Del catarro a la integración/ Oct. 15, 2008 Jorge G. Castañeda Es posible que los gobiernos del G7 por fin le hayan dado al blanco y logren calmar los mercados, restablecer la cadena de pagos y créditos, y restablecer un mínimo de confianza en el mundo. Es posible también que las consecuencias para América Latina y para México de la crisis financiera de los países ricos ya hayan sido detenidas, y en particular que las medidas anunciadas la semana pasada por el gobierno de Felipe Calderón basten para revertir la especulación contra el peso, retrotraerlo a niveles más acordes con la realidad económica, y también restablecer la imprescindible confianza en la moneda y en las autoridades. Y por último, también es posible que tengan razón quienes alegaron desde hace tiempo que nos hayamos frente a una crisis del capitalismo norteamericano, no mundial, y que los países de América Latina, y México en particular, se encuentran correctamente inoculados contra los estragos de dicha crisis, y que en efecto, aquí no pasa nada grave.Pero también puede resultar que todo esto sea menos tranquilo de lo que las ganas y las ansias quisieran. Al final del día, aun reconstruyendo la cadena de pagos y restableciendo los flujos crediticios en Estados Unidos, existe un verdadero problema de ahorro, consumo e inversión en aquel país. Como se lo reclamó con toda razón Obama a George Bush en su último debate, y como lo planteó con mayor precisión el profesor del IESE Leopoldo Abadía, después del 11 de septiembre, en lugar de pedir churchileanamente "sangre, sudor y lágrimas", el presidente de EU instó a sus compatriotas a irse de compras. Lo hicieron a lo bestia y hoy, siete años después, van a tener que pagar los platos rotos y ajustarse. McCain en el fondo tiene razón. Mientras no se resuelva, aunque fuera parcialmente, el problema hipotecario, todo lo demás va a seguir en suspenso. Y resolver el problema hipotecario va a implicar tiempo y un enfriamiento prolongado (recesivo o no) de la economía norteamericana, y el consumidor estadounidense pobre, de clase media o rico -locomotora perenne de la economía de su país- está sobre endeudado; para desendeudarse necesita ahorrar; para ahorrar necesita recortar su consumo. Consumo de casas, coches, vacaciones, televisiones, gadgets, restaurantes, deportes, espectáculos, etcétera.En mayor o menor medida, a corto o mediano plazo, con o sin rostro humano, con más o menos turbulencias por venir en los mercados financieros, esto es lo que va a suceder de manera ineludible en la economía norteamericana. Y aunque no necesariamente tengan que comportarse igual los consumidores de los demás países ricos, ya que ellos (con la posible excepción de los españoles) no se fueron de compras y no enloquecieron, sin embargo, para ciertas economías lo que pasa en Estados Unidos sigue siendo decisivo. Entre esas economías figuran las latinoamericanas y en particular la mexicana. En el caso de las primeras, el boom de commodities parece agotarse, el precio de la soya bajó de 16 a 9 usd., mientras que el valor del cobre y del hierro disminuyó un 30 por ciento, y obviamente el del petróleo también se ha desplomado, porque la demanda mundial ha caído, y en particular ha comenzado a menguarse la demanda asiática y en particular china por una razón muy sencilla: el motor de la economía china son las exportaciones, la cuarta parte de las cuales se dirigen a EU. Si el consumidor americano compra menos televisiones plasma, la economía china crece menos, y por tanto requiere de una menor cantidad de insumos importados, en particular de América Latina. México es un caso aparte.De todos los países latinoamericanos incluyendo a Brasil, el nuestro es el que menos depende en sus exportaciones de los commodities. Con la excepción del petróleo y en una muy pequeña medida del cobre y del zinc, la inmensa mayoría de nuestras exportaciones son manufacturas y productos agrícolas de mayor valor agregado (hortalizas, jugo de naranja, etcétera). Por tanto, la caída de los precios de los commodities no nos afecta en exceso. El pequeño problema es que el 90 por ciento de nuestras exportaciones va a Estados Unidos, y la caída de la demanda norteamericana implica inevitablemente una caída de nuestras exportaciones. Exportaciones de bienes como automóviles, y de servicios -el principal servicio que exportamos es el turismo. La pregunta no es entonces si el aletargamiento provocado por el ajuste de la economía de nuestro vecino nos va a afectar o no; tampoco es si podemos hacer algo al respecto (conviene recodar que desde mediados de la década de los noventa del siglo XX, Estados Unidos pasó a ser nuestro principal socio económico en todos los ámbitos), la verdadera pregunta es si este estado de cosas es bueno o malo para México, si la sociedad mexicana lo ha entendido, y si los poderes fácticos del país y el gobierno han sacado de esta realidad las conclusiones pertinentes.A larga y en condiciones distintas a las que imperan hoy, es probable que al país le convenga más la integración económica de Norteamérica que una alternativa a la argentina, peruana o colombiana; el caso brasileño es aparte. Si el tema del desarrollo mexicano llegara a figurar en la agenda de Estados Unidos con México -como ya se ha propuesto-, tal vez se trate de una opción más atractiva que la desvinculación. Pero esto la sociedad mexicana no lo sabe, las elites no lo asimilan: en una encuesta reciente, el 34 por ciento de los mexicanos pensaba que el peor enemigo de la patria es EU, una proporción desorbitada a más de 15 años de la aprobación del TLCAN. Seguir pensando en términos de contagio, catarro o pulmonía es seguir simulando: en una sociedad tan carente de información, de educación y de experiencia, la simulación es un engaño trágico y doloso.