Ícono del sitio Jorge Castañeda

Algunos nudos: Jorge G. Castañeda

Las memorias son un género que en México tiene poco arraigo. Son más comunes las memorias de los escritores o artistas plásticos, pero los políticos mexicanos rara vez escriben sobre sus tiempos durante el ejercicio político. Jorge Castañeda es una rara avis y su más reciente libro Amarres Perros así lo demuestra. Tomando como eje su autobiografía, en esta entrevista el doctor Castañeda profundiza en algunos aspectos sobre su vida personal: la relación con la prensa y los periodistas, algunos escritores icónicos así como amistades fundamentales.

Jorge Castañeda padre, abandonó la practica del derecho, a la que se dedicó desde su graduación en 1942, e ingresó al servicio exterior en 1950. Así comienza su vida en Nueva York, con el rango de vicecónsul en la representación mexicana de la muy nueva ONU. Ahí don Jorge trazó su destino, encontró el amor, doña Neoma Gutman, nacida en la Unión Soviética, traductora en la ONU —a ella le tocó la Primera Asamblea realizada en París en 1947— y madre de Andrés Rozental, fue la estrella de su camino.
La familia regresó a México en 1952 y un año después nace el primogénito de la pareja: Jorge Germán Castañeda Gutman. Parten a El Cairo. Tras diez años regresan a México donde permanecen seis años para después irse a Ginebra. Con 20 años en el servicio exterior, don Jorge padre tenía una visión muy clara de lo que eran las relaciones de Estados Unidos frente a América Latina y nuestro país. Un año antes de asumir la dirección de Tlatelolco, don Jorge escribió: “Descuento de todo y no doy ningún crédito a la buena voluntad, simpatía o consideraciones morales por parte de Estados Unidos, intempestivamente descubiertas o redescubiertas, que pudieran cambiar su actitud básica hacia México. Las grandes potencias actúan como grandes potencias. La naturaleza de nuestras relaciones mutuas depende esencialmente de la actitud y conducta de México”.1

La actividad diplomática de su padre, hizo que El Güero tuviera un interés especial y genuino por saber sobre la política y los países, pero el recuerdo más fuerte sobre su padre es su relación personal. “Mi padre fue muy tolerante conmigo, muy amigo. No era distante ni cariñoso. Me daba más o menos las líneas que él consideraba debían ser pero jamás cuestionó mis posiciones políticas, mis orientaciones profesionales. Me orientaba en las cosas que a él le gustaban, la parte más plástica de la cultura. Recuerdo mucho la cantidad de museos a los que me llevó cuando éramos jóvenes. Los libros que leímos. Y ya después, viejos, fuimos a muchas exposiciones, ya él muy grande pero todavía llegamos a ir a varias. Fue una figura muy gentil, muy amable, para nada dura”, dijo el ex canciller en una entrevista sobre su padre.2
La mirada no puede escapar de las pinturas sobre sus muros. Él lo sabe. “Me gusta el arte mexicano no muy contemporáneo, no muy abstracto, tengo un par de pinturas abstractas, pero prefiero comprar arte por el nombre del artista”, explica. Las escaleras que conectan a ambos niveles están decoradas por una serie de grabados de Pedro Coronel, el grabador zacatecano, hermano de Rafael, también pintor. La fuerza del pensamiento abstracto y sus trazos coloridos y precolombinos adornan ese muro. Es muy posible que sean de su etapa cromática.

Es una serie que viene de Relaciones Exteriores. Cuando llega mi padre a la Secretaria en 1979, vio que Santiago Roel García había comprado esta serie, compuestas por 200 piezas. Y las regalaba en navidad a sus cuates, claro, con dinero del erario, y quedaban unas diez, porque no alcanzó a regalar todo. Al verlas, le dije: “A ver, con permiso” y tomé las obras. Me faltaba la amarilla. Esa la compré. Pero por lo general compro arte por el nombre del artista. Esta es de un cubano, Gustavo Acosta —se refiere a una obra de gran formato que adorna todo un muro—, la gracia que tiene es que el capitolio que esta pintado no es el de Washington sino el de La Habana y las calles que rodean el capitolio son las típicas calles de Miami con su arquitectura semiespañola, es de un cubano que va y viene, como todos los cubanos.

De regreso en su sala, el doctor Castañeda recuerda:

Mi padre no era de regaños, no era su estilo. Recuerdo una vez en la que me llamó la atención y fue de forma indirecta, me mandó a decir con mi madre —ellos vivían en Ginebra, mi padre era embajador ante la ONU— yo tenía 19 años y estudiaba en Estados Unidos. Fui a visitarlos en la navidad e invité a mi novia en ese entonces a visitar Ginebra y a quedarse conmigo… en mi habitación. Mi padre se molestó, pero nunca me dijo: “Oye, este no es un pinche hotel”, nunca me lo dijo de forma directa, sino a través de mi madre, que esa vez me recomendó no hablar con mi padre pues la situación lo tenía un poco histérico.

