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Sí a las expectativas

No es el mejor momento para defender al gobierno de Peña Nieto, pero quisiera abundar en una explicación generada hace unos días en La Hora de Opinar. Refiriéndome a los precedentes de Carlos Salinas con el TLC y las privatizaciones, y a la campaña electoral de Vicente Fox en 2000, procuraba justificar la sobreventa de expectativas del gobierno de EPN en estos dos años. A propósito del TLC, Salinas sin duda se excedió en exaltar sus efectos: crecimiento, modernidad, exportar bienes en lugar de mano de obra. Además de las motivaciones políticas que pudieran existir, el Presidente de entonces sintió que sin cacarear ese huevo la sociedad mexicana no se lo hubiera tragado con facilidad. Asimismo, en la campaña de 2000, Fox de manera relativamente consciente comprendió que sin elevar las expectativas en torno a la salida del PRI de Los Pinos sería imposible vencer.EPN fue electo con 38.21% de los votos, sin mayoría en ninguna de las dos Cámaras, y con un jefe de Gobierno del DF, el segundo cargo electoral del país, en manos de un partido de oposición. No eran las condiciones que esperaba, ni las necesarias para consumar un ambicioso programa de reformas. De ahí la necesidad de negociar el Pacto por México y sobrevenderlo: gracias a sus 95 puntos, "movería a México", "transformaría al país, y se crecería al 5%". Pero no bastaba el puro Pacto. Había que destacar los beneficios de las reformas que constituirían las principales consecuencias del Pacto. De ahí la descripción de los méritos infinitos de la reforma educativa, de telecomunicaciones, la financiera, la político-electoral y sobre todo la energética.Sin esa exaltación, tal vez la sociedad mexicana, escéptica por las desilusiones anteriores, no hubiera comprado este boleto. Menos aún, se podía dar por descontado que los tres partidos las aprobaran con relativa celeridad y poca resistencia. Quizá el mejor ejemplo de ello sea la resolución pendiente de la consulta popular sobre los cambios en Pemex: las dos propuestas, del PRD y de Morena, juntaron más de 5 millones de firmas. Sin inventar que bajarían las tarifas eléctricas y hasta la gasolina, difícilmente las consultas favorecerán al gobierno. De no elevar las expectativas, no sé si sería factible.Un elemento adicional, que explica en parte la debacle de las últimas semanas, fue la seguridad. Después de la hecatombe de Calderón, era indispensable cambiar de registro y hacer como si el problema de la violencia se encontraba en vías de resolución a través de una nueva estrategia -la cooperación-, de un cambio discursivo, de la guerra del narco a la promoción de la economía, y de instrumentos -más inteligencia y la Gendarmería. Además del equivalente político del principio de incertidumbre de Heisenberg: si la gente creía que disminuía la violencia, a lo mejor efectivamente disminuiría.La gracia en estos asuntos -que escapó a Salinas, Fox y a EPN por lo pronto- es transitar de una etapa a otra: de las expectativas excesivas para lograr un objetivo, al acotamiento de las mismas, para gobernar con eficacia. A Salinas se le atravesó el 94; a Fox, la oposición intransigente del PRI y PRD; a Peña, Tlatlaya, Iguala, la caída del petróleo y los obstáculos estructurales ante del crecimiento económico. En algún momento, cualquier gobierno que enfrente dificultades como el actual puede perseverar en su actitud anterior, o cambiar de enfoque. Puede insistir en que sólo es un asunto de tiempo, o adentrarse en un proceso de autocrítica, donde explique que en un momento determinado parecía que las reformas resolverían todo, parecía que la violencia disminuiría por arte de magia, que el crecimiento volvería con desearlo y que los acuerdos cupulares equivaldrían a acuerdos de fondo. No creo que la gente le reclamaría a EPN el reconocer no sus errores, sino sus estimaciones y las expectativas que suscitó, sobre todo si el dilema se puede atribuir a cambios de circunstancias fuera de su control. Peña tiene una alternativa; no creo que le guste.

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