¿La candidatura desde Hacienda?

Es posible que Felipe Calderón, por primera vez, comparta abiertamente las verdaderas razones de los cambios en Banco de México y Hacienda. Pero en caso contrario, que es lo más probable, no nos quedará más remedio que especular, como siempre. Y como a muchos nos encanta el ejercicio, van posibles explicaciones de una de las decisiones más importantes del sexenio.Primera: que Carstens puede ser mejor gobernador del Banco de México que Ortiz, y Cordero mejor secretario de Hacienda que Carstens. No hay razón para suponer que esto sea cierto: la experiencia de Ortiz, la inexperiencia de Cordero, así como los mayores títulos académicos y profesionales de Carstens para Hacienda, e incluso que Ortiz para Banxico, sugieren que la mancuerna saliente es mejor que la entrante.Segunda: que Ortiz no quería seguir en Banxico y Carstens no quería seguir en Hacienda, o más bien no quería perder la oportunidad de conseguir un puesto que dure al menos cinco años; en lugar de conservar uno que ya tuvo tres y que podía verse obligado a dejar mañana o pasado. El problema con esto es que Ortiz, tanto en público como en privado, había manifestado su disposición a permanecer en el Edificio Guardiola por lo menos hasta el 2011, cuando se hubiera podido hacer la sustitución más cómodamente y en un ambiente más a modo. Esta explicación resulta aún menos convincente que la anterior.Tercera: que Calderón por razones de antipatías, de venganzas de antaño y de molestia creciente con un gobernador del Banco Central menos dispuesto a recibir regaños e instrucciones que lo deseable, procedió a reemplazar a Ortiz con Carstens pensando, con razón, que el segundo tiene las credenciales para ocupar el puesto del primero y que 12 años en el cargo son suficientes. Pero que cuando se puso a buscar un sustituto para Carstens, a Calderón le tocó tantita sopa de su propio chocolate. Según esta hipótesis, candidatos como José Ángel Gurría, Santiago Levy y dos o tres más se habrían mostrado renuentes u opuestos a abandonar cargos atractivos y duraderos, por otro de gran poder y prestigio pero de duración incierta y con la posibilidad de ser objeto de ofensas y regaños públicos. Y por tanto recurrió a Cordero, no porque era el deseable, sino por ser el posible, siguiendo la misma lógica que con las reformas y otros nombramientos. De las explicaciones propuestas hasta ahora ésta parece la más factible, pero es también la más preocupante, porque sugiere que Calderón no está en capacidad de nombrar a los más aptos.Cuarta: la sucesión presidencial y el precedente de López Portillo. En junio de 1973 Echeverría sacó a su amigo de juventud López Portillo de la dirección de la CFE para nombrarlo secretario de Hacienda, en sustitución de Hugo Margáin. JLP, más allá de su indudable talento en otros ámbitos, carecía por completo de experiencia financiera, pero LEA lo hizo con una intención muy clara, como traté de argumentar en La herencia, hace ya 10 años: López Portillo fue su candidato a la sucesión desde el mero principio del sexenio. Desde esta óptica Cordero también sería el candidato de Calderón, no a la sucesión porque no le toca escogerlo, pero sí a la postulación por el PAN en la que sí le tocará incidir de manera significativa. De ser así, y por primera vez desde esa época, hace más de un cuarto de siglo, la titularidad de la Hacienda se encontraría en manos de alguien nombrado por motivos exclusivamente políticos y sin mayores calificaciones técnicas evidentes.Como se ve, ninguna de estas explicaciones convence; pero si recordamos el discurso de Calderón de hace unos días a propósito del timón en la tormenta, frase atribuida a López Portillo en 1982, no podemos descartar que la cuarta explicación sea la buena. O mejor dicho la peor porque implicaría no sólo que la política económica se hace en Los Pinos, sino que la política sucesoria se hace desde Hacienda o en donde se pueda. jorgegcastaneda@gmail.com

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