Extradiciones: ¿somos iguales?

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Reforma divulgó minutas de encuentros entre funcionarios del gobierno con sus homólogos norteamericanos, celebrados entre 2013 y 2015, a propósito de las extradiciones. Resultan de gran interés los documentos, probablemente filtrados por las autoridades de México como respuesta al reproche implícito de Washington: si nos hubieran entregado al Chapo, no se hubiera fugado. Revelan la combatividad de los mandos mexicanos y su desconocimiento de EU.
Las tesis mexicanas para justificar el desplome en el número de extradiciones a EU en 2013 y 2014 se reducen a dos reclamos. 1) una vez extraditado un narco mexicano, Washington pacta con él, en algunos casos lo transforma en testigo protegido, en otros reduce su sentencia a cambio de información, la cual no comparte con las autoridades mexicanas. Todo indica que esto es cierto, y que el principal exponente de esta postura, Murillo Karam, tenía razón. 2) el reclamo del embajador Medina Mora se refiere a las solicitudes mexicanas de extradición, en particular de supuestos delincuentes de cuello blanco. Si EU no nos los envía, no les mandamos a nuestros narcos. También parece cierta.
Ambas tesis descansan en la idea de una simetría entre los dos sistemas de administración de justicia. Tú respetas los fallos del proceso judicial mexicano, no haces tratos con los extraditados ni menos aún buscas información que luego compartimentas. Yo te entrego a mis narcos en los plazos y condiciones que yo decida. En esto somos iguales, como lo somos también al solicitarte yo la extradición de empresarios o profesionistas acusados en México. Tú los entregas porque nuestra justicia es tan transparente, eficaz y “justa” como la tuya.
Eric Holder, el anterior procurador de Justicia de Obama, es un auténtico progresista americano. Habrá sabido del estropicio de Rápidos y Furiosos o no, se vea obligado en ocasiones a defender la pena de muerte (no a aplicarla), es alguien para quien la idea de que el estado de derecho mexicano y el norteamericano son equivalentes es absurda. Mandar a un mexicano de cuello blanco a su país de origen para ser juzgado es mandarlo al infierno. No puede aceptar la tesis de la simetría, aunque jamás se atreva a rechazarla ante sus colegas mexicanos.
Nuestros valientes representantes entablaron un diálogo de sordos, más sordos que nunca, ya que nuestro sistema judicial se encuentra más desacreditado que nunca, y su acendrado priismo no les permite decir otra cosa: somos iguales porque nuestras leyes son iguales, y nuestra justicia tan respetable como la suya.

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