 
Sergio Sarmiento escribió sobre Castañeda, que al finalizar de leer su autobiografía, dos palabras le vinieron a la mente: Inteligente y arrogante. “Producto de su elevada visión de si mismo”,3 la afirmación tiene algo de redundante. Todos tenemos una opinión muy buena de nosotros mismos. Eso es inevitable, responde el ex canciller. Hasta dónde se pudo traté de no tomarme en serio.  Es más divertido hacerlo así, tener humor sobre uno mismo.
Pero la afirmación del periodista es común a todos los personajes consultados para esta entrevista. Dos adjetivos se repetían: culto o cínico. Castañeda reflexiona:

Las dos cosas son ciertas. Lo de culto es siempre relativo. Culto, sí, pero comparado con quién. Conozco gente que tiene una cultura más profunda que la mía. Y cínico también, lo soy, bastante, a propósito de mi mismo, y apropósito de la vida y los demás. O como dice Sergio Sarmiento: Arrogante e Inteligente. Yo esperaba una crítica más enfocada en el libro y en lo que ahí cuento que a mi persona. Esperaba más ataques y no. He recibido muchos halagos, cosas muy elogiosas y favorables, reflexiones inteligentes con las que uno puede estar de acuerdo o no pero, que pienso yo, están hechas con buena voluntad.

El libro Amarres perros es una autobiografía donde el académico y político cuenta algunos pasajes de su vida personal, familiar, académica, política e intelectual. Historias salpicadas con muchas anécdotas y chismes.
En 1968 fue uno de los asistentes de la Marcha del silencio. “No me era ajeno el asunto. Fue un tema muy fundante para mi, pero no era un asunto generacional, porque yo era muy joven” confesó el doctor en una entrevista.4 Estudió su preparatoria en el Liceo Francés en México y después decidió irse a Cambridge, dónde se licenció como filosofo en la Universidad de Princeton, en 1973. Partió a París en donde continuó con filosofía en La Sorbona, al mismo tiempo estudió una maestría en Ciencias Sociales en la Ecole Pratique des Hautes Etudes, en 1975; se doctoró en Historia Económica en la Sorbona, en 1978. Un año antes había escrito su primer artículo para Le Monde, aunque lo firmó con seudónimo, fue sobre la renuncia de Carlos Fuentes como embajador de México en París. En esa época se afilió al Partido Comunista Francés donde conoció al filósofo y teórico Louis Althusser. Al filósofo Michael Foucalt. Convivió de cerca con Regis Debray, el intelectual que hizo la guerrilla en Bolivia junto al Che.
Su padre es nombrado Secretario de Relaciones Exteriores en el sexenio de José López Portillo y el joven Castañeda regresa a México. Comienza su militancia política en el Partido Comunista Mexicano, que salía de la clandestinidad, en donde el joven Castañeda fue parte de la corriente renovadora. Al mismo tiempo, alentado por su padre, practicó su propio internacionalismo, con sus contactos en la izquierda francesa que llegó al poder en 1981 con Mitterrand, participó en una iniciativa de pacificación en El Salvador, cuya guerra civil costaba miles de vidas humanas y apenas comenzaba.
El doctor recuerda esas anécdotas, junta sus manos, las lleva al mentón y cuenta:

En la vida nos vamos desencantando de muchas cosas que antes nos fascinaban. Mi desencanto con la izquierda mexicana se da cuando nos derrotan en el XIX Congreso en 1981, algunos me han reclamado en las criticas que hacen del libro, me dicen que ¿yo que creía?, ¿por qué no seguir la batalla por dentro?. Cuando ya has dado la lucha interna dentro de un Partido Comunista —y en mi caso era la segunda que daba— llegas a entender que es imposible ganar una lucha interna dentro de un PC. Terminas escindiéndote con una mayoría o minoría, pero jamás le ganas al Secretario General ni al aparato nunca. Me pasó en el PC mexicano y en el francés. Vi que no tenía sentido seguir insistiendo en eso porque íbamos a seguir perdiendo y así le fue a todos mis compañeros reformadores que se quedaron militando en el PCM. Perdimos porque ganó el aparato, los burócratas partidarios de mantener al PC dentro del molde tradicional con un poco de liberalismo que llamaban eurocomunismo. Ese fue mi desencanto con esa izquierda.

