Campañas negativas e infantilismo democrático

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Las campañas negativas son una constante en las contiendas electorales contemporáneas: porque es más fácil criticar o denunciar que proponer; porque es más barata y accesible la crítica que exponer tesis programáticas complejas, y porque gracias a los medios modernos existe una gran cantidad de información.
La tentación para atacar al rival con calumnias o verdades a medias es grande. En un país poco acostumbrado a la democracia, al derecho y a la modernidad, se buscan leyes que prohíban estas campañas negativas, creyendo que lo que no sale en un spot simplemente no sale.
Esto revela un infantilismo democrático y se vuelve más absurdo cuando sucede en el contexto de dos características nuevas: 1) las redes sociales, que no son mas que un sustituto del boca a boca; 2) y que gracias a la reciente democratización, a la mayor independencia de los medios, y a la mayor presencia de medios extranjeros, hay más escándalos que nunca y más canales de difusión.
Por ello es ridículo buscar que el INE prohíba spots como los del PRD utilizando la figura de López-Dóriga, los del PAN denunciando a César Camacho por sus relojes y a EPN por las dimensiones de sus comitivas, o las del PRI atacando al gobernador de Sonora por sus propiedades. El tema no es si las acusaciones son ciertas o no; lo que importa es si estas prohibiciones son eficaces y democráticas.
No son ni lo uno ni lo otro: no son eficaces porque siempre habrá un nuevo escándalo que denunciar y porque cualquier spot bajado del aire puede ser subido a las redes. Y antidemocráticos, porque la mejor manera de evitar la difusión de mentiras es con verdades difundidas a través del mismo medio. Si es falso —como sé que lo es— que EPN haya llevado una comitiva de 200 personas a Londres, la mejor manera de combatir esa falsedad es informando cuántas personas lo acompañaron pagando su boleto y alojamiento, como fue el caso de mi hermano. La mejor respuesta que puede dar Camacho es deshaciéndose de los relojes o no usarlos mientras sea candidato.
Mientras sigamos de este modo, nuestros legisladores, afortunadamente rústicos, encontrarán nuevas maniobras para darle la vuelta a las leyes de la reforma electoral anterior, y los candidatos y partidos estarán buscando nuevas fórmulas para darle la vuelta a las que vienen. Todos perdemos una gran cantidad de tiempo, dinero e imaginación en esta búsqueda que se podría eliminar al entender que las leyes absurdas lo único que hacen es generar corrupción e ideas brillantes para violarlas.

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