Calderón y Cuba

Felipe Calderón quiere ir a Cuba. En mi opinión por cuatro razones. La primera es su cubano/castrofilia que descubrí para mi asombro, en una larga conversación en una casa en el Desierto de Leones hace nueve años. La segunda es propia de todo presidente mexicano: encontrar un deslinde bueno, bonito y barato con su predecesor que parecía ser fácil, la reconciliación con los Castro, a diferencia de los desacuerdos de Zedillo y Fox. La tercera, según el gobierno, el afán por recuperar una presencia "perdida" en América Latina y cuya llave se encontraba en La Habana y en menor medida en Caracas. Sin ser amigo de los Castro y de Chávez no se podían restañar las heridas con Chile, Brasil o con la Argentina, supuestamente. Y por último Calderón parece querer ir a Cuba porque, aunque no lo haya sabido, sería el primer presidente mexicano desde Díaz Ordaz en no viajar a la isla. Echeverría a finales de su mandato en 1976; López Portillo en la apoteosis de la exaltación del comandante en 1980; De la Madrid en 1988, al final de su mandato; Salinas 1994, durante seis horas; Zedillo en ocasión de la Cumbre Iberoamericana en noviembre de 1999, es decir no en visita bilateral; Fox en febrero de 2002 durante dos días.Calderón ha buscado cuadrar el círculo casi desde el principio del sexenio hasta ahora de manera infructuosa. Sabe que si va a Cuba y realiza un encuentro directo o a través de su canciller con disidentes, como lo hicieron Zedillo y Fox, va a provocar la ira eterna de los Hermanos Castro. Sabe también que si va y no se entrevista con los disidentes legales, le va a ir como a Lula que se da el lujo de no pelar a los que le criticaron por no haber tocado el tema del recién fallecido Orlando Zapata, ni haber recibido a los otros disidentes, pero que de todas maneras ha recibido fuertes críticas en todo el mundo. Hasta la fecha no le ha resultado posible a Calderón ni a sus colaboradores resolver el enigma.Ojalá Calderón decida una de dos cosas: no ir a Cuba y olvidarse del asunto hasta último año de su sexenio esperando que algo haya cambiado en la isla; o ir a Cuba pero plantear las cosas con valores y principios, pero no los anacrónicos de la no intervención, etcétera, sino los democráticos de respeto a los derechos humanos, defensa de la democracia y del Estado de derecho.Calderón ha hecho hasta lo imposible por quedar bien con los cubanos. Les renegoció la deuda con Bancomext sin garantías (una situación absurda pues cuando Cuba volvió a suspender pagos en 2009, no hubo contra qué irse como en 2002, cuando también suspendió pagos). Mantuvo un silencio ensordecedor en la Cumbre bananera de Playa del Carmen por la muerte Orlando Zapata; y sigue con esa actitud a propósito de la huelga de hambre Guillermo Fariñas. Peor aún, no se atreve a decir lo evidente, contradiciendo las barbaridades de Lula: el problema no es si Zapata, Fariñas, y los otros 75 presos políticos que hay en Cuba están o han estado en la cárcel por violar las leyes cubanas. El problema son las leyes cubanas; es la ley de "peligrosidad social" -el equivalente isleño de nuestra "disolución social"; el problema es la vigencia de leyes que jamás aceptaríamos en México y que no han sido objeto de consulta alguna con el pueblo cubano.Si Calderón no puede decir nada de esto por miedo al PRD, La Jornada, Beltrones y Paredes, entonces es mejor que posponga sine die su periplo habanero. Eso quizás ayudaría también a la izquierda mexicana que se vería entonces obligada a definirse no ante las críticas o el silencio de Calderón, sino ante las violaciones de derechos humanos y ante las increíbles declaraciones de Raúl Castro de que el imperialismo "mató" a Orlando Zapata. Ojalá la izquierda mexicana pueda desdecirse de las atrocidades verbales de Rosario Ibarra aduciendo que Zapata "quiso morir". Si no lo hace, va a seguir perpetuando su pertenencia a un espectro ideológico por el cual jamás van a votar mayoritariamente los mexicanos.

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