El autor de El Economismo dependiente, su tesis doctoral publicada en 1978 y de México, el futuro en juego —una selección de artículos y columnas publicados en Newsweek, The New York Times, Los Ángeles Times, Proceso, El País, Página 12—, aparecido en 1987, Jorge Castañeda conoció y se acercó al entonces secretario de Programación y Presupuesto, Carlos Salinas de Gortari, con quien sostenía reuniones no frecuentes, tampoco ocasionales.
Jorge G. Castañeda es un demócrata que tira más a la izquierda, así se definió en una entrevista que concedió a Raúl Cremoux.5 Al mismo tiempo, es un feroz crítico del sistema y de las hipocresías de nuestros sistemas. Sus artículos en el legendario Unomásuno fueron memorables. En ellos, el joven Castañeda escribía que el Partido Comunista Mexicano debía de renovarse, cambiar. Así, opinando cosas distintas, comentándolas de forma diferente, tenía repercusiones muy importantes.
Ahora el doctor Castañeda reflexiona sobre esa época de su vida, esa crítica a la izquierda:

Con el resto de la izquierda en México nunca me encanté. La izquierda en México fue y es el nacionalismo revolucionario del PRI. No hay más. Estando en la izquierda, antes como parte del MAP y toda la gente que se fue fusionando con el PC. Primero los del PSUM, y luego los que conformaron el PMS, menciono a algunos: Heberto Castillo, Rolando Cordera, todo ese sector —otra cosa es que sean buenos amigos en lo personal—, yo siempre detesté al nacionalismo revolucionario, para mí la idea de que pueda haber un nacionalismo revolucionario de izquierda era un contrasentido. Era el cardenismo disfrazado y siempre con elementos de subordinación al sistema al final del día. Unos se subordinaban más a ciertas cosas del sistema. Te decían: No estoy de acuerdo con la falta de democracia debido al PRI porque son unos desgraciados, pero, Pemex, pero, La No Intervención, pero, Los Sindicatos Charros, pero, El Ejido. Yo no estaba ni con Pemex, ni con el ejido, ni con la política de no intervención ni con los sindicatos charros, entonces mi choque con los partidarios del nacionalismo revolucionario era de todos los días. Sí la vemos hoy, 30 años después, más allá de los matices personales de quién le da la mano a Peña y quién no; es una izquierda idéntica a la de hace 30 años.

El joven Castañeda renunció al PCM y se acercó al Ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, a su Corriente Democrática. Desde entonces nunca militó en un partido pero sí mantuvo una relación personal, de amistad y de asesoría con el Ingeniero Cárdenas.
Carlos Salinas asaltó el poder mediante un fraude que nadie pudo probar pero que dejó percepciones claras de ilegitimidad. Es entonces cuando el doctor Castañeda decide alejarse de la política por un tiempo. “En 1993, viene mi alejamiento político, no personal  de Cuauhtémoc” —agrega Castañeda y continúa—, “un poco por lo mismo, es decir, es una izquierda irreformable”.
Su distanciamiento de la izquierda latinoamericana también se dio a principios de los noventa. Así navegó contra corriente, mientras los intelectuales en el mundo no se recuperaban del sismo que destruyó la idea del socialismo real, Castañeda era un feroz crítico de las izquierdas latinoamericanas.

Con los cubanos el distanciamiento vino cuando empecé a verlos operar en Nicaragua en 1979-80, ver cómo operaban en El Salvador en 1982-84, ver las barbaridades que hacían, y a partir de mediados de los ochenta, cuando ya se estaba desplomando todo el mundo socialista, ellos, en lugar de adaptarse, pues siguen en su cuento. Entonces publicó un artículo a principios de los noventa, después de la caída del muro que lo llamó El viejo y la isla, y fue reproducido por El País, Newsweek, Proceso y otros medios, en donde decía que Fidel ya se tenía que ir, y que todo su desastre también ya se había derrumbado.

Alejado de los dogmas, del izquierdismo, del cardenismo, del salinismo, Jorge G. Castañeda continuó su propia trayectoria, la de crítico del poder, la de promulgador de cambios. Para ello se valió de distintos medios: su trabajo docente y académico en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales en la UNAM, así como en distintas Universidades en México y Estados Unidos, y en general, sus reflexiones y escritura en medios mexicanos y extranjeros. Junto con Robert A. Pastor, examinó la relación bilateral en el libro Límites de la amistad. México y Estados Unidos. De nueva cuenta reunió sus materiales publicados y editó el libro La casa por la ventana. Fue un crítico ácido y puntilloso del gobierno de Salinas de Gortari, del Tratado de Libre Comercio, de la falta de un organismo nacional de Derechos Humanos. La única relación que mantuvo con el gobierno de Salinas fue con Manuel Camacho Solís, a quien había conocido en 1970 cuando ambos estudiaron en Princeton. Columnista de la revista Proceso, entonces dirigida por Julio Scherer, Castañeda usaba sobre todo ese foro para exponer sus luchas.
 
