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Jorge Castañeda y sus amarres perros

Arthur Koesthler decía que hay dos motivos para escribir una autobiografía. El primero: El impulso del cronista que expresa la necesidad de compartir la experiencia en lo que se refiere a los acontecimientos exteriores. El segundo: el motivo del ser humano en sí (motivo ecce homo), expresivo de la misma necesidad, pero perteneciente a los acontecimientos íntimos. Una buena autobiografía debería ser una síntesis de los dos impulsos. Amarres Perros lo es: logra ese equilibrio entre lo interno y lo externo sin descuidar el paisaje histórico en el que su autor se movió -y sigue moviéndose-.Como nota introductoria, quiero dar una lectura distinta a la hecha por el propio Jorge al título del libro. Él ha expresado que éste deviene de su capacidad de tejer relaciones entre él y otros, y más aún entre unos terceros y otros cuartos. Esas relaciones, esos “amarres”, han sido prolíficos a lo largo de su vida, y “perros”, es decir, significativos (para bien o para mal). Al terminar de leer el libro no dejaba de pensar que también hay un paralelismo entre éste y la fisionomía de la película de González Iñárritu: Amores Perros. Como sabemos, la película cuenta tres historias que se desarrollan paralelamente, en pistas al parecer inconexas, pero que al final todas acaban por converger en un punto: un accidente automovilístico. El libro de Jorge sigue la misma lógica: Lo que cuenta, todos sus “amarres”, acaban por cuajar en su propia figura. La conciencia de que a lo largo de su vida construyó un personaje que lo trasciende es, me atrevo a suponer, lo que lleva a Jorge a escribir este gran libro. No me refiero al Jorge de carne y hueso, sino a que los hilos de la autobiografía -su parte íntima, sus reflexiones intelectuales y su labor política- terminan tejiendo a un personaje casi novelesco y a todas luces inspirador. Bajo esa orientación también se puede leer el libro. Ahora bien, el primer hilo de la obra tiene que ver con el origen de Jorge Castañeda Gutman. En las primeras páginas hace un recuento de sus orígenes, y del de sus padres: Oma Gutman Rudinsky y Jorge Castañeda Álvarez de la Rosa. Para entenderse más a sí mismo, Jorge va desmenuzando cuáles rasgos de su carácter hereda de aquella interesante mujer judía lituana, y aquel elegante diplomático mexicano. Me quedo con tres herencias que es imposible no notar en Jorge: Su carácter trashumante, su pasión por la lectura y, claro, su interés por el poder político. Cada uno de estos los hereda en distintas formas y estilos, tanto de su madre como de su padre. De Oma heredará una visión privilegiada de la historia mundial del siglo XX; de las ideologías totalizadoras que dominaron aquel mundo bipolar; y una cultura inigualable que afloraba con su dominio de varios idiomas. Jorge padre, por su parte, le mostró los vericuetos de ese laberinto apasionante que es el mundo político mexicano; le transmite su visión del mundo; y también su gran cultura. De ambos hereda su condición de viajero insaciable y lector de tiempo completo. El segundo hilo del libro son sus reflexiones sobre política. Fiel seguidor de la escuela sartreana, Jorge utiliza las ideas para influir y hacer política. La reflexión siempre lo llevó a la acción: sus lecturas de Althusser a su paso por el Partido Comunista Mexicano y la Declaración Franco-Mexicana sobre el Salvador en 1981; su activismo intelectual y mediático en México, y allende a éste, para adentrarse en la campaña de Cárdenas en 1988; su comprensión del mundo y de México para erigirse en consejero estratégico de Fox y conquistar una de sus obsesiones más fructíferas: Ser canciller. Y la cereza del pastel: Todo lo anterior lo lleva a ser un aspirante serio y no convencional a la Presidencia de la República en 2006. Asimismo, esa visión intelectual de la política, le ha permitido a Jorge tener una brújula invaluable a la hora de ejercer el poder. Se podrán decir muchas cosas, pero nadie puede negar que como canciller, Jorge Castañeda supo lo que quería hacer. Algunas cosas no prosperaron, como la “enchilada completa” en materia de migración, pero, por ejemplo, sí logró colocar el respeto a los derechos humanos como vector de nuestra política exterior y así dar un giro copernicano a nuestra tradición anclada en el principio de la no intervención. El tercer hilo que forma la costura del libro es su vida íntima. Jorge nos invita a conocerlo y a conocer a los demás a través de sus ojos, y lo hace de a de veras. Lo ha dicho recientemente: es severo con los demás, pero, sobre todo, con él mismo. En las páginas encontramos a un hombre que confiesa sus manías, sus fobias, sus defectos y sus virtudes. La ya tan sonada confesión de que el ex presidente Salinas lo “intimida”, ha sido tan llamativa porque en boca de Jorge (un hombre muy seguro de sí) parece inverosímil, y se necesita una buena dosis de introspección y arrojo para decirlo tan abiertamente. Para finalizar, algo que me llamó mucho la atención: en las últimas páginas el libro cambia de tono: Deja de ser autobiográfico y pasa a ser explicativo de su presente. En estos pasajes destila un interés, por parte del autor, de explicarse su vida a sí mismo. Es un corte de caja donde agradece a sus amigos y allegados –es conmovedor ver cómo encomia a Alejandra Zerecero, su escudera en mil batallas, y cómo se expresa de Marina, su hermana-; analiza las causas de su actual soltería; la relación con su hijo; y, una vez que entiende su presente, llega a una conclusión muy afortunada: es un hombre que vive una vida que le llena de satisfacción. El libro me impresionó mucho por todo lo anterior, pero hay algo más personal que hizo de esta lectura algo en extremo placentera y reflexiva. La primera autobiografía que leí fue la de Edmundo Flores, un economista mexicano que fue maestro de economía de mi padre en la UNAM. Ese libro me marcó: a partir de ahí supe lo que quería hacer: leer, política, escribir, dar clases, viajar, etcétera. Lo anterior me llevó a discutir con un discípulo de Flores, amigo de mi padre y, por azares del destino, amigo (casi hermano) de Castañeda: Cassio Luiselli. En un gran y fugaz viaje a Canadá, Cassio me contó todo sobre Flores y me dijo que una persona que había vivido también una vida así de intensa era, precisamente, Jorge. Me recomendó no perderle la pista a Jorge, y no lo he hecho. Y si bien he visto a Jorge varias veces, y estoy al tanto de su vida, este libro me muestra al ser humano que siempre intuí que él es: alguien con un talento desbordante, con experiencias dignas de ser contadas, y con una vida que por envidiable es fuente de inspiración. Transmitir esto último es lo que más le agradezco como lector. No había leído algo así desde que leí a Edmundo Flores hace casi 15 años. Ya era hora.

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