Las tribulaciones de las Chivas Jorge G. Castañeda7 May. 09 Entre las muchas consecuencias –unas chuscas y otras trágicas– de lo que Marcelino Perelló ha llamado la pandemia VIP (Virus de la Influenza Porcina) figuran los intentos hasta hoy fallidos del equipo de futbol Club Guadalajara por encontrar un estadio donde disputar un partido de octavos de final de la Copa Libertadores, contra el Sao Paulo. Aunque algo se ha narrado ya en la prensa deportiva, y todos vimos la reacción "heroica" de Reynoso en Viña del Mar harto de las ofensas a la "dignidad nacional" por parte de los anfitriones chilenos, conviene tratar de armar el rompecabezas completo, asumo el riesgo de cometer errores de detalle, secuencia, o de verdaderas intenciones.El partido entre las Chivas y Sao Paulo estaba programado en el Estadio Jalisco para ayer, 6 de mayo. Desde finales de abril el equipo brasileño informó que debido a la tragedia mexicana prefería excusarse y evitar que sus jugadores figuraran entre las decenas, centenares, miles o millones de infectados y/o fallecidos que inevitablemente aparecerían. Las Chivas, sensibles a esta argumentación impecable, e imbuidas por la nobleza y generosidad que los ha hecho "el equipo de México" desde hace más de medio siglo, ofrecieron, a través de la Femexfut y de la Conmebol celebrar primero el partido en Sao Paulo, y posteriormente disputar el segundo en Guadalajara; los paulistas nunca respondieron a tan espléndida invitación; en otras palabras dijeron: si no queremos que los mexicanos vengan, menos queremos ir a México.En el acto, el Guadalajara propuso tres sedes, donde de alguna manera podía fungir de local: Houston, Chicago y Los Ángeles. Los brasileños se negaron, alegando, con algo de razón, que ellos necesitan visa para entrar a Estados Unidos y que no era fácil conseguirla tan rápido. La Conmebol luego sugirió tres sedes latinoamericanas: el estadio Saprissa en Costa Rica (rechazado por el Sao Paulo por ser césped artificial), Bogotá y Santiago. Pero más tardos que perezosos, las autoridades colombianas y chilenas, con todo el dolor de su corazón, con todo el cariño del mundo por el atribulado pueblo mexicano, prohibieron el uso de su territorio, y, obvio, no por miedo al contagio procedente de los… arietes brasileños.Hasta ayer en la tarde las Chivas no hallaban dónde jugar, como el coronel que no tenía quién le escribiera, o como el barco de la Hamburg Amerika Line retacado de judíos huyendo de Alemania, y que durante meses recorrió los mares del mundo sin poder desembarcar a sus perseguidos pasajeros. Al igual que los cubanos, los argentinos, los peruanos y los ecuatorianos, estos pueblos podrán ser o no muy hermanos nuestros, querernos mucho, adorar la gastronomía mexicana, los mariachis y al Chavo del Ocho, pero a la hora de los guamazos prefieren salir corriendo. Y en cierto sentido tienen razón. Al final del día ninguno de estos países posee intereses nacionales importantes en juego con México: todo es "cariño, sentimiento y la tradicional amistad entre los pueblos", pero ni nosotros les importamos mucho a ellos, ni ellos nos importan mucho a nosotros. La gran fraternidad sólo existe en la ingenua y febril imaginación de la Cancillería, la clase política y la comentocracia mexicana.En cambio, no hay hermandad ni amor con los vecinos del norte, ni de nosotros hacia ellos, ni de ellos hacia nosotros. Pero intereses, sí. Dejan entrar al millón de jornaleros diarios, a las decenas de miles de containers de carga que cruzan todos los días, a los miles de turistas mexicanos, a los futbolistas mexicanos cuando juegan allá, haya o no influenza. ¿Por nuestros lindos ojos? Obviamente no: sólo porque está en su interés hacerlo, como está en el nuestro que lo hagan cada vez más. Mezclando sabiduría de los próceres: "entre los estados, como entre los países, el respeto a los intereses propios y ajenos es la piedra de toque de las relaciones internacionales".