Escribe Julio Scherer sobre Castañeda: “Le apasionaba escribir y a escribir consagraría parte de su tiempo; le atraía la academia y a la enseñanza dedicaría parte de su energía; le interesaba viajar y viajaría. Rumiaba un libro sobre el Che Guevara. Pronto iría a Bolivia para emprender su camino y saber de él tanto como le fuera posible. Peregrinaría de la muerte del héroe a los orígenes de su aventura y de la odisea con Fidel Castro a los días radiantes de su gloria”.6 El periodista abría las puertas de su revista al ya muy experimentado Castañeda, quien recuerda:  

El periodismo militante que yo ejercía en Proceso fue en la época de 1988. Tenía el tema del fraude electoral, fue una causa que abracé y a usar la tribuna para eso. Luego otra causa fue el Tratado del Libre Comercio, ejercía periodismo militante. Es mucho decir periodismo, eran columnas militantes, no de partido, sino de causas, que tenían una cierta filiación con Cuauhtémoc Cárdenas y cierta filiación anti Salinas.

El doctor reconoce sin empacho: “Yo practiqué el periodismo militante en Proceso como columnista. Anteriormente en panfletos del PCM y eso”. Hace una pausa, suaviza y enfatiza con su voz:

El periodismo militante no se caracteriza por donde lo ejerzas sino de cómo lo haces. Me parece totalmente legítimo, no creo para nada en esa especie de limitante en que el periodismo tiene que ser objetivo, imparcial, no lo creo. El periodismo puede ser parcial, militante, no hay definición en mi opinión de que sí y que no. Prefiero que se identifique como tal. Que quien escribe o quién esta en la televisión o el radio o en internet, muestre claramente la camiseta. Que digan: Yo si soy un bloguero militante pro… de lo que quieras, por ejemplo, matrimonios gay, a eso me dedicó y entonces eso es más honesto y es posible entablar un dialogo con ese periodismo. Lo que no me gusta es el gato por liebre, es decir gente que pretende ser objetiva y que en realidad es militante o a la inversa, gente que pretende ser militante y en realidad no tiene causas definidas.

El tema del periodismo no es abordado en la autobiografía que escribió el ex canciller mexicano, sin embargo, es un tema al que le entra con arrojo: “El periodismo militante es básico dentro de la gama y oferta periodística en un país. No debería de considerarse mal que existan periodistas militantes, afiliados a un partido o causa o asociación”.

Hace una pausa, se acomoda mejor en su sillón y agrega: “Lo que debemos exigir es honestidad de quien hace periodismo. Si hay periodistas militantes, es válido, y uno puede entender sus escritos como causas, y entender que no les puedes pedir a esas gentes, es que sean sensatos, prudentes, ponderados, equilibrados, eso no va a suceder, porque son militantes. La gente de Humans Rigths o Amnisty hacen periodismo militante, escriben, publican o investigan denuncias sobre la censura, y la publican en la prensa, porque denuncia que no se publica en los medios, no sirve”.
Don Julio
“No hablo mucho de Julio Scherer en mi libro, explica Castañeda. No hablo de periodistas en mi libro”. Comenta que tuvo una relación muy cercana  de muchos años con don Julio. “Lo conocí, también, por la relación de él con mi padre. Fue muy amigo de mi padre. Mi tío Germán fue muy amigo de su esposa desde 1940. Yo empiezo a tratarlo en 1978, a mi regreso de París, y en seguida comencé a escribir en Proceso”, recuerda el autor de la Vida en rojo, la biografía de Ernesto Guevara.
A partir de entonces comenzó poco a poco una relación con el legendario periodista: “Con bastante cercanía y mucho afecto hasta el 2000, cuando entro en el gabinete de Vicente Fox. Primero, Julio se molesta, sin madrearme. Aunque Proceso me madrea sistemáticamente, él no lo hacia personalmente. Nos llegábamos a ver, no mucho, durante el tiempo que yo estuve en la Secretaria de Relaciones Exteriores. Cuando salgo, todavía permite él un par de portadas en su revista en donde aparezco. En 2006 quedo vetado en la revista, salvo una ventana en 2008 que es la aparición del libro que escribí con Rubén Aguilar, La diferencia. La línea era: de Castañeda nada, ni para bien ni para mal, nada. Todo esto dicho por la dirección de la revista a mí. Y confirmado por Antonio Jáquez, mi gran amigo en la revista durante todos esos años hasta que falleció en 2010″.
El académico, con la franqueza que le caracteriza, narra su “pleito” con Scherer:

