Castañeda: inteligente arrogancia

Inteligente y arrogante. Los primeros adjetivos que me vinieron a la mente cuando conocí a Jorge Castañeda Gutman hace décadas regresaron en estos días con la lectura de su autobiografía. La inteligencia está presente en cada paso de su vida, pero la arrogancia también.Supongo que el mismo deseo de Castañeda de escribir una autobiografía es producto de su elevada visión de sí mismo. No todo el mundo piensa que la vida de Castañeda tenga mucho que aportar, especialmente en un mamotreto de quinientas páginas. Pero yo debo reconocer que buena parte del libro, la estrictamente autobiográfica, se lee con facilidad e interés, aunque el libro no habría perdido mucho si el autor se hubiera saltado los pasajes en que nos imparte su sabiduría política.Castañeda podría haber sido uno de esos típicos representantes de la izquierda aristocrática mexicana que vemos con tanta frecuencia en San Ángel, Las Lomas y otros barrios ricos de la ciudad de México. Hijo de uno de los secretarios de Relaciones Exteriores más respetados del país, Jorge Castañeda Álvarez de la Rosa, Jorge chico creció en embajadas y en el Pedregal, estudió en el Liceo Francés con Ramón Xirau y después en Princeton y La Sorbona. Su ancla con una realidad más popular de México se la dio el barrio de Actipan, en el que solo vivió dos años pero que lo dejó marcado por siempre.Castañeda transitó por el Partido Comunista desde joven, pero cuando se le invitó a hacer trabajo manual en Cuba decidió que “la zafra no era lo mío”. Después de que José López Portillo nombró a su padre secretario de Relaciones Exteriores en 1979, Jorge empezó a auxiliarlo de manera improvisada en un principio y después de forma sistemática. Al final del sexenio el todavía estudiante, a quien su padre llamaba el “Chato” incluso en reuniones de alto nivel, se había convertido en uno de los asesores y confidentes más cercanos de Castañeda Álvarez de la Rosa. El papel de Jorge hijo como mediador en los conflictos de Centroamérica fue relevante. Eran, después de todo, los tiempos del orgullo del nepotismo del propio presidente. Los alarmados informes de la Dirección Federal de Seguridad sobre la peligrosa influencia del hijo comunista del secretario son una parte esencial de la autobiografía.Castañeda ha seducido siempre por su inteligencia y por su facilidad de palabra en español, inglés y francés. Se convirtió en el comentarista político favorito de temas mexicanos de medios como The New York Times, Le Monde, Newsweek y El País. Tenía relaciones cercanas con personajes tan contrastantes como Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez, Régis Debray y José Córdoba. Hubo un tiempo en que casi ningún medio internacional podía hacer un reportaje sobre México sin citar a Castañeda.Su vigorosa batalla contra el Tratado de Libre Comercio en el periodo de negociación y ratificación le ganó fama de intelectual disidente, aunque una vez que el tlc fue aprobado quiso cerrar capítulo y escribió: “Hoy el tlc es parte de la realidad del país: nos guste o no –y a mí no me gusta– es el instrumento que norma nuestra relación con el exterior y buena parte de la policía económica interna. Seguir combatiéndolo para procurar una abrogación me parece una lucha estéril, y al final no del todo sincera. Hoy hay que enfocar las baterías en el cambio, no en la reversión.”En Amarres perros Castañeda se presenta a sí mismo como un modernizador que rechazaba el conservadurismo y nacionalismo de la vieja izquierda mexicana, incluso en sus tiempos dentro del Partido Comunista. Si bien respaldó la campaña presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988, escribe: “Las posturas de Cárdenas me parecían inviables, y el programa modernizador de Salinas me atraía.”Esta bipolaridad era impulsada por su deseo de no seguir siendo un académico de torre de marfil sino un intelectual engagé, un político o, más bien, un estadista. En la campaña de 2000 trató de convencer a Cárdenas de respaldar a Vicente Fox en una alianza para sacar al pri de Los Pinos; pero cuando Cárdenas se negó, Castañeda apostó por Fox y ayudó a darle credibilidad en esos medios informativos e intelectuales internacionales en que se movía con tanta soltura. Por eso Fox lo nombró secretario de Relaciones Exteriores.El intelectual que se había quejado de la persecución de los gobiernos priistas, propuso en el gobierno de Fox que se preparara una lista de “posibles culpables” de corrupción “para consignar a unos y advertirle[s] a otros que el gobierno castigaría la corrupción comprobada del pasado”. Hay que reconocerle al presidente Fox que se negó a lanzar esta cacería de brujas. “Si hay culpables que se proceda judicialmente… No soy Dios para escoger a quién castigar y a quién no.”La alta autoestima de Castañeda se reflejaba en sus relaciones personales. “Conmigo, [Gabriel] García Márquez fue a la vez generoso al extremo, interesado, y mezquino”, escribe. ¿Por qué mezquino? Porque en marzo de 1988 Mercedes, la esposa de Gabo, le organizó a este una fiesta por sus sesenta años con sus sesenta mejores amigos y “Miriam y yo nos enteramos y nos sentimos por los periódicos”.De Elba Esther Gordillo, en un momento aliada, escribe: “Como amiga, he conocido a pocas mujeres semejantes: me dio posada en su anterior departamento en Polanco durante cinco años, pagando una renta mensual considerable, pero menor al precio de mercado.” Pero después concluye: “Nos usamos mutuamente. Fui su consorte y carta de presentación con la intelectualidad del país.” Castañeda se consideró traicionado porque la maestra no lo ayudó a lograr una candidatura presidencial. Esta candidatura, de hecho, se convirtió en obsesión: “Buscamos, con Nacho Yris y Fred Álvarez, arrebatarle[s] el Partido Alternativa Socialdemócrata y Campesina a Patricia Mercado y Alberto Begné para lanzar una candidatura conjunta a la Presidencia.”De Adela Micha, la periodista, dice que se hallaba “obnubilado por la compañía de un personaje público” y sentía un “encadenamiento pigmaliónico con una mujer de gran inteligencia e insuficientes instrumentos para aprovecharla”. Al final, sin embargo, quiso utilizar sus contactos en Televisa para lograr una presencia en televisión que facilitara su candidatura presidencial.Hay que estar agradecidos con Jorge G. Castañeda porque ha ofrecido en Amarres perros una autobiografía cándida, que no pretende ocultar sus defectos y que aporta en cambio un vistazo fascinante a un personaje inusitado: el asesor comunista de un padre canciller en un gobierno priista que se convierte en enfant terrible de la comentocracia y que cuando llega a ser secretario de Relaciones Exteriores descarta la Doctrina Estrada y fracasa en un valioso esfuerzo por lograr la enchilada completa de una reforma migratoria en Estados Unidos.Nadie puede culpar a Castañeda de tratar de esconder su inteligencia o su arrogancia en esta autobiografía. Al explicar por qué sus ideas han sido muchas veces rechazadas, el “Güero” explica: “Mi problema siempre ha sido el timing: me equivoco en el momento de tener razón.”

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