México tiene muy cierta su génesis y su mito fundante, pero muy oscuro su relato de futuroEn el ensayo Un futuro para México, Héctor Aguilar Camín y Jorge Castañeda plantean, entre otras cosas, el problema de un país anclado a su historia. México, decían, es una nación que mira más al pasado que al futuro y que tiene más claro lo que fue, gracias a una historia oficial convertida en credo, que lo que quiere ser. Es decir, tiene muy cierta su génesis y su mito fundante, pero muy oscuro su relato de futuro, la explicitación del deseo.Un año después y tras haber confrontado sus hipótesis y sus ideas en decenas de reuniones, con miles de mexicanos, el nuevo ensayo, Volver al Futuro, replantea algunas hipótesis, pero sobre todo reconoce al país en su complejidad y diversidad: un sistema de ciudades pujantes, vitales y, al mismo tiempo, aterrorizadas por el crimen organizado. Un país feuderalizado, con gobernadores que se comportan como caciques, con más dinero y poder que nunca en la historia, lejanos en muchos sentidos al poder central. Pero sobre todo dicen haber encontrado un país ballena que se ve a sí mismo como un ajolote, una especie de Oskar Matzerath, el personaje de El tambor de hojalata, de Günter Grass: atrapado en su infancia, atado a sus fetiches y negado a crecer y a asumir sus responsabilidades de adulto. Un país, pues, con una visión distorsionada de sí mismo.No pocos debatirán esta visión y sostendrán que no, que efectivamente México es un ajolote, o a lo sumo una carpa amenazada y temerosa. La pregunta en todo caso es de dónde nos viene esta visión, distorsionada o no, de que el país se cae a cachos. El pesimismo tiene dos fuentes fundamentales: el discurso político y el discurso de prensa. En ambos, todos los días el país se desmorona, nunca habíamos estado peor y cualquiera que sostenga lo contrario es un demagogo, si es político, o un vendido, si es periodista, analista o académico. Ya lo dijo el finado Monsiváis: antes de la transición lo valiente era atacar al Presidente; hoy, lo valiente es defenderlo. No se trata por supuesto de hacer un periodismo de loas ni de perder las distancias críticas frente a la realidad sino de exigir y de exigirnos rigor. Hoy, los políticos están dispuestos a decir cualquier idiotez con tal de ganar una primera plana o voz en un noticiero, pero lo peor es que los medios estamos dispuestos a darles espacio con tal de parecer críticos, plurales e incisivos.Hay, pues, que liberarnos de los atavismos del pasado, pero sobre todo de las trampas del presente. La única forma en que podremos comenzar a construir un relato del futuro es exigiendo y exigiéndonos mayor rigor en el debate y en los argumentos. Reconociendo el presente con sus enormes retos y sus no pocas fortalezas. Dejar de pensar como ajolotes y reconocernos en la ballena será sin duda lo más difícil.