Hace tres años, a instancias de Rafael Rodríguez Castañeda, desayuné con Julio, solos. Ahí le pude preguntar: ¿Cuál es la bronca Julio? Me miró con sus ojos verdes y respondió: Lo que tú hiciste fue imperdonable Jorge. Me ofreciste ser embajador de México en Chile en el gobierno de Fox. Y eso, Jorge, es imperdonable.
—Primero. Es cierto, yo te ofrecí la embajada, pero dime ¿Por qué es imperdonable?
—Es que me estabas comprando.
—No Julio, que chingados yo te iba a comprar, estás mal. No tiene que ver una cosa con la otra. Pero en todo caso, el momento de decir que era imperdonable, era entonces, cuando te lo propuse, cuando tu media novia de ese momento, Moy de Tohá, —la viuda de José Tohá, que después fue embajadora en Honduras y agregada cultural en México—, ella también participó en la proposición y Ricardo Lagos también ayudó. El momento de decir que era imperdonable, era entonces. Yo no hubiera insistido, solo dijiste que lo pensarías y dijiste que no.
No lo pude sacar de ahí. Según Scherer, yo lo había querido comprar. Yo no entiendo la ofensa. Entiendo que no haya querido, hasta que lo haya considerado una tontería de mi parte. Ese día le expliqué: Toda tu vida has querido estar cerca de Chile, tienes una amiga-novia chilena y hay democracia en Chile. Fue electo un presidente socialista chileno, que trabajó incluso con Allende. La tencha Allende, su viuda, te dijo de mi parte sobre el ofrecimiento. ¿Dónde esta la ofensa?
No pude sacarlo de ahí. No creo que haya sido ese el problema. María, su hija, no ha podido decirme tampoco que pasó. Tengo una relación muy buena con María.

Al hablar de esto, el ceño de desconcierto se dibuja en su rostro. Castañeda, con otro tono de voz narra: “Le tuve mucho cariño a Julio, mucho agradecimiento, por el apoyo, el espacio, por los consejos, por lo que me enseñó. Si hubiera escrito algo cuando él falleció —no lo hice por muchas razones—, no sé si me hubiera sumado a este coro de elogios e idolatría. Scherer tuvo muchas virtudes, aclaro, como periodista, en lo personal no me interesa decir nada, en lo periodístico tuvo muchas virtudes y muchos defectos, muchas cosas que a mi me parecían que estaba mal. Su periodismo no era militante, sino de denuncia, y a veces esas denuncias no eran válidas”.
De este episodio, don Julio escribió:

—A nombre del presidente de la República te ofrezco la embajada de México en Chile, país al que tanto quieres— me dijo en su mejor estilo Jorge Castañeda, canciller del naciente gobierno del cambio.
Yo me encontraba con Gabriel García Márquez, Carlos Monsiváis y Carlos Slim, invitados a una concurrida recepción que ofrecía el presidente Ricardo Lagos a funcionarios mexicanos, al personal acreditado en el país y a un pequeño grupo de amigos.
—¿Tú que opinas, Gabriel?
—Acepta y ya deja de joder. Tú te tomas unas vacaciones y nosotros disfrutamos de un descanso.
Monsiváis y Slim sonreían, ni siquiera expectantes, de buen humor, divertidos.
Volvió Castañeda:
—Pondríamos a tu lado a un funcionario de Relaciones. Él se encargaría de todo. Tú podrías viajar, escribir.
Dije que no.
La conversación quedó ahí. Luego llegó Monsiváis y hablamos de Chile, la prensa, el presidente Fox. Monsiváis se mostró escéptico frente al futuro mexicano y Slim habló con medio entusiasmo. En esas estábamos cuando apareció Ricardo Lagos.
En un momento, él y yo nos quedamos solos.
—Le debo una explicación, presidente.
—Dígame.
—El canciller Castañeda me hizo saber que el presidente Fox me ofrecía la embajada de México en Chile. También me indicó que, de parte de su gobierno, no representaría problema alguno el beneplácito protocolario y que aquí mismo podría iniciarse su trámite.
—Por supuesto.
—Debo confiarle, presidente, que no debo de aceptar distinción tan señalada, que agradezco y me honra. La razón es una sola: no puedo representar a una persona en la que no creo.
Lagos guardo silencio. No sé si fue prolongado o breve, brevísimo. Lo miré, sensible a su sonrisa. Escuché:
—Evíteme el comentario, don Julio.7

 
El periodismo resultó ser un tema sabroso. Jorge Castañeda dibuja algunas estampas de periodistas sobresalientes.
Sobre don Manuel Buendía:

Lo vi muy pocas veces en la casa de mi padre. O en casa de Andrés, mi hermano, que era muy amigo suyo y de Miguel Ángel Granados Chapa. Pienso que el periodismo que hacia Buendía era el periodismo que se podía hacer en el México de ese entonces. No se podía hacer más. Una columna diaria contando cosas, callando unas para que le contaran otras, para después publicarlas, era un juego relativamente transparente, honesto, apegado a la verdad, sin exageraciones, pero no era algo químicamente puro, para empezar, estaba en Excélsior, el de Regino. Sin embargo hacía lo que se podía en esa época.

Sobre Carlos Marín

Es ahora mi jefe, no voy a hablar mucho de él, lo quiero mucho. Es una relación de hace 30 años. Estoy trabajando con él y se trabaja muy sabroso con Marín, es un gran cabeceador. Cuando publiqué La utopía desarmada y estaba en Estados Unidos en 1993, presentaron el libro Carlos Fuentes y Alan Riding. Marín llegó y entonces estuvimos platicando y caminando por Nueva York horas y horas. Y él estaba friegue y friegue con lo de “tú, pinche güero”, y yo respondía, “órale, tú, pinche chaparro”, es decir, mucho cotorreo. Ahí, caminando por Nueva York, llegando al lugar donde se presentaba mi libro, platicó mucho con Fuentes y con Riding por largo rato.

