Tan cerca de Dios y tan lejos de EU

Tan cerca de Dios y tan lejos de EU Jorge G. Castañeda2 Jul. 08 En el kibbutz de Kfar Menahem, al sureste de Tel Aviv, hay un edificio donde los fundadores que llegaron a Palestina en los treinta erigieron un muro con placas con los nombres de sus padres fallecidos después en el holocausto. Por fin tuve la oportunidad de visitar el lugar donde crecieron mis primos y donde está la placa dedicada a mis abuelos Sara y Benjamín Gutman, asesinados en 1942. Menciono la anécdota porque para muchos indirectamente vinculados al holocausto, como yo, la postura frente al conflicto de Medio Oriente es objeto de sentimientos encontrados. Hasta mis 55 años he podido resistir el "chantaje" étnico-cultural y ya estoy viejo para sucumbir ante él. Pero debo reconocer, sería deshonesto no hacerlo, que mi primer estancia en Israel sí matiza la postura que cualquiera pueda tener frente al dilema que ha puesto en peligro la paz mundial en varias ocasiones desde la partición de 1947.Habría tantos temas por tocar que resulta imposible hablar de todos. Abordo dos: el derecho de retorno palestino, que según mi primo, un veterano y mutilado de la guerra del 73, equivale en los hechos a poner fin a la existencia del Estado de Israel como Estado judío; y el tema demográfico de lo que los judíos llamaron siempre Eretz Israel, y que podría también llamarse la Gran Palestina.Las negociaciones entre Arafat y Barak en 2000 llevadas por Clinton -según me platicó en Grecia en 2004- se atoraron por el llamado derecho de retorno palestino. Se trata de la exigencia de que los expulsados de los territorios, ahora ocupados, puedan volver no a un Estado palestino con nuevas fronteras, sino al Israel histórico. Y no sólo los cerca de 800 mil expulsados -muchos ya viejos-, sino también sus descendientes que pueden ser entre 3 y 4 millones refugiados en Gaza, Líbano, etcétera. Para los palestinos es de vida o muerte: el que los expulsados de aquella época no puedan volver a su tierra viola el compromiso sagrado que cada familia asume con un recién nacido al entregarle una llave de su casa en Israel. En las paredes de Ramala se ven los grafitis de guerreros palestinos alzando en una mano la espada y en la otra la llave. Tienen razón. Les quitaron sus casas y su arraigo para corregir la gigantesca injusticia del holocausto, pero de la que ellos no fueron culpables.A su vez los judíos responden, también con razón, que aceptar el derecho de retorno de los palestinos a Israel -insisto, no a un nuevo Estado con nuevas fronteras- equivale a mediano plazo a acabar con Israel como Estado judío porque, a pesar de la alta tasa de fertilidad de los judíos ultra ortodoxos, la demografía los va a alcanzar y transformará al Estado de Israel en un Estado multicultural. Desde el punto de vista demográfico es la solución idónea; desde el punto de vista sionista y de todos los judíos que llevan en la frente el recuerdo del holocausto, para todos los niños y visitantes al país en Yad Vashem, es inaceptable. El sentido de crear el Estado de Israel en 1947 cuando las Naciones Unidas votaron "la partición" (México se abstuvo junto con otros países) y cuando Ben-Gurión declaró la independencia en 1948 fue para crear un Estado judío y no un Estado secular multicultural. Efectivamente era, y en alguna medida se sigue tratando que sea, una teocracia.Ahora bien, si Israel, comprensiblemente, rechaza la creación de un Estado palestino para negar el derecho de retorno, se acentuará entre muchos palestinos la idea de que conviene esperar el desenlace demográfico. ¿A qué se refiere? Muy sencillo. Israel tiene entre 5 y 6 millones de habitantes, de los cuales cerca del 80 por ciento son judíos: ashkenazis, etíopes, sefarditas y de todo tipo. Pero si se suma la población árabe de Israel a la de Gaza y a la de la Rivera Occidental del Río Jordán, hay un virtual empate de población en el Gran Israel o la Gran Palestina. Pero como el crecimiento demográfico de los palestinos es mayor que el de los judíos, en dos o tres decenios habrá dentro de las fronteras del Estado de Israel mayoría no judía. Si Israel sigue siendo una democracia como ahora -sui generis sí, pero menos imperfecta que la de cualquier país árabe- inevitablemente esa democracia desembocaría en un gobierno goy, es decir árabe, musulmán, o ambos. Esto es inaceptable para los judíos, pero es cada vez más llamativo para los palestinos. Llevan 2 mil años -o 60- tratando de cuadrar el círculo y no han podido. Termino con la versión israelí del dicho atribuido a Díaz: pobre Israel, tan cerca de Dios y tan lejos de Estados Unidos.

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