Tres venganzas y castigos ejemplares

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Quizá haya similitud entre tres de las tragedias sucedidas en los últimos años en México: la masacre de los centroamericanos en San Fernando, Tamaulipas; la desaparición y evidente asesinato de los normalistas en Iguala y aledaños, y las víctimas del multihomicidio en la Narvarte.
Empezando por los hondureños, parece ser claro que los migrantes fueron ultimados por una razón: o contrataron a un pollero que no tenía derecho a utilizar esa ruta, u optaron por prescindir de uno y tratar de hacer la travesía por la libre. Cuando eso sucede, los polleros deciden no solo vengarse de quienes los desafían, sino recurrir a la táctica del castigo ejemplar. No solo matan a quienes intentaron prescindir de sus servicios, sino que lo hacen con saña para que nadie más se atreva a hacerlo. Las dos cosas van juntas: represalia y ejemplaridad. Cuando Rubén Aguilar y yo escuchamos esta explicación en Centroamérica, que ya muchos habían ofrecido en México y en EU, parecía lógica.
Si hemos de otorgarle verosimilitud a la tesis del quinto autobús que dio el GIEI de la CIDH, parece que estuviéramos ante un mismo fenómeno. De acuerdo con esa tesis, los 43 normalistas hubieran sido no solo asesinados, sino ultrajados, incinerados y desaparecidas sus cenizas, no tanto por confundirlos con narcos, sino por considerarlos artífices del robo de los narcóticos. Si en efecto por error secuestraron un camión cargado de goma de opio, resultaba indispensable no solo vengarse, sino hacer de ello un castigo ejemplar. De ahí de nuevo la saña y el horror.
En el caso de la colonia Narvarte, a pesar de las tesis aberrantes de Pen Club Internacional y del Comité de Protección de Periodistas, todo sugiere que sucedió más o menos lo mismo. Mile, de nacionalidad colombiana —y, Juan Ignacio Zavala, sí importa— parece haber sustraído a sus “legítimos dueños” una cantidad importante de cocaína. Los asesinos fueron enviados o decidieron por su cuenta si ellos eran las víctimas del hurto, ejercer la misma acción que los polleros de San Fernando o los narcos de Iguala: venganza y castigo ejemplar. Decidieron violar, torturar y matar a la colombiana. Por desgracia, resultó que en ese momento se encontraban otras cuatro personas que no tenían nada que ver con el asunto.
No afirmo que así sucedió, sugiero que tal vez sí haya una causa única en estas tres tragedias que podrían no tener nada que ver una con la otra, o tal vez sí. Moraleja: no te metas con el narco, ni voluntaria ni involuntariamente, ni consciente ni inconscientemente.

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