Sobre Carlos Payán Velver:

A Payan Vélver lo quise mucho y yo creo que él me quiso mucho. Fue de las primeras personas que del medio periodístico que yo conocí, lo conocí gracias a Yuridia Iturriaga, hija de José Iturriaga, gran amigo de Payán. Yo entre a escribir al Unomásuno gracias a él, haciendo editoriales que no firmaba como columnas, hasta 1981. Fue muy generoso y elogioso conmigo. Hace rato que no lo veo, quizá 15 años. La última vez fue en casa de Luis Ortiz Monasterios. Yo le tenía mucho respeto a su oficio periodístico y a su muñeca política. Me publicó un libro en una editorial que él fundó, y fue el único titulo que publicó esa editorial. A mi me causaba intriga que fuera periodista y no escribiera. Él era el que manejaba el Unomásuno, no Becerra, que estaba en otras cosas. Nunca supe como podía llevar el diario día a día si no escribía.

Sobre Carmen Lira Saade

La traté mucho cuando ella era corresponsal en Nicaragua. La conocí cuando era la época de los salvadoreños, de los cubanos. Ella me buscaba mucho a mí cuando mi padre era Secretario, me buscaba para que la acercara a los gobiernos de Centroamérica. Lo hice con mucho entusiasmo. Nos reuníamos en su departamento muchas veces, estaba en la calle de Huertas, por José María Rico. Lira es una mujer muy militante, muy activista, obviamente muy rencorosa, muy vengativa, muy subordinada —es mi opinión— a los cubanos. Hizo algo muy raro, no hay muchos periódicos de regímenes democráticos donde ella, directora de La Jornada, escriba un editorial institucional de ese diario que dice que a partir de 2002 no se va a publicar una sola nota en este periódico sobre la Secretaria de Relaciones Exteriores y sobre el Secretario. Punto. ¡Esos son huevos eh! No suele suceder. Puedes estar en desacuerdo, o en contra o puedes pedir la cabeza, pero no puedes decidir dejar de informar, dejar de mencionar o nombrar. Me convirtió en el innombrable.

Sobre Enrique Krauze:

Tengo una relación de respeto y colaboración ocasional. Tenemos algunas convergencias en muchas cosas y de divergencias en otras, el tema Fuentes es una de ellas. Es una figura importante en el ámbito cultural de México.

Sobre los corresponsales extranjeros:

Los corresponsales son de quien los trabaja. Mi momento con los corresponsales fue hace mucho, incluso antes de entrar a la Secretaria. Ahora ese tiempo ya pasó. Por la diferencia generacional, además que es un tipo distinto los corresponsales que hay ahora con los que había en 1990. Ahora son más jóvenes, ahora tienen menos rango en su periódico porque el tema México dejó de ser importante. Pero los corresponsales hay que cultivarlos, hay que trabajarlos, como la tierra y ahora a mi me da mucha pereza hacer eso. Cuando me buscan hablo con ellos, pero yo no los busco, no los seduzco, no los cultivo, ya me da mucha pereza. La diferencia de la prensa extranjera y la nacional, desde mi perspectiva, es que la prensa extranjera no compite conmigo. No pasa nada si me mencionan en Los Ángeles Times, o en Le Unite. Ningún editor se va a meter en problemas si me mencionan. Y digo competencia en un buen sentido de la palabra, de rivalidad en el mediano sentido de la palabra y de envidia en el peor de sus sentidos. En México nadie habla bien de nadie, eso no se hace. En el medio académico o intelectual, eso no se hace, no promueves a nadie si lo puedes evitar, así es el gremio, así es el animal.

 
A pesar de que es una palabra recurrente en su biografía, la palabra amigo no es bien definida en su libro. El doctor Castañeda abunda:

Alguien me reprochó el usar demasiado en mi autobiografía la palabra amigo. Es tanta gente a la que conozco y a la que le llamo amigo que se diluyó el significado o la intención de la palabra, no lo sé. Creo que uno puede tener muchos amigos en la vida, yo los he tenido, vas perdiendo unos o porque se mueren o porque peleas con ellos o porque ya no se dan las circunstancias, vives en países totalmente alejados, cada quien agarró su camino y ya no hay mucho en común y luego puedes conocer y hacerte de nuevos amigos, incluso ya viejo. Mucha de la gente que más veo ahora, de mis amigos más cercanos es gente que empecé a ver hace 15 años. Ya a los 46 años. Ya viejo. La amistad no es un asunto de longevidad, o de intereses comunes o de solo de hacer cosas juntos. He tenido muchísimas amistades.

