Para leer a Castañeda

Ahora el hombre ya está más sosegado. Pero hasta hace pocos años debió ser muy difícil ser Jorge Castañeda. Bajo la misma piel reúne inteligencia, información privilegiada, desenfado y arrogancia. La mayor parte de su vida ha vivido cercano al poder; observándolo y viviéndolo, pero sobre todo, haciéndole pasar un mal rato a quienes lo detentan, llámense lo mismo Fidel Castro que Salinas de Gortari, el PRI o el ALBA. En el ejercicio de la política es rudo y en el manejo intelectual es técnico: en su autobiografía Amarres Perros, se califica a sí mismo como ecléctico y multitasking. Fui subsecretario de Relaciones Exteriores durante los años que se desempeñó como canciller. Antes y después de ese periodo, compartimos muchas tertulias intelectuales, ideas para sacudir a este paquidermo resistente al cambio que se llama México y, desde luego, muchas bromas. El sentido del humor derivó en conceptos de política exterior nada ortodoxos, poco diplomáticos, pero muy pegajosos como el ya legendario “están ardidos” en referencia a los cubanos, “la enchilada completa” con la que tantos paisanos soñaron en una reforma migratoria o las “armas de distracción masiva” que supuestamente existían en Irak. El periodo de Castañeda como canciller fue ciertamente polémico, pero indudablemente posicionó a la política exterior como un asunto de interés general para los mexicanos, cosa que ocurre muy rara vez en la vida nacional. La diplomacia fue una de las áreas de gobierno que aprovechó de mejor manera el llamado bono democrático con el que llegó al poder Vicente Fox. Por primera vez ingresamos al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas queriendo estar ahí, no por accidente, como en ocasiones anteriores. En la relación con Estados Unidos, México se metió de lleno en el debate migratorio sin temor a que nos tildaran de injerencistas: se trataba en última instancia de apoyar y proteger a los millones de paisanos que viven en las sombras, en un limbo legal, en ese país. De no haberse atravesado los ataques terroristas del 11 de septiembre, la Casa Blanca estaba lista para enviar un paquete legislativo al Congreso para regularizar y otorgar más visas de trabajo a nuestros connacionales. Bush quería colgarse esa medalla, pero Al Qaeda torció la historia. De cualquier manera, en esos años se logró crear el Instituto para los Mexicanos en el Extranjero e implantar la matrícula consular para los paisanos. El tercer gran capítulo del periodo Castañeda fue el de los derechos humanos: si México quería avanzar en esta materia, tenía que ser proactivo en el plano internacional, por razones éticas, por buscar un rebote hacia la realidad mexicana y porque estar al lado de los países que los defienden proyectaba a México de manera distinta en el mundo. Aunque se enojaran los cubanos, los chinos y algunos otros, estos pasos permitieron que nuestro país fuese un factor de peso en la creación del Consejo de los Derechos Humanos de la ONU y que un mexicano ocupara la primera presidencia de ese organismo. El juicio que se hace de Castañeda, la opinión que se tiene de él, se basa a menudo en su personalidad explosiva, de enfant terrible, que él mismo se ha forjado. En Amarres Perros dedica una buena parrafada a criticar su forma de ser, en un acto de honestidad intelectual y como expresión de que entiende la manera como lo perciben los demás. Está claro que le preocupa más convencer que agradar o caer bien. La impaciencia por sacar resultados y más tarde impulsar su futuro político, le llevaron a dimitir del cargo de canciller, a mi juicio en forma prematura. No obstante, al lanzarse como candidato independiente a la Presidencia ganó un juicio al Estado mexicano en la Corte Interamericana de Derechos Humanos, con lo cual realizó una de sus aportaciones más relevantes. Ante la pobreza de la oferta política que hoy presentan los partidos tradicionales, las candidaturas independientes darían cierta esperanza y la posibilidad de construir un sistema político más competido. En esto, Castañeda puso una semilla que después, la legislación electoral y lo que él mismo llama la partidocracia, sepultaron en los hechos. Personalidades como la de Castañeda invitan a intentar caminos nuevos en este país, a recordarnos que no tenemos que seguir igual.

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