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Turquía ¿fractura en el dique?

Al término de una estancia de 10 días en Turquía, de recorrer una parte del país y de participar en conferencias y reuniones, entre otras dos largas sesiones bilaterales con el ministro de Relaciones Exteriores Ahmet Davutoğlu, he podido formarme un idea inicial y muy general de los retos que enfrenta un país bisagra en la geopolítica mundial; y en los kulturkampf entre el Islam y Occidente.La reflexión es pertinente debido a que Turquía y Brasil, miembros no permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, presentaron el lunes un acuerdo con el presidente Ahmadineyad de Irán cuyo propósito sensible consiste en reducir los riesgos de que su programa de enriquecimiento de uranio se convierta en una bomba atómica a corto plazo. El propósito real reside, como lo han dicho las potencias occidentales, en impedir que el Consejo aprobara un paquete de nuevas sanciones contra Irán. El acuerdo en sí mismo puede o no resultar eficaz y suficiente; ya no bastó, diplomáticamente hablando, para impedir la presentación de un proyecto de resolución norteamericano apoyado en principio por los otros miembros permanentes del Consejo. Se contempla una cuarta etapa de sanciones con más dientes y más amplias contra Irán por violar las resoluciones anteriores del Consejo, y en teoría las disposiciones del Tratado de No Proliferación y las recomendaciones de la Agencia Internacional de Energía Atómica. Si se trataba de evitarlo, posiblemente fracasaron Turquía y Brasil, ya que Estados Unidos parecía tener desde antes los votos suficientes de miembros no permanentes para llegar a los nueve necesarios, o por lo menos la abstención de Rusia y de China para evitar un veto. En teoría países como Austria, Japón, Gabón, Uganda y México ya estaban a bordo; Bosnia-Herzegovina, Líbano y Nigeria probablemente no; pero ya existía una coalición suficiente para imponer nuevas sanciones, a pesar de la resistencia de Brasil y Turquía.Brasil tiene sus propias razones y en octubre sus ciudadanos en las urnas decidirán si éste es el tipo de acciones diplomáticas que prefieren. Turquía es un caso distinto pues tiene intereses reales en la zona y para evitar sanciones contra Irán. Realiza un comercio intenso con su vecino Irán; tiene en común una población kurda significativa; recibe parte de su gas y petróleo de ese país y una parte importante de los habitantes de la ex-Persia hablan turco. Pero sobre todo, la nueva política exterior del ministro de Davutoğlu y del primer ministro Erdoğan consiste en un alejamiento de las viejas posturas pro-americana y pro-Israel (Turquía es miembro fundador de la OTAN) y un acercamiento a sus vecinos -Siria, Grecia y por supuesto Irán- pero también a todo el mundo islámico.Aquí es donde todo se cruza con el viejo combate cultural entre el Islam y Occidente. El partido de Erdoğan, el AKP que gobierna Turquía desde el 2002, es lo que se llama un partido islámico moderado y que nadie sabe exactamente qué es lo que significa. A juzgar por el secularismo aún presente en la sociedad turca, quiere decir que no se trata del fundamentalismo tipo talibán, FIS o siquiera de la hermandad islámica de Egipto. Pero estamos ya lejos del kemalismo que guió los destinos de Turquía desde los 1930s. Muchos observadores dentro y fuera, con mil veces más conocimientos que yo, se formulan una pregunta muy sencilla: ¿estarán jugando con fuego Erdoğan y Davutoğlu? El kemalismo es producto del secularismo y la occidentalización inscrita en la sociedad de este país desde mucho antes, y fue un dique que cerró el paso a la marea islámica ¿es su fin? Si es lo primero no es grave ni la ofensiva diplomática turca, cada vez en mayor ruptura con Estados Unidos y la UE (ante el virtual rechazo al ingreso de Turquía), ni tampoco la presencia más notable de signos islámicos explícitos en las calles de Estambul, Esmirna, Konya, etcétera. Pero si es lo segundo, el dique puede estar a punto de fracturarse. www.jorgecastaneda.orgjorgegcastaneda@gmail.com

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