Grandes amigos de Jorge Castañeda son Roger Bartra, Carlos Marín, Joel Ortega. De éste último, es quizá su gran cuate, el que mas tiempo tiene de conocerlo: “Desde el 68, y es mi cuate, cuate, dice el güero con sonora sonrisa. A la fecha no nos vemos tanto. Puede pasar un mes sin vernos pero eso sí, no pasa una semana sin que agarremos el teléfono y hablemos como dos viejas una hora”.
Otra de sus grandes amigas fue Elba Esther Gordillo. Cuando Jorge Castañeda fundó junto con Demetrio Sodi el Grupo San Ángel, la Maestra Gordillo fue como su sombra. A cuanta reunión asistía el autor de Sorpresas te da la vida, ahí estaba Elba Esther Gordillo. Amistad nunca negada, la cercanía de La Maestra y El güero levantaba suspicacias. Los amigos del doctor y sus no muy amigos, corrían como broma el nuevo nombre del ex canciller: Jorguitud Castañeda.
Don Jorge sonríe ante el apodo y aborda el tema:

Elba Esther Gordillo, en el libro aclaro que me usó, pero también la use. Elba Esther es mejor amiga que aliada, es buena amiga, no es una buena aliada. Se equivocó mucho tanto con Vicente Fox y con Calderón como aliada, pues no supo distinguir entre los intereses gremiales del sindicato y su propia ambición política. No supo como traducir esa ambición y esa fuerza sindical en algo político serio. Salvo una pequeña coyuntura de la reforma fiscal con Fox en el 2003.

El doctor agrega: “Ella hizo el esfuerzo, recuerdo haberlo platicado con Salinas, a propósito de esto, que él estaba muy entusiasmado y trabajaba mucho con ella en esa reforma fiscal y me decía que es muy difícil que Elba se meta a la parte, ni siquiera demasiado técnica, digamos, semitécnica de una reforma fiscal porque no esta dispuesta a dedicarle el tiempo que necesitaría para estudiarlo. Es una mujer muy inteligente, si se pusiera a estudiarlo, lo entendería, lo que es imposible es tratar de entenderlo sin estudiar, y ella no quiere, ni quiso, y parte de que todo eso saliera mal fue por ella y esta actitud”.
Integrante también del Grupo San Ángel, el escritor Carlos Fuentes fue un gran amigo de Jorge Castañeda. Incluso, el propio Fuentes contaba el chiste de que “los únicos tres mexicanos que hablaban inglés correctamente era, Carlos Salinas, Jorge Castañeda y él”. El autor de Mañana o pasado rememora: “Lo conocí por medio de mis padres, fue muy amigo de mis padres. Mi padre, incluso, fue muy amigo del padre de Carlos Fuentes. Recuerdo que una vez, yo siendo niño, pasamos por Roma en 1965, donde el padre de Fuentes era embajador, y yo me quede en el hotel con mi hermano, Andrés. Tiempo después, mi padre entabla una amistad con Carlos Fuentes hijo. Imagino que en la Secretaria de Relaciones Exteriores, cuando Fuentes trabajó ahí”.
Pronto dibuja un trazo de su relación con el escritor:

Siempre tuve una relación de mucho agradecimiento con Carlos, era alguien con quien podía yo dialogar y él aceptaba platicar conmigo, pues yo soy 20 años menor. En cierto momento si pesa mucho la diferencia. Hubo momentos en los que yo le pedía un espaldarazo y siempre fue muy generoso conmigo. El siempre me hizo sentir como si fuéramos iguales, pero había una diferencia de edad, de prestigio, de talento, de renombre. Él nunca regateaba eso, al contrario, era un hombre muy generoso. Cada vez que él no podía asistir a un evento me lo decía y me ofrecía su lugar, claro, no me pagaban lo que le pagaban a él pero algo me pagaban y pues iba a toda madre. Tuve una relación cercana y amena con Fuentes.

Castañeda fue uno de los organizadores de la escultura-homenaje que se hizo en memoria de Carlos Fuentes, en Polanco. Una pérgola realizada por Vicente Rojo. Don Jorge explica: “Apenas terminamos de conseguir el dinero, Silvia y yo, el mes pasado, de lo que debíamos, cerca de 6 mil dólares. No se lo debíamos al artista, porqué él donó su trabajo para hacer la obra, pero por supuesto, los fierros cuestan y todo eso lo hice junto con Silvia y me siento muy complacido”.
En el libro de Amarres perros, Castañeda, aborda su affaire con el Nobel colombiano: con una relación amistosa de más de 20 años, de encuentros y desencuentros, don Gabriel le pide que conceda una entrevista a Ramón Alberto Garza, en ese entonces, director de la revista Cambio, propiedad de García Márquez. Castañeda era canciller de México y era la época donde la relación con Cuba era muy tensa entre ambas naciones. A la semana siguiente publican la entrevista y un articulo sobre el Canciller, la sorpresa fue la portada: una foto en primer plano de Jorge Castañeda con un balazo ¿Por qué nadie quiere al Güero? Esto molestó al Canciller, quien se comunicó con el escritor y después de unas frases, la relación concluyó. Ahora Castañeda puntualiza:

