votan por los políticos que, esperan, las volverán menos pobres.En tercer lugar, el advenimiento de una amplia democratización y la consolidación de las elecciones democráticas como único camino al poder conducirían, tarde o temprano, a victorias de la izquierda, precisamente a causa de la configuración social, demográfica y étnica de la región. En otras palabras, aun sin las otras causas próximas, es casi seguro que América Latina se habrá inclinado a la izquierda.Este pronóstico se volvió mucho más seguro una vez que se hizo evidente que las reformas económicas, sociales y políticas implantadas en América Latina a partir de mediados de la década de 1980 no habían cumplido sus promesas. Con excepción de Chile, que había sido gobernado por una coalición de centroizquierda desde 1989, la región ha tenido tasas de crecimiento económico poco impresionantes. Siguen muy debajo de las de los días de gloria del desarrollo en la región (1940-1980), y también de las de otras naciones en desarrollo: China, por supuesto, pero también India, Malasia, Polonia y muchas más. Por ejemplo, entre 1940 y 1980 Brasil y México promediaron un crecimiento de 6% anual; de 1980 a 2000 sus tasas fueron de menos de la mitad. Éstas han significado la persistencia de una abrumadora pobreza, desigualdad, alto desempleo, falta de competitividad y deficiente infraestructura. La democracia, aunque bienvenida y apoyada por amplios sectores de las sociedades latinoamericanas, hizo poco por erradicar las plagas seculares de la región: corrupción, un estado de derecho débil o inexistente, gobernabilidad ineficaz y la concentración del poder en manos de unos cuantos. Y pese a las esperanzas de que las relaciones con Estados Unidos mejorarían, hoy son peores que en cualquier otro momento de la historia reciente, incluso la década de 1960 (definida por conflictos en torno a Cuba) y en la de 1980 (definida por las guerras en América Central y por los “contras” de Ronald Reagan).Pero muchos de los que acertamos en pronosticar el retorno de la izquierda nos equivocamos al menos en parte en cuanto a la clase de izquierda que surgiría. Creímos —quizá con ingenuidad— que el aggiornamento de la izquierda en América Latina seguiría con rapidez y tersura el de los partidos socialistas de Francia y España y el nuevo laborismo británico. En unos cuantos casos ocurrió así: Chile, con seguridad; Brasil, ligeramente. Pero en muchos otros no.Una razón de nuestro error fue que el colapso de la Unión Soviética no trajo consigo el de su equivalente latinoamericano, Cuba, como muchos esperaban. Si bien los nexos y la subordinación de muchos partidos de izquierda con La Habana han tenido pocas implicaciones electorales internas (y, de todos modos, a Washington hace mucho tiempo que dejó de importarle), los estrechos vínculos de la izquierda con Fidel Castro y su dependencia emocional hacia él se volvieron un obstáculo casi insuperable para su reconstrucción sobre muchos temas. Pero la explicación más fundamental tiene que ver con las raíces de muchos movimientos que están hoy en el poder. Saber de dónde proceden los dirigentes y partidos de izquierda —en particular, de cuál de las dos ramas de la historia latinoamericana forman parte— es esencial para entender quiénes son y adónde van.EL ORIGEN DE LAS ESPECIESLA IZQUIERDA —definida como esa corriente de pensamiento, política y políticas [públicas] que da prioridad a las mejoras sociales sobre la ortodoxia macroeconómica, a la distribución igualitaria de la riqueza sobre su creación, a la soberanía sobre la cooperación internacional, a la democracia (al menos en la oposición, no necesariamente una vez en el poder) sobre la eficiencia gubernamental— ha seguido dos rutas diferentes en América Latina. Una, surgida de la Internacional Comunista y la revolución bolchevique, y ha seguido un camino similar al de la izquierda en el resto del mundo. Por ejemplo, los partidos comunistas chileno, uruguayo, brasileño, salvadoreño y el cubano antes de la revolución castrista, obtuvieron significativas proporciones del voto popular en un momento u otro, participaron en gobiernos de “frente popular” o “unidad nacional” en las décadas de 1930 y 1940, establecieron una presencia sólida en el trabajo organizado y ejercieron una influencia significativa en círculos académicos e intelectuales.Sin embargo, hacia finales de la década de 1950 y principios de la de 1960 estos partidos habían perdido la mayor parte de su prestigio y combatividad. Su corrupción, su sometimiento a Moscú, su acomodo a gobiernos establecidos y su asimilación por las elites de poder locales los habían desacreditado en gran medida a los ojos de los jóvenes y los radicales. Pero la Revolución Cubana dio nueva vida a esta rama de la izquierda. Con el tiempo, grupos descendientes de la vieja izquierda comunista se unieron a los grupos guerrilleros inspirados en La Habana. Hubo sin duda algunas tensiones. Castro acusó al líder del Partido Comunista Boliviano de traicionar al Che Guevara y conducirlo a su muerte en Bolivia, en 1967; los partidos comunistas