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La viabilidad del Frente (III)

El Financiero

La viabilidad del Frente depende, en efecto, como tantos lo han señalado de buena o de mala fe, de su capacidad para escoger candidatos para los principales puestos de elección popular, empezando por la Presidencia, sin que se rompa, se desdibuje, o provoque la deserción de la suma aritmética de los votantes del PAN, del PRD, de MC y de las “divisiones del Papa”, que estarían en la sociedad civil organizada. Es cierto que se trata de mucho más que una candidatura; es cierto que el método, como comentamos en la anterior entrega, es importante; pero al final hay una candidatura que no es igual a las demás: me refiero desde luego a la presidencial.

Más allá del método, los dirigentes de los partidos que integran el Frente, más aquellas personas del resto de los sectores organizados de la sociedad mexicana –activistas, académicos, “intelectuales”, empresarios–, deben de enfrentar una primera disyuntiva de innegable complejidad. En el sistema político que tenemos, donde a pesar de la legalización de las candidaturas independientes, los partidos siguen conservando un virtual monopolio de la expresión electoral, son ellos los que tienen la sartén por el mango. Los partidos mandan. Yo seguiría prefiriendo que una candidatura independiente, externa por completo a los partidos, despuntara, se volviera competitiva, y les ofreciera una alternativa más radical a los partidos. Conservo la esperanza que la de Armando Ríos Piter cumpla ese propósito. Pero también es evidente que, salvo en ese caso, los partidos deciden. Por eso es tan importante la disyuntiva que confronta.

Pueden los tres, más en su caso a quienes inviten a participar en la decisión, optar por una candidatura partidista. En alguna medida sería lo más lógico y comprensible. Son ellos los que tienen los recursos financieros del erario, el tiempo aire, las estructuras, la experiencia de campaña, y son ellos entonces los que tienen todo el derecho a designar a un candidato partidista a la Presidencia de la República. De seguir este camino, es evidente para mí que se trataría de alguien del PAN, y con una seguridad casi total, de Ricardo Anaya. Y dicha decisión encerraría varias ventajas.

En primer lugar, movilizaría prácticamente a la totalidad de las fuerzas de Acción Nacional, con la posible excepción del pequeño grupo de calderonistas en el Senado y en algunos estados. En segundo lugar, le permitiría a Acción Nacional, sin mayores dificultades, compartir con el PRD y con MC otras candidaturas, menos atractivas, pero de gran importancia: 9 gubernaturas, las senadurías, las principales diputaciones, las delegaciones de la Ciudad de México y la Asamblea de la capital. Y se consolidaría la trascendencia de los partidos en las decisiones nacionales.

La desventaja de esta vía reside en dos dificultades. En primer lugar, que no es para nada evidente que los votantes del PRD y de MC –principalmente en Jalisco– votaran fácilmente por un candidato del PAN. Es posible que sí, pero también que no. La otra opción es más interesante y a la vez más problemática. Parte de un supuesto innegable y de un deseo en alguna medida descabellado. La premisa es sencilla: la sociedad mexicana está harta de los partidos, de los enormes recursos que se les entregan, de sus candidatos y de todo lo demás. Y el anhelo, en efecto iluso, consiste en pensar que estos tres partidos por lo menos tienen conciencia de ello y estarían dispuestos a renunciar a un derecho que tienen y que su fuerza les confirma: nombrar a un candidato suyo. De ser así entenderían que tanto por el hartazgo de la sociedad mexicana hacia ellos como por la probabilidad de que los votantes del PAN difícilmente votarían por un candidato del PRD, o viceversa, lo que más les conviene es un candidato(a) apartidista procedente de los más amplios espacios de la sociedad civil, que generaría menos conflicto entre los partidos y podría servir para neutralizar algo del rechazo generalizado a los partidos.

La desventaja de esta opción es que no abundan los aspirantes, y que los que hay pueden ser muy llamativos, en teoría, pero a la hora de hacer campaña no necesariamente los más carismáticos. Afortunadamente, todo parece indicar que tanto AMLO como cualquiera de los posibles candidatos tampoco lo son y que alguien que emanara de esta determinación de los partidos podría competirles seriamente a los demás.

Los dirigentes partidistas del Frente saben esto, lo discuten, lo negocian y lo procesan. Es imposible saber en este momento qué van a decidir. Lo que es un hecho comprobable por todos es que hay una clara conciencia de las disyuntivas, de los beneficios y los costos de cada uno de los caminos y de las consecuencias también de la decisión que se tome. Por esta última razón, el Frente es cada día más viable.

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