Jorge Castañeda
A principios de año, tuve la oportunidad de compartir –con algunos altos funcionarios del gobierno– una sugerencia para imprimirle un sello distinto a la política exterior de México, bajo la nueva conducción de Luis Videgaray. Pensé que se podría profundizar, e incluso radicalizar, el cambio que ya había introducido Claudia Ruíz Massieu frente a la postura pusilánime y troglodita de los primeros dos años del sexenio de Peña Nieto. Durante ese periodo ni siquiera la subsecretaria encargada de América Latina se dignó a recibir a cualquiera de los dirigentes de la oposición democrática venezolana, ni los radicales como Leopoldo López, en esa época aún libre, o María Corina Machado, o a los más moderados como Capriles. Ruiz Massieu rompió con ese esquema al recibir a la esposa de López, y al adoptar una postura más firme, más comprometida con la defensa de los derechos humanos y de la democracia en Venezuela, en foros como la OEA. El nuevo equipo de Relaciones podía, en mi opinión, dar un par de pasos adicionales.
El primero consistiría en buscar un acuerdo con los nuevos gobiernos de Brasil y Argentina para invocar la Carta Democrática Interamericana, y en particular su capítulo 18, a propósito de la ruptura del orden institucional en Venezuela, aun corriendo el riesgo de que o bien no alcanzaran los votos, debido a la posición venal, pero comprensible, de las islas del Caribe en manos de Maduro, o de que Venezuela y los demás países del Alba se retiraran de la OEA. Pero además se podría realizar el gesto simbólico, pero expresivo y contundente, como todos los buenos gestos, de que el presidente Peña Nieto recibiera en público a Lilian Tintori. Se trataría del escalón siguiente después de que la hubiera recibido la canciller anterior y enviaría una señal incontrovertible sobre la mayor claridad del nuevo grupo al mando en la SRE.
Probablemente porque les ganó la agenda, porque se la pasan de evento en evento –el día del ingeniero, el día del albañil, el día del niño, del padre, de la madre y de cuanta idiotez se les ocurre–, no se organizaron para llevar a cabo el encuentro con Tintori. Era muy fácil. Las personas que la asesoran y la ayudan en México estaban dispuestas a responder en un par de horas a cualquier invitación que se le hiciera por parte de Peña Nieto. Simplemente se les pasó, a menos de que hayan decidido conscientemente no hacerlo.
No se puede descartar esa hipótesis, porque es factible que Peña, por lo menos, haya pensado que si se reunía con la esposa del dirigente opositor encarcelado, Maduro empezaría a despotricar contra Peña por cuanta imbecilidad se le ocurriera al presidente venezolano, que se le ocurren muchas por cierto. En esta hipótesis, Peña, lo último que querría es abrir un frente adicional. De ser cierto, esta actitud volvería a la posición acobardada de los primeros dos años del sexenio. Con la pequeña diferencia que entonces era presidente de Estados Unidos Barack Obama, y ahora es Donald Trump.
A Peña se le fue la oportunidad. Trump recibió a Lilian Tintori en la Casa Blanca, hace unos días, donde se tomó la foto con ella y donde fue ella una de las primeras personas de relieve en ser recibidas por el nuevo presidente. Ya Peña no puede hacer lo mismo, porque la jauría chavista en México y en Venezuela no dejaría de gritar que Peña solo recibió a Tintori porque Trump se lo pidió, se lo exigió o por simplemente copiar la decisión de Trump para quedar bien con él. Por tanto, ahora parece difícil, si no es que imposible, que Peña reciba a Tintori o a Capriles, o a ambos, y, por tanto, se desperdició la oportunidad de marcar un rumbo nuevo, por lo menos en materia de política latinoamericana en lo que queda de este sexenio. Una lástima, pero hasta cierto punto previsible. No se puede gobernar con puros eventos y anuncios. De vez en cuando hay que hacer algo.