Alan Riding: la seguridad es primero en México

El Presidente saliente de México, Felipe Calderón, nunca fue muy querido. Su elección en el 2006 se vio eclipsada por acusaciones de fraude por parte de su oponente izquierdista. Después, Calderón batalló con una profunda recesión provocada por la crisis económica global. Y durante todo su periodo, apoyó una "guerra contra el narco" encabezada por el Ejército que ha dejado un índice de muertos diversamente estimado entre 65 mil y 100 mil decesos. No es de sorprenderse que la mayoría de los mexicanos está ansiosa por verlo dejar el cargo el sábado. Sin embargo, tampoco hay mucho entusiasmo sobre lo que viene a continuación. El Presidente entrante, Enrique Peña Nieto, un ex Gobernador con una imagen de niño bonito, representa la restauración del Partido Revolucionario Institucional que gobernó al País de 1929 al 2000 mediante una mezcla de represión, corrupción, cooptación y elecciones amañadas. La novedad es que Peña Nieto fue elegido limpiamente, aunque con sólo el 38 por ciento de los sufragios en una contienda entre tres candidatos. La realidad es que los mexicanos votaron menos a favor del candidato del PRI que en contra del aspirante del Partido de la Revolución Democrática y de la candidata del partido conservador de Calderón, Acción Nacional. Una buena cantidad de personas en la derecha e izquierda teme que los instintos autoritarios del PRI no tarden en resurgir. Peña Nieto, de 46 años, insiste que su partido ha acogido las nuevas reglas del juego. Tiene algunas cuantas cosas a su favor. La economía del País está creciendo nuevamente, con la combinación de un desempleo a la baja en casa y menos empleos en Estados Unidos provocando una disminución dramática en la inmigración ilegal al norte. Y gracias al Tratado de Libre Comercio de América del Norte, en lugar de exportar personas, México es ahora un importante exportador de autos, televisiones, partes de aeronaves y otros productos manufacturados. Peña Nieto también podría poder gobernar mejor que Calderón o su predecesor panista, Vicente Fox, cuyos esfuerzos reformistas fueron invariablemente bloqueados por el PRI y el PRD en el Congreso. El PAN no sólo está apoyando el plan del nuevo Gobierno de abrir el debilitado monopolio petrolero, Pemex, al capital privado, sino que el servilismo tradicional del PRI ante su líder debe también fortalecer la mano de Peña Nieto al negociar con otras centrales de poder. Hay mucho por hacer. La corrupción, durante mucho tiempo asociada con el régimen del PRI, no se ha aplacado en los últimos 12 años. La reforma fiscal es urgentemente necesaria: México tiene el nivel más bajo de recaudación fiscal en relación con el PIB de cualquier miembro de la OCDE. Los monopolios florecen, en particular el imperio de las telecomunicaciones controlado por Carlos Slim, el hombre más rico del mundo. Los sindicatos laborales, durante muchos años aliados con el PRI, también son más independientes hoy en día. El líder de los trabajadores de Pemex, Carlos Romero Deschamps, esperará grandes beneficios para sus miembros a cambio de una reforma energética. Elba Esther Gordillo, presidenta del sindicato de maestros desde 1989 (y recientemente reelecta de manera unánime hasta el 2018), sigue siendo el principal obstáculo para una modernización muy necesaria de la educación. No obstante, el mayor dolor de cabeza heredado por Peña Nieto es "la guerra contra el narco". Calderón asevera que un número considerable de los principales capos ha sido abatido o arrestado; también argumenta que la mayoría de las decenas de miles de muertos ha sido víctima de una guerra territorial por separado que está siendo librada por cárteles rivales. Sin embargo, aún entre señales de que la violencia podría haber alcanzado su punto máximo, el apoyo doméstico a su estrategia se evaporó desde hace mucho. Hoy en día, los mexicanos libran una batalla estadounidense en suelo mexicano. Calderón estimó que los cárteles de México perciben 20 mil millones de dólares al año de los consumidores de drogas estadounidenses, más que suficiente para adquirir armamento sofisticado al norte de la frontera. Y después de que los electores en los estados de Colorado y Washington aprobaron el uso recreativo de la mariguana, este mes, resulta difícil explicar por qué los mexicanos deben morir para evitar que el enervante sea introducido ilegalmente al vecino país del norte. Como candidato, Peña Nieto expresó alarma respecto al precio que México está pagando por la guerra contra el narco y señaló que él podría reducir la violencia, pero no ha detallado cómo. (En su reunión en Washington, el martes, Peña Nieto y el Presidente Barack Obama prometieron una cooperación más estrecha en cuestiones de seguridad, pero aún no está en claro qué significa eso precisamente). Una explicación favorita para el aumento de la violencia desde que el PRI dejó la Presidencia hace 12 años es que los líderes del partido estaban en contubernio con los cárteles de la droga y que, de forma bastante innecesaria, Calderón incitó al conflicto. En respuesta, los asesores de Peña Nieto han descartado cualquier noción de un trato con los capos de la droga y han prometido equipar y expandir a la Policía Federal para que libre una guerra más eficaz. Un enfoque más prudente podría ser adoptar la política preferida por los otros dos países involucrados en el negocio más rentable del tráfico de drogas. Ni Colombia, uno de los principales productores de cocaína, ni Estados Unidos, el principal consumidor de cocaína, están siendo destruidos por la violencia relacionada con el narco. Ambos han aprendido a coexistir con el problema, ambos han optado por la contención y ambos han dejado que México sea el que libre la guerra. La prioridad de Peña Nieto es hacer que México sea un lugar más seguro -para sus ciudadanos, para los turistas y para las empresas- y esto podría ser posible únicamente al reconocer que el narcotráfico continuará siempre que exista un mercado lucrativo en el país vecino. Por supuesto, si la guerra desaparece discretamente de los titulares en los próximos meses, esto no significará que los cárteles han sido derrotados. Simplemente significará que el nuevo Gobierno ha puesto los intereses de México por encima de los de Estados Unidos. El autor, un ex corresponsal para The New York Times, es autor de Vecinos Distantes: Un Retrato de los Mexicanos. Traducción Enrique Huerta y Alicia Gómez.

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