Los adversarios buenos

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La semana pasada fui testigo de dos debates. Uno público donde, por un lado, argumentaban Andrés Martínez, director del programa Bernard L. Schwartz de la New America Foundation y ex editor del LA Times y del NY Times; Jeff Miron, director de estudios del departamento de economía de Harvard, y Fareed Zakaria, editor en jefe de Newsweek International. Por el otro peleaban Chris Cox, cabildero oficial de la Asociación Nacional del Rifle —predecible y reiterativo—; Asa Hutchinson, ex jefe de la DEA, ex subsecretario para la Seguridad Interior y fiscal general bajo Reagan, y Jorge Castañeda, quien no necesita demasiada introducción. El estupendo moderador fue John Donvan, del noticiero nocturno de ABC. La pregunta que arrancaría el debate, reduccionista pero con potencial retórico, fue si Estados Unidos era el responsable de la guerra mexicana contra las drogas, donde los primeros estarían a favor y los segundos en contra.Los intercambios fueron corteses pero duros, precisos y sin complacencias. La excepción la puso nuestro cónsul general, Rubén Beltrán, cuando, luego de que Castañeda afirmara que ésta era la guerra de Calderón, una de elección y no de necesidad, Beltrán se levantó a cantarle panegíricos a la valentía y visión del presidente… sin identificarse como su funcionario. Hasta que Castañeda lo anunció como tal, develando a nuestra diplomacia nacional como lambiscona y cobarde en uno de los foros intelectuales más prestigiados de Nueva York.El debate privado se dio en la cena posterior. En la misma mesa se encontraron Ethan Nadelmann, el principal cabildero a favor de la despenalización de las drogas en Estados Unidos, y William Bratton y Bernard Kerik, ex jefes de policía de Giuliani. No tenían precisamente puntos de vista concordantes, pero la conversación giró en torno a datos y experiencias concretas, enfocándose exclusivamente en encontrar la mejor forma de resolver el daño causado a nuestras sociedades por el narcotráfico como lo conocemos. No hubo ningún adjetivo o exabrupto ni, menos, descalificaciones personales: la plática fue larga, racional, inteligente, provocadora y fructífera. Se despidieron con un fuerte abrazo y la promesa de volverse a encontrar para seguir el diálogo.Lo único que me entristeció esa noche fue darme cuenta de la imposibilidad de tener, en México, intercambios así: generosos, abiertos, lúcidos, sin lugares comunes, dogmas, vísceras, rencores, insultos o mezquindades, al margen de agendas personales y por el bien del país.

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