Calderón y la guerra: no salen las cuentas

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Se aproxima el cierre de ciclo. Faltan exactamente cinco semanas para que Felipe Calderón entregue el poder a Enrique Peña Nieto; hora de hacer cuentas, de un primer corte de caja que nos diga dónde está el país hoy en relación con dónde lo tomó el Presidente.Seguramente veremos en las próximas semanas artículos, reportajes, suplementos y libros sobre el sexenio que agoniza. Sobre el tema que dominó el sexenio y que marcará para siempre el paso del Presidente Calderón tengo en mis manos dos documentos serios, puntuales y puntillosos.El primero es el reporte de Causa en Común, organización que preside María Elena Morera, titulado “Propuestas para Seguridad y Justicia 2012-2018”; pero que utiliza la mayoría de sus páginas para hacer un informe detallado de cada uno de los compromisos adquiridos por el poder Ejecutivo federal durante la firma del Acuerdo Nacional para la Seguridad, la Justicia y la Legalidad”, que concluye que “el gobierno apostó al olvido de los ciudadanos y únicamente integraron avances de programas que no llegaron a consolidarse, y que justifican con cifras sin sustento”.Y tengo frente a mí el libro que en los próximos días se pondrá a la venta: Los saldos del narco: el fracaso de una guerra; de Jorge G. Castañeda y Ruben Aguilar (Editorial Punto de Lectura). Una continuación necesaria a su libro del 2009 en el que ya hablaban del tema, a mitad del camino en el sexenio de Calderón.El libro recorre con números y de manera concreta los asunto de violencia, derechos humanos, institucionalidad, opinión social, producción, tránsito de la droga y consumo, que me parece el más revelador no solo porque los autores adelantan datos desconocidos sino porque es el ángulo olvidado en la mayoría de los análisis sobre el tema. Y debería ser el más importante.El más legítimo de los argumentos para justificar lo que se ha hecho en este sexenio: el ejército en las calles, enormes recursos a la policía, invasión de atribuciones estatales y municipales, violaciones a derechos humanos, etcétera tiene que ver con no permitir “que la droga llegue a nuestros hijos”.Decenas de veces hemos escuchado cómo la violencia llegó cuando los cárteles comenzaron a disputarse territorios domésticos para vender droga a los mexicanos. Ya no era un negocio sólo de transportación hacia Estados Unidos.Pues todos los datos dicen que no.Que no éramos un país consumidor y que no lo somos.El gobierno no ha dado a conocer —y no ha explicado por qué—la Encuesta Nacional de Adicciones levantada el 2011 y que tendría que haberse publicado principios del 2012. Los autores consiguieron los datos:“Según los datos de la ENA, el porcentaje de la población urbana entre 12 y 65 años que reconoce haber probado alguna vez cualquier droga ilícita evolucionó así: 5.3 por ciento en 1998, 4.6 por ciento en 2002, 5.2 por ciento en 2008 y 5.5 por ciento en 2011. La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula en 7.8 por ciento el índice mundial de incidencia.Aguilar y Castañeda recorren cada uno de los argumentos del gobierno respecto a consumo y los destruyen con datos del propio gobierno. En relación con la mariguana, la cocaína o las nuevas sustancias como metanfetaminas y otras, el consumo mexicano es menor al de otros países latinoamericanos y mucho menos que el de Estados Unidos: “Dentro del ámbito internacional, México se ubica en el rango de los países de bajo consumo. La Organización de las Naciones Unidas estima una prevalencia mundial promedio de 4.2 por ciento para cualquier droga ilícita entre la población mayor de 15 años; en México en 2002 fue de 1.3 por ciento; de 1.6 por ciento en 2008 y de 1.8 por ciento en 2011”.Si la guerra no fue para acabar el consumo, ¿fue para acabar con la violencia?. Dicen los autores: “Al inicio del mandato de Calderón, la tasa de homicidios a nivel nacional era la más baja de la historia, menos de nueve homicidios dolosos por 100 mil habitantes, y lo mismo ocurría en los estados. El INEGI da cuenta de que las muertes se dispararon una vez que inició la guerra. Así, en Chihuahua, ahora el estado más violento, el número de homicidios era de 518 en 2007, para pasar a 6 mil 407 en 2010 y empezar a bajar en 2011, cuando se registraron 4 mil 502, cifra todavía muy lejana a la del inicio del sexenio”.Pero si lo que apuntan Aguilar y Castañeda es grave; se vuelve peor al revisar el documento de Causa en Común. Más allá de las dinámicas propias de la criminalidad había cosas que en estos seis años el Ejecutivo federal tenía en sus manos realizar. Simplemente no sucedieron. Revisando los niveles de cumplimiento de los acuerdos firmados en el 2008; encontramos un rosario de simulaciones, fracasos e insuficiencias inexplicables. Más si pensamos que éste era el tema más importante para el Presidente.Es hora de hacer las cuentas. Y no salen.

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