El oso insular

Jorge Castañeda

Con los cambios de esta semana, en un pequeño pero decisivo segmento del gabinete presidencial, Enrique Peña Nieto se queda con pocas cartas para la selección del candidato del PRI a la presidencia. Más aún: se queda con una sola, si no cambia de baraja.

Se llama Osorio Chong, que la ha jugado con habilidad y audacia. Nada está escrito, pero por eliminación o descarte, el secretario de Gobernación se ha transformado en el único candidato viable en este momento. Como, además, ya había despuntado en las encuestas desde antes, y EPN dispone de poco tiempo para inventar a alguien nuevo (no es cierto que todo se resuelve en la campaña al final), parece difícil que no sea el aspirante priista. Si suponemos que también podrán figurar en la boleta Andrés Manuel López Obrador y Margarita Zavala de Calderón o Ricardo Anaya, y quizás Miguel Ángel Mancera y un independiente, ya podemos comentar una de las características de la contienda de 2018.

Pero antes, dos consideraciones. Desde 1988 el país vive en medio de dos curvas que se mueven en dirección opuesta. La primera es la curva ascendente de apertura al mundo y la creciente sensibilidad de la economía, la sociedad, el sistema político y hasta la coyuntura política ante lo que acontece fuera de nuestras fronteras. La segunda es la curva descendente del “mundo” (no los logros ni el desempeño) de nuestros mandatarios: Salinas más que de De la Madrid, pero Zedillo menos que Salinas, Fox menos que Zedillo, Calderón menos que Fox, y Peña Nieto menos que Calderón. La mejor prueba es el escándalo Trump/Peña/Videgaray: un factor externo trastoca la sucesión presidencial y la (im)popularidad del Presidente. Sucedió antes: en 1981 López Portillo perdió a Díaz Serrano, como posible candidato a sucederlo, gracias a la caída del precio del petróleo y a sus propios errores al reaccionar ante ella. Pero era otro mundo, y otro México.

El dilema de 2018 es que la curva descendente sigue cuesta abajo, y la incidencia de los factores externos sigue creciendo. Para 2018 México será uno de los países más sensibles al resto del mundo… en el mundo. Comparable apenas a algunas naciones europeas, Japón y quizás Chile. Sin embargo, los prospectos para 2018 son más insulares (por no utilizar otros términos más ilustrativos, pero quizás peyorativos) que nunca. Un ex gobernador de Hidalgo, una ex primera dama, dos ex regentes de la Ciudad de México, uno de ellos oriundo de Tabasco y nacido en el siglo diecinueve: la caballada no está flaca, pero si muy rústica.

Todo esto para enfrentar a Trump, tal vez, o a una Hillary Clinton poco propensa al apapacho de México, a diferencia de su marido. Y, sobre todo, para conducir al país en un mundo cada día más convulso, con cada vez más incidencia en México, y para el cual estamos cada día menos preparados. La debacle de la semana pasada —más lo que ha seguido y quizás seguirá— encierra muchas explicaciones, pero una de ellas consiste en la insularidad de nuestro Presidente. Pregunta a las élites mexicanas que mandan demasiado en este país: ¿queremos seguir con estos osos?

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