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Otra vez el Chip Priísta

Otra vez el Chip PriístaReforma Jorge G. Castañeda11 de Junio 2008Es improbable que Creel haya resultado ser la primera víctima del fiasco de la llamada iniciativa Mérida. Es probable que cualquiera de las otras explicaciones –Veto de Televisa, encuesta que lo coloca a la cabeza del PAN para 2012 o temas personales- sean las verdaderas razones. Pero si fue la primer víctima de la iniciativa Mérida -por exceso o tibieza en la interpalamentaria en Monterrey- entonces, como suele suceder, no resultaría extraño que alguien está pagando los platos rotos, porque de que hay platos rotos, que ni que. Y no tiene caso tratar de esconderlos bajo el tapete.Los gobiernos mexicanos anteriores, con o sin motivo, sabían que era incuadrable el círculo: no se podía por un lado buscar asistencia de EE.UU. en la lucha contra el narco que implicara fondos, tecnología y asesoría, sin cumplir con sus leyes y crecientes costumbres de condicionalidad para el uso final, prohibición de uso dual, derechos humanos y anti-corrupción. No porque esas plagas no hayan caracterizado la asistencia de EE.UU. anteriormente e incluso hoy en muchos casos, sino porque ya es imposible esquivarlas, por draconianas que sean.Ni De la Madrid que padeció el caso Camarena, ni Salinas que padeció el “oso” de la Víbora/Tlaliscoya, ni Zedillo con el escándalo de Gutiérrez Rebollo que lo obligó a regresar 64 helicópteros de la época de Vietnam, ni Fox -que capturó a los extraditables acertadamente extraditados por Calderón- se atrevieron a solicitar dicha asistencia, porque no comían lumbre. Sabían bien, como se escribió en esta columna hace más de un año, que sólo la Defensa tiene lana de verdad en EE.UU., y que sólo puede dar asistencia a sus homólogos en otros países, que esa ayuda era la más fiscalizada y condicionada de todas, y que intentar buscar al Congreso, ya sea negociando en lo oscurito con el Ejecutivo o disfrazando el apoyo militar para que pareciera civil, sólo iba a molestar primero, y exasperar después al poder legislativo en EE.UU..Alguien –la SRE, la Embajada de México en Washington, la PGR, una combinación de estas instancias, algún despistado asesor externo o un representante mafioso del gobierno de los EE.UU. – convenció a Calderón desde febrero de 2007, que a diferencia de sus predecesores el sí podía cuadrar ese círculo: obtener recursos caudalosos, tecnología de punta, asesoría y entrenamiento en gran escala. Que obtendría cantidades significativas de dinero, que la tecnología incluiría helicópteros Blackhawk y que mejoraría la formación de las fuerzas anti-narco mexicanas, todo gratis. Como cualquiera pensaría, es más barato mandar pocos americanos a México para entrenar a muchos mexicanos, que mandar muchos mexicanos a EE.UU. a ser entrenados por pocos americanos. También es elemental comprender que los Blackhawk cuestan más que los Bell, que las refacciones, el mantenimiento, y la reparación, junto con el problema de doble uso, también obligan a una vigilancia más injerencista -en todos los sentidos de la palabra. Y por tanto, que si se quiere mucho dinero para lograr todo eso, el Congreso se va a fijar más y regatear los dineros. El planteamiento calderonista según el cual México nunca pidió asistencia sino responsabilidad compartida y cooperación bilateral equitativa, es muy inteligente, muy vendible en el clásico esquema priista, y falso. La falsedad se explica por el dicho mexicano, que no sustituye la explicación, pero la resume: el que paga la orquesta escoge la música. No hay simetría posible entre el país que provee los fondos y el país que los recibe; entre el país que necesita la cooperación (tesis del gobierno, no necesariamente cierta), y el país que la brinda (por condicionada que resulte), el país que vive bajo leyes (no siempre respetadas) que regulan su cooperación externa y el país que a pesar de los enormes avances de los últimos diez años tiene una historia de corrupción, violación a derechos humanos y abuso de la cooperación recibida. Per cápita, México seguramente le dedica mucho más dinero a la lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado que EE. UU., en esto Calderón tiene toda la razón. También es cierto que uno de los objetivos, por lo menos formalmente logrados por Calderón, ha sido orillar a EE. UU. a aceptar su responsabilidad en el tráfico de armas, flujos financieros y químicos precursores. Pero el dinero que pone México es nuestro y los magros recursos que gasta EE. UU. los gasta allá. Si queremos que gasten dinero en México y que haya simetría, entonces la conclusión lógica llevada al extremo, es que nosotros también debemos gastar allá. Cosa que ningún contribuyente mexicano aceptaría. Para todos los que se envuelven ahora en la bandera nacional (la mejor prueba de la restauración priísta en curso es que el único factor que provoca la unanimidad partidocrática/comentocrática es el antiamericanismo) me permitiría una última y también provocadora reflexión.En el fondo su tesis “soberanista” se reduce a dos argumentos. Primero: México es excepcional porque somos especialmente nacionalistas y antiintervencionistas; y en segundo lugar, como la lucha contra el narco es tan importante para EE. UU. como para nosotros, ellos debiera aplicar criterios distintos con México que con otros países. Conviene recordar, uno, que todos los países del mundo invocan su excepcionalidad cuando de cheque en blanco se trata (para robar, violar derechos humanos, desvirtuar el propósito de determinadas armas, disolver congresos, prohibir sindicatos, cerrar medios o recurrir al fraude electoral); y segundo, EE.UU. siempre esgrime la fatigada tesis de que actúa para el bien de los demás; y ahora resulta que nosotros queremos actuar para el bien de EE.UU. N’más faltaba.

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