Levy: ideas vs. anti-ideas Jorge G. Castañeda25 Jun. 08 En México hemos tenido el lujo de contar con una tecnocracia en sentido positivo -clase técnico-administrativa, semi-meritocrática y pública-; y con una plantilla académica sobresaliente. Los errores de los últimos 25 años -de no construir una clase política moderna como contrapeso a los tecnócratas, y haber desmantelado casi todo vestigio de meritocracia en la academia- no alteran este privilegio, aunque provocan que escaseen funcionarios de alto nivel con vocación académica (no sólo docente) y también académicos de gran vuelo, con experiencia gubernamental de primer nivel.El nuevo libro de Santiago Levy, Good Intentions, Bad Outcomes: Social Policy, Informality and Economic Growth in Mexico (Brookings, 2008), demuestra que pertenece a ambas categorías: funcionario-académico de primer nivel.El texto, en la medida en que un neófito lo puede resumir, dice que entre 1997 y 2006 el desarrollo de México tuvo tres características: a) lento crecimiento económico per cápita y de productividad; b) lenta expansión del empleo formal; c) mientras que el gasto social para el sector informal (sin seguridad social) creció un insólito 110 por ciento real, y el gasto social total (salud, vivienda, Oportunidades, Seguro Popular, etcétera) para mexicanos con o sin seguridad social, también fue alto, al menos del 4 por ciento al 5.6 por ciento del PIB. La explicación del primer rasgo, y en parte del segundo, radica en el tercero. Levy lo explica: En primer lugar, la alineación de incentivos en México es tal que las empresas (de todo tipo) dirigen sus inversiones al sector informal de la economía, a costa de la expansión del sector formal. El enorme gasto social del gobierno en el sector informal alinea esos incentivos para que sus integrantes prefieran permanecer en la informalidad: ¿Para qué "formalizarse" si hay infinidad de programas para informales, desde la incorporación de los cuenta-propistas al IMSS con Zedillo, el Seguro Popular de Fox, hasta los de Calderón como el Seguro Universal de 1a. Generación?Así, la inversión en México en estos años se ha dirigido cada vez más a sectores menos aptos para aumentar la productividad, el crecimiento y el empleo formal, y en los que la relación capital/producto es menor.Por otro lado, la carga social en el sector formal es elevadísima (el costo empresa de un empleado que gana tres salarios mínimos es, de acuerdo con cifras oficiales, 34 por ciento superior al salario que recibe el empleado, y según Levy, la cifra se acerca más al 40 por ciento); a nadie extraña entonces que las empresas inviertan en empleos informales y mucho menos formales. Lo extraño es que la política gubernamental de los últimos tres sexenios aliente este fenómeno, en lugar de combatirlo.Además, el fenómeno pone en peligro al Programa Oportunidades por dos factores: nunca fue concebido como un programa para erradicar la pobreza presente, sino como una inversión a futuro en el capital humano de niños y jóvenes de hoy; y porque fue diseñado para minar la transmisión inter-generacional de la pobreza (cabe señalar que el gasto en Oportunidades creció entre 1998 y 2007 el 600 por ciento).La paradoja es que si los jóvenes de Oportunidades, los primeros están arribando al mercado laboral este año, no encuentran empleo formal y se ven condenados a la informalidad, todo el sentido del Programa se desvirtúa: desde el punto de vista de su verdadero objetivo -sacar a la siguiente generación de la pobreza-, dio lo mismo haber gastado miles de millones de pesos, es como si no se hubiera gastado nada.La segunda razón del lento crecimiento, sobre la que Levy es menos explícito, tiene que ver con el tema de la transformación de Oportunidades en un programa social más, que permite sí reducir la pobreza, pero a costa de otras inversiones quizás más rentables para el combate a largo plazo de esa pobreza y desigualdad. El programa Bolsa Familia de Brasil, por ejemplo, le ha permitido a Brasil, igual que Oportunidades a México, reducir la pobreza extrema y volverse el único país latinoamericano junto con México, en mejorar el coeficiente Gini en estos 10 años. Son ya 15 millones de familias brasileñas las que reciben el estipendio mensual; en México, el número pasó de 2.5 millones al terminar Zedillo, a 5 millones al final de Fox. Pero esta expansión puede mermar la precisión, la condicionalidad y el impacto del programa, y también politizarlo. En México no parece haber sido todavía el caso; en Brasil, tal vez sí.Levy no se limita a la crítica, sino que propone una alternativa: establecer un Seguro de Derechos Sociales Exigibles ("entitlements") para todos los mexicanos, con o sin trabajo, formales o informales, financiado por el fondo fiscal central y reforzado por un aumento importante, pero no desmedido, de los impuestos al consumo (básicamente el IVA). El costo de la propuesta alcanzaría 4.7 por ciento del PIB a precios de hoy.El seguro incluiría, sin contar los 5 millones de familias de Oportunidades, a 41.5 millones de mexicanos, brindándoles cuatro cosas: salud, pensión, seguro de vida y de incapacidad. Las demás prestaciones actuales, formales o informales como Infonavit, guarderías, Seguro Popular, etcétera) se mantendrían a un costo bajo, se desmantelarían o se transformarían.He resumido esquemática e injustamente el libro que, a pesar de fórmulas matemáticas, apéndices y notas, se lee con cierta facilidad. Sobre todo, he presentado sus hipótesis sin el detalle y la argumentación que merecen. Pero mientras no esté disponible el texto en México, o mientras Levy no pueda poner en práctica sus ideas, es lo menos que puedo hacer. Ojalá algún partido con representación en el Congreso las estudie y proponga. Me parecen más interesantes y pertinentes que las anti-ideas hoy discutidas.