Segundo debate

Jorge Castañeda

De no haber sido por la divulgación del audio y del video de Trump hace 11 años hablando de las partes íntimas de las mujeres, y de su impulso desenfrenado para besarlas y lograr todo lo que quisiera en su trato con ellas, probablemente el debate de anoche entre él y Hillary Clinton le hubiera ayudado a reposicionarse. No ganó el debate pero ante su desempeño lamentable en el primer encuentro, hubiera podido sacarle mucha ventaja al empate o a una ligera victoria que habría sido la suya.

El problema con la elección en Estados Unidos hoy es que, por un lado, Trump es un candidato patético. Solo a Videgaray y a Peña se les pudo haber ocurrido que había que apostarle a su triunfo. Yo le aposté
a que sería el candidato republicano, pero negué a hacerlo a que ganara la elección presidencial. Sin embargo, lo que nadie puede entender, y la propia Hillary Clinton así lo ha dicho, es por qué ella no llevaba antes de este último escándalo, una ventaja inmensa. Abundan las explicaciones de por qué no quiso descabellarlo (metáfora taurina apropiada) en este debate.

Se entiende que no quería correr riesgos. Se entiende que hasta en un caso extremo prefiera que él siga como candidato ya herido de muerte, y que no lo vayan a cambiar por otro. Se entiende por fin que no quiso provocar un sentimiento de simpatía entre los seguidores de Trump por hacer leña del árbol caído. Aunque en política de eso se trata: toda la leña de cualquier árbol caído.

Me quedo con un mal sabor de boca. Clinton debiera estar arroyando. No lo hizo anoche. No lo está haciendo del todo en las encuestas. Creo que va a ganar, pero que algo así como 47 o 48% de los estadunidenses va a votar por un loco, misógino, racista, aberrante. Es una desgracia.

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