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Las habas de Trump y Peña Nieto

El Financiero

Transmitido en vivo en la televisión nacional, todos los secretarios del despacho norteamericano agradecieron al “señor Presidente” el privilegio, el lujo, el honor, el favor de haberles permitido servirle y, bajo su mando, al pueblo norteamericano, y lo felicitaron por su extraordinaria labor al frente de las instituciones norteamericanas. El propio Trump no se midió: afirmó que por lo menos desde Roosevelt, ningún presidente había sido tan productivo durante sus primeros 120 días como él.

Realmente se trató de un montaje deliberado, consciente y lamentable. Un triste espectáculo de bananerización de Estados Unidos. Se suponía que sólo en las repúblicas bananeras pasaban cosas de este tipo. ¿Qué horas son teniente?, le preguntaba el señor Presidente en México, o en Guatemala o en Paraguay o en cualquiera de los países latinoamericanos con dictadores de un tipo o de otro; contestaba el oficial del Estado Mayor Presidencial o su equivalente: “las que usted diga señor Presidente”.

Pero quizás lo peor de esta obligación colectiva a la que Trump sujetó a sus principales colaboradores –por cierto, no sólo del gabinete: Reince Priebus, el jefe de la Oficina de la Presidencia, quizás fue el más arrastrado de todos– fue la falta de dignidad de cualquiera de ellos. Se trata, en muchos casos, de personalidades que han tenido cierto éxito en su vida profesional antes de entrar al gobierno: militares, empresarios, algunos activistas de derecha en distintos ámbitos, en fin. La mayoría son de una gran mediocridad pero, en todo caso, no tenían motivos para sufrir la indignidad a la que los sujetó Trump. Ninguno se negó a participar en este teatro ridículo; ninguno renunció; ninguno se ausentó; todos bajaron a beber agua.

Tiene un fuerte parecido esta aberrante alegoría con lo que sucedió con el gabinete presidencial de Enrique Peña Nieto en el Estado de México. Sin tener la certeza de que haya contabilizado a todos, tengo entendido que nueve secretarios de Estado fueron encargados de subregiones en el Estado de México para llevar a cabo la estricta aplicación de las instrucciones presidenciales. Se trataba de ganar a toda costa, de asegurar que se robara poco, que se gastara mucho, que se regalaran todos los tinacos habidos y por haber, que se llevara a votar a todos los que podían votar por el PRI y que se disuadiera a todos que no lo iban a hacer, de votar, hasta donde fuera posible. Nueve secretarios de Estado, incluyendo a personas que, o bien por su cargo –Hacienda–, o bien por su trayectoria –Narro– debían haberse excusado de un comportamiento de esta patética naturaleza, pero al igual que con Trump, la mitad del gabinete presidencial apechugó. Ninguno renunció. Ninguno dijo que no. No sabemos si de los otros nueve algunos se negaron a participar en este juego inmoral, pero sí tenemos la certeza que los nueve lo hicieron de muy buena gana, hasta riéndose y divirtiéndose en los actos “multitudinarios” de acarreados del candidato Alfredo del Mazo.

Podrán presumir ellos que de algo sirvió: ganaron. Podrán justificarse alegando que a la larga todo el mundo se olvidará de su reprobable actuación, pero que todo el mundo recordará que Del Mazo venció. Y tal vez tengan razón.

Como tal vez tengan razón los integrantes del gabinete de Trump, al pensar, o decir, que poder hacer el bien desde la Secretaría de Comercio, de Finanzas, de Seguridad Interna, de Estado, o de Defensa, bien vale una breve humillación, aunque pase en vivo y a todo color en cadena nacional. Pero que quede claro: en todas partes se cuecen habas.

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