Fuerza pública

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El llamado monopolio del uso de la fuerza por parte del Estado es un atributo fundamental del mismo. En términos coloquiales, se trata de la capacidad de reprimir. Para ello son fundamentales varios ingredientes: la legitimidad para usarla, es decir, que la sociedad acepte que, frente a algunos retos, el Estado posee la legitimidad, la autoridad moral —no solo legal— y un grado de consenso suficiente para reprimir a movimientos radicales que interrumpen el orden público, que entorpecen u obstaculizan la comunicación, el buen funcionamiento de la economía…
Además de esa legitimidad, el Estado debe poseer la capacidad técnica, logística, de inteligencia y disposición de recursos para actuar con eficacia. Es decir, debe poder reprimir limpiamente, con violencia sin duda, pero sin muertos, de preferencia sin heridos, y, sobre todo, sin que la sociedad considere que se utilizó excesivamente la fuerza. La combinación de ambos atributos o capacidades del Estado es lo que permite ese uso monopólico de la fuerza o esa capacidad de represión.
Es obvio que el Estado mexicano no tiene lo segundo. Nunca lo ha tenido. Por buenas razones, que respaldo, desde los años 30 no cuenta con un Ejército, Marina o Policía Federal capaces de reprimir con calidad. Enhorabuena. Solo nos faltaba, además de todos nuestros problemas, contar con fuerzas de seguridad bien preparadas, armadas, formadas, con espíritu de cuerpo y orgullo profesional, que en los últimos momentos de los 50 o 60 se hubieran visto tentadas de tomar el poder. En su sabiduría intuitiva, el viejo sistema político del PRI supo mantener divididas, debilitadas, pobres y carentes de una estructura moderna a las fuerzas de seguridad.
Pero, ahora también, no tanto desde el 68 pero seguramente desde el 2001, el Estado parece carecer de la legitimidad social necesaria para reprimir. Hasta donde tengo entendido, Fox se resistió a usar la fuerza pública en Oaxaca contra la APPO en 2006. Calderón la utilizó en alguna medida contra la Compañía de Luz y Fuerza y el SME, pero nunca más que eso. Y Peña hoy se enfrenta a una situación de desorden en el país que quizás no se había visto en muchos años y ante la cual titubea en despejar carreteras, bloqueos, etcétera, y reiniciar la guerra del narco donde se había perdido, y en términos muy generales poner orden.
Cuando se llega a esta situación, ninguna solución está exenta de costos exorbitantes. Por eso, más que pensar en qué debe hacer EPN ante semejante caos que se está apoderando del país, lo importante pareciera ser diseñar para el próximo sexenio las medidas que le permitan al Estado mexicano utilizar su monopolio del uso de la fuerza, con eficacia, transparencia, de manera expedita y respetuosa de los derechos humanos. La única manera es construir esa policía nacional única, que desde la época de Zedillo disque se viene creando, y que al día de hoy sigue siendo totalmente incapaz de sustituir al Ejército o a la Marina.
gaceta@jorgecastaneda.org

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