Perder el norte

Jorge Castañeda

La construcción europea, la globalización y sus efectos y vertientes regionales de libre comercio han generado discusiones durante el último medio siglo. Sin embargo, se ha tratado de debates sobre la soberanía, la supranacionalidad, el anclaje de la democracia y del respeto a los derechos humanos; o bien, como en el caso de los efectos de la globalización en Estados Unidos, México y América Latina, la conversación ha tenido lugar solo entre la clase política.

Europa vive una tormenta perfecta. Coinciden la ira contra situaciones nacionales críticas o exasperantes, y un hartazgo con múltiples afrentas regionales. En Europa occidental y central, por parte de unos, con el desempleo, los refugiados sirios, las costumbres musulmanas, con gobernantes a distancia, y con una sensación intangible de pérdida de identidad. Por parte de otros, el hartazgo se dirige contra la discriminación racial y cultural, contra el desempleo de jóvenes marginados.

El resultado del Brexit proviene de dos factores: un hastío o incluso repudio al statu quo simbolizado —de manera falsa— por la supuesta ola migratoria, por la dictadura de Bruselas que no permite a los ingleses conservar sus usos y costumbres, y una nostalgia por el imperio perdido. Estas premisas ciertas o falsas, no deben ni pueden ser ignoradas. Emergerán y se intensificarán en país tras país.

En Estados Unidos, sucede algo similar: la ira, que en ocasiones se transforma en desesperación, abarca desde la rabia de jóvenes negros que no aceptan los excesos de policías blancos, hasta la de “anglos” blancos indignados por el discurso “anti-cop” de los manifestantes. Se extiende a quienes han tenido que canjear un buen empleo en una fábrica de automóviles por otro en McDonald’s, de Latinos hartos de vivir en las sombras y ser objeto de redadas, y racismo, y de “white old men” que no comprenden porque en sus comunidades se habla un idioma extraño. Concluye con el creciente miedo de verse expuestos a un atentado de origen islámico de un tipo u otro.

Cuando el conjunto de estos hartazgos encuentra solo “más de lo mismo” en el gobierno y en la vida, quienes los padecen pueden perder los estribos. Cuando Conservadores y Laboristas en Reino Unido ofrecen la misma tibieza ante la migración o los mediocres servicios públicos y la austeridad, los votantes enloquecen y mandan todo al diablo. Cuando Demócratas y Republicanos estadounidenses proponen a Clinton y a Bush (no los de 1992 sino los de 2016) como única solución ante una recuperación económica raquítica y una confrontación social creciente, los electores tiran para el monte.

Ahí está Trump y su “Make America great again” que apela a los peores sentimientos de la gente: el miedo a lo externo (vía migrantes, importaciones y desplazamiento de empleos a otros países), el racismo, y la añoranza de una edad de oro. También conecta con coraje frente a una situación económica y social en pleno deterioro, caracterizada por la desigualdad a pesar del retorno al crecimiento. El traslado de puestos de trabajo a otros países, resuena con la gente. Poco se ha hecho para ayudar a estas víctimas de la globalización.

En México, las elecciones, encuestas y anécdotas confirman el mismo hartazgo. Solo que se vuelca contra la corrupción, la prepotencia de magnates y funcionarios, la incompetencia y mentira gubernamental. La mediocridad que se vive ha creado un sentimiento contra el sistema que se alimenta de escándalos de corrupción por parte del gobierno, así como de nuevas violaciones a derechos humanos y de la violencia creciente.

En México la globalización nunca se debatió. Las políticas necesarias para aminorar los efectos negativos, nunca se implementaron. Tampoco se diseñaron o adoptaron medidas para paliar esos efectos negativos, por ejemplo, los precarios salarios del sector manufacturero y de exportación. El país entero está ahora pagando ese precio.

Si en México lo único que se le propone al electorado es de nuevo un Peña Nieto recurrente y la re-elección disfrazada con la esposa de Felipe Calderón, es altamente probable que el país opte por algo que no parezca ser más de lo mismo, aunque lo sea: López Obrador. Si lo es o no, tanto en México como en Europa o EU, casi no importa. El hartazgo, como la naturaleza frente al vacío, aborrece el “más de lo mismo”. En ausencia de otra cosa, quienes están hartos pierden el norte. No nos sorprendamos si en el 2018, México elije a un presidente con las mismas tendencias que el de Estados Unidos o Gran Bretaña.

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