“Town Hall”: buena idea, mal momento

Jorge Castañeda

Las buenas ideas les surgen a distintas personas en distintos momentos. A veces sucede como consecuencia de una comunicación previa, a veces a raíz de un acontecimiento “disparador” que desata un proceso posterior de reflexión semejante al que vivió el primer “inspirado”.

Es en parte el caso del informe presidencial en formato Town Hall que realizará Peña Nieto, en lugar de los ritos anteriores: ante el Congreso, que duró hasta 2005, o en Palacio o un equivalente, después.

En 2013 almorzamos un amigo y yo con Aurelio Nuño. Escuchamos las dificultades que la ley electoral imponía a EPN para vender sus reformas a una opinión pública escéptica. Advertí que una de las vías alternas consistía en la conferencia de prensa presidencial cada mes o dos sobre todos los temas, pero que parecía que dicho formato o no se le daba a EPN o su equipo pensaba que no se le daba. Tan no se le da, que no ha celebrado una sola en casi cuatro años de gobierno, aunque los medios se lo han perdonado. No así la comentocracia, que le pega sin la menor misericordia, aunque no necesariamente por eso.

Ante este dilema, emergió en la mesa la idea del Town Hall Meeting, una tradición anglosajona que en EU se remonta a la era colonial. Se parece en algo al cabildo abierto iberoamericano. En su versión contemporánea, descansa en una fórmula sencilla.

Una empresa de mercadotecnia o de opinión conforma un grupo representativo del universo deseado —el país, un estado, un sector electoral como mujeres, jóvenes, hispanos, afroamericanos, adultos mayores— de determinadas dimensiones. Se detectan los temas más vigentes —empleo, guerra, drogas, matrimonios gay, corrupción— y se preselecciona a un grupo de interlocutores del candidato o funcionario electo. Casi siempre hay un moderador y el esquema permite un diálogo de algún modo entre pares, directo, fresco, sin ser agresivo o peligroso para el invitado.

Si Peña hubiera optado por este formato desde entonces, el silencio de Los Pinos nunca habría existido. Pero al recurrir ahora a este esquema, sin haberlo entendido bien, lo van a echar a perder. La discusión ya no es sobre si es una buena opción o no. La crítica se volcará sobre el aspecto “a modo” de puros jóvenes “sistémicos”. Insistirá en la irreverente ruptura con el rito del informe, sustituyéndolo con un recurso extranjero (peor: gringo). Buena idea, mal momento, mala ejecución. ¿Les suena?

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