Uruguayo y Chileno (los más fuertes de la región) jamás apoyaron a los grupos armados castristas locales. Sin embargo, gracias al paso del tiempo, al entendimiento soviético y cubano y al peso de la represión generada por los golpes militares en todo el hemisferio, castristas y comunistas acabaron uniéndose, y permanecen unidos hasta hoy.El origen de la otra izquierda es peculiarmente latinoamericano. Surgió de la extraña contribución regional a la ciencia política: el populismo de viejo cuño. Ese populismo ha estado presente casi siempre en casi toda América Latina. Con frecuencia está en el poder, o cerca de él. Reclama como fundadores a iconos históricos de gran estatura mítica, desde Víctor Raúl Haya de la Torre, en Perú, y Jorge Gaitán en Colombia (ninguno fue presidente) hasta Lázaro Cárdenas, de México, y Getulio Vargas, de Brasil, ambos figuras fundacionales en la historia de sus países en el siglo XXI, así como Juan Domingo Perón, de Argentina, y José Velasco Ibarra, de Ecuador. La lista no es exhaustiva, pero sí ilustrativa: muchos de estos equivalentes a padres fundadores de sus naciones fueron vistos en su momento, y lo siguen siendo ahora, como nobles benefactores de la clase trabajadora. Dejaron su huella en sus naciones, y sus seguidores continúan rindiéndoles homenaje. Entre muchos de los pobres y desposeídos de esos países inspiran respeto, incluso adulación, hasta el día de hoy.Estos populistas son representativos de una izquierda muy diferente, a menudo virulentamente anticomunista, siempre autoritaria en una forma u otra, y mucho más interesada en las políticas como instrumento para lograr y conservar el poder que en el poder como instrumento para trazar políticas. Hicieron cosas por los pobres —Perón y Vargas sobre todo para el proletariado urbano, Cárdenas para los campesinos mexicanos—, pero también crearon las estructuras corporativistas que desde entonces han infestado los sistemas políticos y los movimientos sindicales y campesinos de sus países. Nacionalizaron grandes sectores de las economías de sus países, extendiéndose mucho más allá de las llamadas “alturas de mando”, al tener como objetivo todo lo que estaba a la vista: el petróleo (Cárdenas en México), los ferrocarriles (Perón en Argentina), el acero (Vargas en Brasil), la hojalata (Víctor Paz Estenssoro en Bolivia), el cobre (Juan Velasco Alvarado en Perú). Tendieron a cerrar pactos interesados con el sector empresarial local en ciernes, creando el proverbial capitalismo de amigos que tan abominado fue mucho después. Sus justificaciones para dar esos pasos fueron siempre superficialmente ideológicas (nacionalismo, desarrollo económico) pero pragmáticas en el fondo: necesitaban dinero para dar, pero no les gustaban los impuestos. Cuadraron el círculo capturando ingresos de los recursos naturales o de rentas monopólicas, lo cual les permitía gastar dinero en los descamisados sin aumentar impuestos a la clase media. Cuando todo lo demás falla, según esa línea de pensamiento, gasta dinero.El corolario ideológico de esta extraña mezcla de inclusión de los excluidos, locura macroeconómica y perpetuación en el poder (Perón fue figura dominante en la política argentina desde 1943 hasta su muerte, en 1974; la dinastía Cárdenas está hoy más presente que nunca en la política mexicana) fue un nacionalismo virulento y estridente. Perón fue elegido presidente en 1946 con el lema “Braden o Perón” (Spruille Braden era entonces el embajador estadounidense en Buenos Aires). Cuando Vargas se suicidó, en 1954, insinuó en forma velada que era víctima del imperialismo estadounidense. Tal nacionalismo era más que retórico, era la agenda en regímenes cuya plataforma de política interna era estrictamente pragmática y orientada al poder.Estas dos subespecies de la izquierda latinoamericana siempre han tenido una relación difícil. En algunos momentos han trabajado juntas, pero en otros han estado en guerra, como cuando Perón volvió del exilio, en junio de 1973, y de inmediato masacró a una gran proporción de la izquierda radical argentina. En algunos países, la izquierda populista sencillamente devoró a la otra, aunque de manera pacífica y más bien graciosa: en México a finales de la década de 1980, el pequeño Partido Comunista desapareció, y antiguos miembros del Partido Revolucionario Institucional (PRI), como Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo y el actual líder en la contienda presidencial, López Obrador, se adueñaron de todo, desde sus edificios y finanzas hasta su representación en el Congreso y sus relaciones con Cuba, para formar el izquierdista PRD (Partido de la Revolución Democrática).En fecha más reciente, algo curioso ha ocurrido a ambos tipos de movimientos izquierdistas en su retorno al poder. La izquierda comunista, socialista y castrista, con pocas excepciones, ha sido capaz de reconstruirse, gracias sobre todo a un reconocimiento de sus fracasos y los de sus modelos de otro tiempo. Entre tanto, la izquierda populista —con un método de acceso a

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