Obama en caballo de hacienda

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Para muchos dentro y fuera de Estados Unidos, Barack Obama ha sido un enigma: gran candidato, espléndido orador, presidente pensante y primer mandatario ineficaz. En lo interno y externo, hasta hace poco, destacaban más sus frustraciones que sus escasos éxitos en el intento por adecuar la menguada fortaleza de la Casa Blanca en Washington y en el mundo a un entorno complejo y hostil. Ya no.
Esta última semana y media ha sido la mejor de sus seis años y medio en la presidencia. Logró triunfos merecidos, los unos, y ajenos pero asimilables los otros, en retahíla. Obtuvo, después de una primera derrota humillante, la autorización para negociar sin enmiendas (fast-track), acuerdos comerciales importantes en el Pacífico y el Atlántico. Por segunda ocasión, venció en la Suprema Corte a la oposición republicana y ultraconservadora a su reforma del sistema de salud (Obamacare); ya parece improbable que incluso un sucesor republicano pueda revertir la joya de la corona de su mandato.
La misma Suprema Corte, en un fallo histórico, autorizó los matrimonios del mismo género en toda la Unión Americana, mostrando cómo opinión pública, estados y Poder Judicial marchan de la mano cuando las instituciones funcionan. Ciertamente, Obama llegó tarde a los matrimonios gay, pero llegó; pudo reivindicar la sentencia como suya, y los grupos LGBT en Estados Unidos no se lo regatean.
Mañana concluye el plazo —que será extendido— para finalizar las negociaciones (dirigidas por EU) entre Irán y el P6 con el propósito de llegar a un convenio para enterrar el capítulo militar del programa nuclear iraní. Si John Kerry y sus colegas ministros de relaciones logran destrabar los últimos obstáculos —inspección sin previo aviso de sitios militares, ritmo de levantamiento de sanciones, tiempo de break-out del programa civil al programa militar al cabo de diez años—, Obama podrá anunciar un acuerdo que pasará a la historia.
Por último, pronunció uno de los mejores discursos de su administración: la oración fúnebre para los nueve muertos de Charleston, en la iglesia Emanuel, cercana a él y a su esposa desde hace años. Pudo tratar de nuevo el tema del racismo, sin las ataduras —psicológicas más que políticas— de su primer periodo, ya como en su campaña de 2008. Escribí hace algunos años que Obama podía ser un presidente negro o progresista, pero no ambas cosas; había tenido razón hasta ahora, pero empiezo a perderla. Que bueno. Para un presidente fallido o lame duck, no está mal.

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