Tengo un resentimiento hacia él. No desmintió ni en público ni en privado la versión que doy yo de cómo me utilizó y utilizó a Ramón Alberto para quedar bien con los cubanos. Nunca lo desmintió. Yo hice público mi disgusto con Gabriel y él pudo haber dicho “no, no fue así”. Su actitud me dolió. Yo ya estaba curado de espanto hacia él pero de todas formas sí fue un golpe bajo que yo no me esperaba. Se me hizo una chingadera. Pero yo fui muy ingenuo. Y yo creía que había un afecto de su parte hacia mí. Ramón Alberto Garza me decía y me dice: “Para Gabriel tú eras como su hijo. Eras el más cercano”. Pues a lo mejor, yo lo frecuentaba mucho pero pienso que eso se lo podía hacer a cualquiera, cercano o no.

En 1990 ocurren una serie de amenazas a su secretaria. El doctor Castañeda era un duro crítico del salinato. En un principio, el tema fue abordado por el diario The New York Times en su portada, a partir de ahí, el tema escaló. Ahora esto parece ser normal, pero en esos tiempos, las amenazas sufridas a su secretaria, fueron un tema que le complicaba las cosas al gobierno mexicano. Don Jorge recuerda: “Con el episodio de amenazas en contra de una secretaria mía, que sale en primera plana del NY Times, de El País, en Le Monde, todo un escándalo internacional como lo de Carmen Aristegui. Algunos me atacaron. Es uno de mis recuerdos con más sentimiento que tengo hacia Héctor Aguilar Camín, porque sé que eso le costó”. Castañeda hace una pausa y narra:

Alguna gente y en particular Pepe Carreño Carlón, director de El Nacional en ese momento y del que después me hice muy amigo —entiendo muy bien que en ese momento él estaba haciendo su chamba—, empieza una campaña para madrearme con una mentira: Yo inventaba todo lo de las amenazas y en resumen, en varios artículos me dice, pues, que no mame Castañeda. Y Héctor le responde en una carta muy fuerte, publicada en El Nacional diciendo: “A ver, esto sí no se vale”. Yo sé que eso fue muy difícil para Héctor porque llevaba y lleva una muy fuerte amistad con Pepe, porque en ese momento estaba muy cerca de Salinas y porque no era fácil para él asumir una réplica tan directa contra Pepe Carreño. Le entró con muchos huevos. De esto ya han pasado 25 años, se dice fácil, pero un chingo de otros güeyes no lo hacen. Hoy es muy fácil hacerlo con Aristegui, hoy. Antes era más complicado.

 
Las huellas de Castañeda pueden rastrearse en su vida pública: durante el salinato acompañó a candidatos de oposición en su búsqueda del poder local. A Salvador Nava, en San Luis Potosí. A Porfirio Muñoz Ledo, en Guanajuato, donde conoció a Vicente Fox. Durante el gobierno de Zedillo, Castañeda contribuyó con un libro que pronto se hizo básico para todo estudioso del sistema mexicano: La herencia, un libro donde los ex presidentes de México, narran que el mito del dedazo no era mito, sino una verdad cierta y usada por todos los mandatarios en el poder. Poco a poco se fue acercando al gobernador de Guanajuato, Vicente Fox. Para 1999, estaba en el primer círculo del candidato presidencial del PAN y próximo presidente de México.

Amarres perros es un retrato donde el autor se desnuda, donde explica y reconoce desatinos. Nada común, ni entre los políticos ni entre los intelectuales de México. En alguna ocasión explicó: “Un hombre público no tiene vida personal. Y es lógico que no la tenga, que sea objeto de interés y curiosidad. Y en vista de que así es, yo no he tratado, en ningún momento, de esconder mi vida personal. Al contrario, he sido muy transparente. Es un costo que uno tiene que asumir por tener una presencia pública. Yo lo he asumido y he tratado de ser lo más abierto y, entre comillas, legal”.8 Con Amarres perros afirma lo dicho.
 
Abraham Gorostieta

1 De Castañeda a Castañeda. Miguel Ángel Granados Chapa. Interés Público. Proceso 1326. 31 de marzo de 2002.
2 Entrevista de Abraham Gorostieta. La Crítica. Número 51. Mayo de 2005.
3 Castañeda: inteligente arrogancia. Letras Libres, febrero de 2015.
4 Lideres Mexicanos. Tomo 16. Septiembre de 1997.
5 Una transición interminable. 21 testigos de la encrucijada. Raúl Cremoux. Editorial Lapizlázuli.
6 Estos años. Julio Scherer García. Editorial Océano.
7 La Pareja. Julio Scherer García. Editorial Plaza y Janés.
8 Castañeda frente al espejo. Entrevista con Antonio Jáquez y María Scherer Ibarra. Proceso 1430. 2004.

Salir de la versión móvil