Tal cual

¿Nos atreveremos, algún día, a definir con quién estamos? La colaboración más reciente de Jorge Castañeda —“Con melón o con sandía”; Reforma, 22 de octubre de 2008—, termina con una pregunta: “Amigos mexicanos, ¿con quién están: con melón o con sandia?” que además del reto que representa provocó el título de arriba. Le recomiendo la lea pues es imperativo que lo que venimos eludiendo desde el Siglo XIX, lo enfrentemos: ¿De qué lado estamos?Los países han debido, durante los últimos decenios, unirse a uno u otro bloque para tener más posibilidades de insertarse con éxito en la globalidad. Pocos son hoy, los que pueden “sobrevivir” sin pertenecer a uno u otro bloque. La Unión Europea -para muchos el paradigma de lo que debe ser hoy un bloque- ha pretendido, no siempre con éxito, incluir además de los aspectos económicos una agenda social y política en los requisitos a cumplir para incorporarse a ella. Si bien empezó con objetivos modestos y un puñado de países, estos lo hicieron con plena consciencia de la necesidad de aliarse para el logro de objetivos comunes. Al parejo de los bloques de carácter económico, los años posteriores a la Segunda Guerra vieron también surgir otros centrados en las fuerzas militares; la OTAN y el Pacto de Varsovia y algunos más modestos en América Latina y en Asia fueron ejemplos de ello.Al margen del tipo de alianza, una cosa quedó clara para todos los países, grandes o chicos, débiles o poderosos: solos era reducida su viabilidad económica o política mientras que perteneciendo a un bloque, incrementaban la posibilidad de tener éxito en lo económico al tiempo que gozaban de la protección militar. ¿Cuántos años hablamos del “paraguas atómico” de Estados Unidos que protegía a Europa? Es claro que hay un precio a pagar por las ventajas que significa estar “alineado” con éste o con aquel país; votar a favor o en contra de ésta o aquella proposición en algún organismo multilateral podría ser un pago menor por las ventajas recibidas o, permitir bases militares de los aliados en territorio propio, uno mayor. La pertenencia trae ventajas pero también, un precio a pagar.Sin embargo, no falta en este escenario el país gandalla que quiere disfrutar todas las ventajas de la pertenencia pero, sin pagar algo a cambio. Es más, en no pocos casos los gobiernos de estos países además de no pagar, se dedican a presumir de “independientes” y “soberanos” y no desaprovechan oportunidad alguna para ofender y ridiculizar al líder del bloque al que pertenecen. México es, claro ejemplo de esta conducta. Todos sabemos de nuestra dependencia de Estados Unidos y más que gozamos de la contigüidad geográfica pero, andamos por el mundo presumiendo de una independencia que sólo causa sonrisas burlonas porque los que escuchan a nuestros funcionarios, saben bien cuál es la realidad.Presumimos de machos -ahogados en alcohol- y no nos cansamos de echar bravatas cual peleoneros de cantina que a cualquiera le atora; sin embargo, jamás nos hemos atrevido a definir nuestra alineación política por temor al “qué dirán”. Sabemos de nuestra dependencia y alineación pero, queremos jugarla de independientes y presumir una “soberanía” de pacotilla.Con esta conducta nos exhibimos cual somos; sin maquillaje, mostramos la fealdad que produce el temor a definirnos. Creemos que los demás no se dan cuenta de lo que somos -un México de cobardes y acomodaticios escudados en una historia de mentiras e hipocresía- pero no es así, nos balconeamos a cada rato. De ahí el pánico que provoca el reto de Castañeda. Somos tan cobardes que en público nos la damos de leones ante los norteamericanos pero en privado, llegamos a la reunión con los pantalones abajo. De ahí que el espectáculo dizque “soberano” que dimos ante y con el enviado de los Castro, un día después se traduce en obsecuencia ante la enviada de aquellos.Jorge, es inútil preguntar; somos muy cobardes.

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