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Rústicos lugares comunes

El Financiero

Jorge Castañeda

Entre las pocas convergencias que han surgido entre mexicanos en los últimos meses a propósito de la llegada de Trump y de nuestra relación con Estados Unidos figura la sensación de que no hemos pensado bien nosotros mismos dónde estamos. No debió habernos sucedido esto, o debimos haber hecho algo para que, de suceder, no nos afectara tanto. Pues bien, van un par de reflexiones de lo que podríamos hacer para pensar bien la negociación con Washington y cómo concebir nuestra relación con los vecinos.
En primer lugar, la clase política mexicana debe abandonar, hasta donde sea posible, el recurso a palabras como soberanía, respeto, dignidad, o firmeza para describir cómo vamos o debemos tratar con Estados Unidos. En vista del inverosímil provincianismo e ignorancia de nuestra clase política, y de las limitaciones intelectuales de muchos de nuestros gobernantes (Peña Nieto es sólo el ejemplo más reciente), cuando un político mexicano dice que México es un país “soberano” y que va a negociar con “dignidad” con Washington, pero exigiendo “respeto”, existe el serio peligro que ese político piense que está diciendo algo dotado de algún contenido. Corre el peligro de que piense que… está pensando.

En lugar de tratar de entender los retos que enfrenta (en materia comercial, migratoria, de seguridad, regional, multilateral) el presidente, diputado o senador que aclara que habrá “firmeza”, únicamente está abdicando de su responsabilidad de explicarle a la sociedad mexicana lo que en realidad sucede. En un país donde la gente está tan poco expuesta a información y experiencia en esta materia, es casi criminal decirle al mexicano de a pie que no pasará nada porque México es soberano. Lo puede creer el pobre, y no tiene cómo comprender que todos los países del mundo son más o menos soberanos, que México no es ni el más ni el menos soberano, que cada negociación internacional trascendente entraña cesiones voluntarias de soberanía de cada parte.

La segunda reflexión es la misma pero a propósito de otros, es decir, de quienes sí deben saber que están utilizando lugares comunes, banalidades o palabras huecas en cuanto a su contenido práctico. Una cosa es que los políticos rupestres de nuestra partidocracia no tengan de otra; otra cosa es que palabras tan simples como la defensa de la soberanía, o de los intereses mexicanos, o de la patria, etcétera, sean válidas en determinados momentos para despertar o agudizar un nacionalismo latente y necesario; y otra cosa más sea que en el lenguaje diplomático en ocasiones el empleo de esos términos puede ser útil. Pero algo muy distinto es escuchar a un especialista decir que México es un país soberano y por tanto va a salir adelante de la próxima negociación con Donald Trump.

En realidad, cuando altos funcionarios o especialistas dicen semejante cantidad de barbaridades, y saben que lo son, están llevando a cabo una doble traición. La primera es con sus jefes, cuya rusticidad no les permite entender que no se trata de lineamientos verdaderos sino simplemente de rollo. La otra es con la sociedad mexicana a quienes finalmente ellos son los que le explican qué sucede, ya que su jefe no lo puede hacer. Se puede estar en desacuerdo con propuestas que se han hecho sobre qué y cómo se debe negociar: en paquete o no; con líneas rojas o no; con una posición de rechazo de entrada a las principales demandas de Trump o no. Pero sustituir estas disyuntivas por apelaciones a los sentimientos más simplistas de la sociedad mexicana, y a la retórica más fatigada de la clase política mexicana es peor que una irresponsabilidad: es una tontería.

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