La octava visita al Capitolio

La primera visita de un presidente mexicano a Washington en la cual se dirigió al Congreso de Estados Unidos fue en mayo de 1947, recién llegado al poder Miguel Alemán. Poco antes vino a México Harry S. Truman, quien por primera vez colocó una ofrenda en el monumento a los Niños Héroes. Desde entonces han tenido lugar siete discursos más al Congreso de Estados Unidos en principio un elemento indispensable de toda visita de Estado: Díaz Ordaz en octubre de 1967, Echeverría en junio de 1972, López Portillo en febrero de 1977, De la Madrid en mayo de 1984, Salinas en octubre de 1989, Fox en septiembre de 2001 y Calderón en mayo de 2010. Aunque no es fácil consultar la reacción de los auditorios o las reseñas, es de suponerse que las características de cada evento fueron más o menos las mismas: palmas al principio y al final, más o menos aplausos durante el discurso, entre la mitad y un tercio de los legisladores ausentes y sustituidos por interns. Todo acompañado de un buen recibimiento por parte de la comentocracia washingtoniana, casi siempre por el mero hecho de tratarse de un presidente mexicano entronizado en Los Pinos, y por el contraste con el predecesor, por definición casi siempre desgastado.Todo esto viene a colación porque si bien la visita de Calderón resultó todo un éxito desde el punto de vista de la opinión pública mexicana y del protocolo estadounidense, siempre ha sido así. Aunque algunos despistados equiparan el reportaje de NPR sobre el sesgo de la guerra calderoniana al narco, con la infame columna de Anderson acusando a De la Madrid de haber acumulado una fortuna en el exterior. Las visitas son todas más o menos las mismas, el protocolo siempre es idéntico y la importancia es análoga: muy significativa por los mensajes que se mandan y pocos resultados tangibles. A Calderón no le fue ni mejor ni peor que a sus siete predecesores.La diferencia estriba en que el formato original de la visita era: cena de gala, sin ceremonia en el jardín de la Casa Blanca, sin almuerzo en el Departamento de Estado y sin hospedaje en Blair House. A escasas semanas del viaje los americanos accedieron a elevar el nivel y equipararlo al pasado. Pero como el gobierno no da explicación al respecto, sólo cabe especular. Desde días antes de la visita, la gente de Obama había avisado a la gente de Calderón que resultaba inevitable enviar tropas de la Guardia Nacional (entre 3 y 5 mil efectivos) a los estados fronterizos con México, y en particular a Arizona. Las tropas no tendrían por misión impedir el tráfico de armas, como quiere hacernos creer la Cancillería. La Posse Comitatus Act de 1878 prohíbe el uso de Fuerzas Armadas norteamericanas (estatales o nacionales) para fines de detención, inspección y en general lo que llaman "law enforcement", aunque se aplica de manera diferenciada a cada cuerpo militar. Su finalidad, al igual que la de los 6 mil guardias enviados por Bush entre 2006 y 2008, es apoyar a las autoridades civiles, locales y federales para reducir el tráfico de drogas y de personas de sur a norte, no de armas de norte a sur.No es el fin del mundo, Obama ya filtró el envío de mil 200 efectivos -que no es muy distinto a lo que un gobernador amigo de México como Richardson de Nuevo México ob- tuvo de Bush en 2006. Probablemente el número aumentará en el futuro, así como el tiempo de permanencia en la frontera Sonora-Arizona. Y no puede descartarse que su presencia surta efecto en un aumento en la tarifa de polleros y traficantes, en la peligrosidad del cruce y en complicar el desplazamiento a otras zonas. Pero en las condiciones actuales con la exacerbación de ánimos provocada por la SB1070, con la negativa de replantear la vigencia del assault weapons ban y de una reforma migratoria integral, la llegada de Fuerzas Armadas de Estados Unidos al desierto entre Sonora-Arizona se ve feo. Tan feo que quizá había que asegurar que Calderón se viera bien en los jardines de la Casa Blanca. www.jorgecastaneda.org jorgegcastaneda@gmail.com

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