Jorge G. Castañeda
Comentaba en un artículo anterior que había una muy buena explicación por la cual Peña Nieto optó por reunirse con Donald Trump en Hamburgo hace unos días, pero que el gobierno no había querido dar, ni en público ni vía filtración, dicha explicación. Atribuía esa renuencia del régimen a la inexistencia en México de la costumbre de recurrir a plumas o voces autorizadas en materia de política exterior para dar explicaciones o información sobre una decisión en ese ámbito, sin tener que asumir la defensa de dicha postura en público. Quizás haya otra explicación.
Los últimos acontecimientos en Washington sugieren que la vida política de Trump puede no ser tan larga como él hubiera querido. No voy a repetir aquí lo que ya he sugerido hace algunas semanas, a saber, que la hipótesis más plausible sobre su salida de la Casa Blanca antes de tiempo ocurra por una renuncia suya a cambio de un indulto para él y para toda su familia. Sugería entonces que muy pronto quedaría involucrado en el escándalo de la relación con Rusia su hijo Donald, además, desde luego, de su yerno Jared Kushner, y en su caso su esposa Ivanka. Sí quisiera volver a otra hipótesis que comenté desde enero en estas páginas y que puede volverse más factible conforme avanzan las investigaciones.
Decía entonces, citando a un abogado amigo mío que conoce bien el tejemaneje de Washington, de las exrepúblicas soviéticas y de las altas esferas financieras e industriales alemanas, que el riesgo para Trump podía ser que Vladimir Putin se volteara un día. Esto puede estar sucediendo.
El razonamiento era, y es muy sencillo, sólo que ahora hay más elementos que lo avalan. Desde los años 90, los oligarcas rusos necesitaban encontrar maneras de sacar rublos mal habidos de su país, lavarlos en alguna parte y después disfrutarlos en inversiones “legítimas” en Occidente. Para ello recurrieron a todo tipo de ardides financieros, uno de los cuales, no necesariamente el más importante, fue prestarle dinero a Donald Trump en sus diversas aventuras empresariales de aquella época, en un momento en que nadie más lo hacía. Dichos préstamos tendieron a canalizarse desde los 90 y hasta finales de la primera década de este siglo a través de la sucursal de Deutsche Bank en Moscú, según esta versión, que desde luego no me consta.
Fue útil para Trump el poder disponer de fondos, que de otra manera no hubiera conseguido, ya que se encontraba al borde de la quiebra, y fue útil para la plutocracia rusa poder disfrutar de esa compañía, en todos los sentidos de la palabra. Es la lógica del video recién hecho público de Trump en una cena en 2013 durante el concurso Miss Universo en Moscú.
Ahora bien, en la medida en que avanzan las investigaciones en Washington, se acercan a temas que involucran a esos mismos oligarcas rusos; ya son innumerables los contactos entre personajes de la campaña de Trump y personajes y otros del gobierno ruso. El de la abogada dedicada a torpedear la ley Magnitski, que llevó a Putin a impedir la adopción por norteamericanos de bebés rusos, es sólo el último caso; habrá muchos más en los días y semanas que vienen. Es posible que llegue el momento en que la oligarquía rusa y el propio Putin decidan que el caldo de Trump les está saliendo más caro que las albóndigas de Obama, o de Hillary. Que toda la estrategia de Putin, que buscaba, casi a cualquier costo, que se levantaran las sanciones económicas contra su país, haya fracasado, pero no sin costo. El precio a pagar serían las revelaciones que empezarían a surgir en EU, y procedentes de las investigaciones del Congreso y del fiscal especial, de los vínculos entre la gente de Trump y los oligarcas de Moscú.
De ser ese el caso, a Putin le sobran elementos para tumbar a Trump o para comprometer a su familia –los dos hijos, la hija y el yerno– y evitar revelaciones desafortunadas. ¿Habremos llegado a esto? Probablemente no aún, pero no es imposible que nos estemos acercando.