Ética política y mariguana

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Alto, enteco, rostro medio transportado, el gringo detenido en la cárcel de Culiacán desayunaba huevos revueltos con mariguana. A nadie perturbaba aquel hippie feliz cuya esposa, presa en la sección de mujeres, le hacía placenteras visitas conyugales cada semana, según contaba.En el equipo de beisbol representativo de aquella prisión, que recibía todos los domingos la visita de equipos externos, uno de los presuntos asesinos del jefe de la Policía Judicial del estado de Sinaloa jugaba de primera base y era zurdo. Puede adelantarlo: éste último era un miembro de los grupos relacionados con el tráfico de drogas que puso fin a la vida del funcionario en una emboscada en agosto de 1969, en el centro de la capital sinaloense. Si me lo permiten, les puedo decir que ahí empezó a crecer la leyenda de este lugar emblemático del narcotráfico.Entonces —ya entrado el año de 1970— eran muy pocos los versados que pensaban que en México, en unos pocos años, el problema del consumo y la violencia provocada por el comercio ilegal de las drogas iba a ser tan grave. Tan grave que hoy ya trascienden comentarios desafiantes (insólitos en otro momento) del ex presidente Vicente Fox, varios ex secretarios de estado y un par de connotados intelectuales, Héctor Aguilar Camín y Jorge G. Castañeda, a favor de legalizar la mariguana.Esta orientación de política de Estado ha merecido estudios multidisciplinarios en todo el mundo, reflexiones de expertos, propuestas de organismos públicos y privados, de tal modo que el resultado es que ha avanzado en varias naciones la idea de que, frente a la complejidad del problema, la regulación es una opción, reconociendo que se trata de un “mal menor”.Más de una docena de estados de la Unión americana, países como Portugal, Holanda y ahora Uruguay, ya han aprobado normas que toleran de manera controlada el consumo, comercio y producción de la mariguana.Como es lógico, las leyes correspondientes no están desprovistas de argumentos contradictorios y de debates de todo tipo. De cualquier manera, la cuestión sigue causando escozor. No toda la clase política mexicana está a favor de una medida de este carácter. Pongo de ejemplo el rechazo tajante e inmediato del gobernador de Coahuila, Ruben Moreira, por un lado, y la reacción tropical de Andrés Manuel López Obrador para que se debata inclusive el tópico, por el otro.En el caso de este último ya sabemos que sus razones son como siempre político-persecutorias, pero lo cierto es que, mal pensado como es, ve esta propuesta —si se plantea ahora solo para el Distrito Federal— como una manzana envenenada que desean que consuma la ciudad progresista por antonomasia del país, para que desvíe sus energías a un tema distante y perjudicial a la agenda política de Morena, la cual debe estar concentrada hoy en el asunto de la reforma petrolera. Deduzco que así lo ve Andrés Manuel.Puede ser que no ande tan errado el tabasqueño. Podemos admitir que su derecho a la sospecha se lo ha ganado a pulso. Pero como laboratorio y vanguardia de medidas legislativas de carácter progresista como la despenalización del aborto, el reconocimiento de los derechos de los homosexuales, el derecho al bien morir, etcétera, la Asamblea de Representantes del Distrito Federal, mayoritariamente compuesta por miembros del PRD y de Morena, no tendría mucha justificación para negarse a discutir un tema que le atañe directamente.Para empezar, si no le asusta al jefe de Gobierno, Miguel Mancera, mucho menos deberá pesarle a la Asamblea, cuyos representantes por distrito, con sus respectivas delegaciones, deben tener muy claro el gravísimo problema del narcomenudeo que padece la ciudad, y cuyos efectos perniciosos ya empiezan a restarle no solo estabilidad política y social, para no decir que han desbordado en tragedias como los desaparecidos del bar Heaven y las ejecuciones crecientes en varios puntos de la ciudad.La regulación de las drogas, ciertamente, no es la solución. Siendo sinceros no la hay para siempre o definitiva. Pero no solo atenúa las porquerías como el narcomenudeo, pasa a golpear la economía de los narcos, palía la corrupción y la violencia, etcétera, sino que ayuda a la recuperación de valores en la sociedad.Y esto es fácil de explicar: cuando se toman medidas como la legalización del aborto o el derecho al bien morir, los capitalinos apoyan esas medidas como un acto de solidaridad, el cual proporciona al ser humano un bienestar físico y espiritual. En realidad le arrebatan dolor y pesar a una persona cuando se evita el mal nacer o el mal morir.Visto en esa perspectiva, la regulación del consumo, comercio y producción de mariguana es también en algún sentido un acto ético, al ofrecer un paliativo a un problema que hoy nos apremia: la criminalidad y la violencia del narcotráfico.Sabemos que medidas parciales y discutibles como ésta hacen resaltar dudas y temores. Todos las tenemos. Pero solo de pensar que cabe la posibilidad de que con los años hayan salvado su vida miles de jóvenes mexicanos, vale la pena discutir, con mente abierta y flexible, una decisión que pueda ser revolucionaria y positiva en lo sanitario y democrática en lo social y en lo político.

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