Brasil: gigante enano

Brasil: gigante enanoJorge G. CastañedaReforma22 Oct. 09 Durante casi 15 años Brasil ha gozado del privilegio de tener buen gobierno: Cardoso y Lula y gabinetes competentes, e incluso un filósofo de Harvard -Mangabeira-. Gracias a esta fortuna, además de sus recursos naturales, la vitalidad y deseo de experimentar de su gente, está a punto de cumplir con el sueño: convertirse en una sociedad de clase media. Se ve acompañado por algunos países de AL, unos más exitosos -Chile y Uruguay- que otros -México y Colombia-, en lograr una situación interna que parecía inalcanzable una generación atrás.Aún existe pobreza y una notable desigualdad, pero una década y media de buen gobierno, estabilidad y crecimiento modesto pero sostenido ha impulsado a casi 60 por ciento de la población a ser clase media baja. Brasil parece haber salido bien de la crisis, sufriendo sólo caídas menores este año, sin revertir su progreso. Por estos logros, así por sus dimensiones, ha comenzado a buscar un papel internacional acorde con sus avances, tanto por razones de orgullo y de ambición, como para consolidar sus éxitos internos. Las cosas se complican.Ser gran potencia y pertenecer al club de las naciones líderes, implica responsabilidades. La primera, con características bien definidas, que Brasil ha buscado adquirir a lo largo de los últimos años, con éxitos y fracasos. La segunda implica tomar partido, elegir amigos y adversarios, mantener ciertos valores más allá de lugares comunes como la soberanía, la no intervención, el libre comercio, el cambio climático y ser anfitrión de olimpiadas.La elección de Río como sede de los Juegos Olímpicos es un buen ejemplo. La victoria de Brasil fue expuesta como la culminación de su marcha hacia la grandeza, o su salida de la categoría de país de segunda, como lo dijo Lula. Pero incluso junto con la celebración del Mundial en 2014 no hay que exagerar. México tuvo este mismo doble logro hace 40 años y no pasó nada. No hay sustitos para el trabajo que se requiere para ser líder mundial, y Brasil está lejos.Sus intentos por un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU han fracasado hasta ahora. Es poco probable que Lula tenga éxito antes de terminar su mandato.Lo más importante, como lo demuestran las recientes acciones en América Latina, es que sigue dividido por la divergencia entre su neutralidad y principios diplomáticos del pasado, típicos del tercermundismo de antaño, y su responsabilidad teórica y mayor participación en la crisis de Honduras, en el conflicto entre Colombia y Venezuela, y en la construcción de un marco jurídico regional, por ejemplo, entre muchos otros temas.Por un lado Brasil le ha dado asilo en su embajada en Tegucigalpa al presidente derrocado de Honduras, dejándolo utilizar, aunque de mala gana, las oficinas de la misión diplomática como su centro de operaciones. Pero, por el otro lado, se rehusó a cuestionar la creciente represión de Hugo Chávez a los medios de comunicación, al Poder Judicial y a la oposición venezolana. Ha cuestionado al presidente de Colombia, por su acuerdo con Estados Unidos de acceso a bases militares preexistentes en el país, aunque no ha dicho nada con respecto a las grandes compras de armamento ruso de Chávez, ni sobre su propia compra de aviones caza para su Fuerza Aérea.En otras palabras, a diferencia de países como Israel y Cuba, quienes, para bien o para mal, han adquirido un peso internacional muy superior a su tamaño, Brasil muestra una participación en la arena mundial muy debajo de sus dimensiones o ambiciones. Es una lástima, porque mientras México se repliega cada vez más en la introspección y sus inagotables dilemas internos, América Latina necesita una voz en el mundo. Pero una voz que hable claro, y que defienda los valores que líderes como Lula han abanderado durante décadas, sin miedo a ofender a alguien por el mero hecho de luchar por ellos.

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