Jorge G. Castañeda
En un inteligente artículo del jueves, Carlos Elizondo establece un paralelismo entre la elección de 2000 y la de 2018. Compara las cifras económicas de ambos años y sexenios; coteja la popularidad de Ernesto Zedillo con la de Enrique Peña Nieto; propone otras comparaciones interesantes. Concluye, si entendí bien, que lo más probable es que ambas elecciones se parezcan mucho, y que por tanto es poco probable que el candidato del PRI hoy pueda correr una suerte distinta a la del candidato del PRI entonces, pero que no es del todo imposible que eso suceda.
Me gusta la comparación y quisiera agregarle algunos elementos a lo que describe Elizondo, y que pueden servir para complementar su análisis. En particular, quisiera agregar algunos datos e impresiones de la campaña de Fox y de cómo veíamos desde esa perspectiva la campaña de Labastida. Quizás no comparta del todo la tesis de Elizondo de que una de las diferencias entre 2000 y 2018 sea que Zedillo no se metió y que Peña se va a meter mucho. Zedillo sí se metió a fondo a favor de Labastida, pero hasta finales de mayo de ese año. Cuando se percató de la creciente probabilidad de que Fox ganara, efectivamente ganó una sana distancia, pero sólo hasta entonces. El problema de Labastida fue muy parecido al de José Antonio Meade hoy. Zedillo y el PRI no podían más que intentar constantemente influir en la campaña de Labastida, en los políticos que la operaban, y sobre todo en los candidatos que la acompañaban. Hubo varios momentos decisivos en la campaña, desde luego los debates al final terminaron siendo los más importantes. Pero quizás el verdadero momento de inflexión, que sí se notó en las encuestas, pero sobre todo en lo que los franceses llaman “el aire del tiempo”, fueron las famosas listas: “cuando estuvieron listas las listas”.
Me refiero obviamente a las candidaturas a diputados, a senadores, apenas por segunda vez a la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal, y algunas otras gubernaturas (menos que ahora). Por más que Labastida contaba con una larga experiencia en el PRI y en el gobierno –había sido gobernador de su estado y titular de tres carteras del gabinete–, no pudo desprenderse por completo de las injerencias de Zedillo y del PRI en las famosas listas. Su virtual coordinador de campaña, Esteban Moctezuma, siendo un joven político con ángel y vitalidad, siéndole leal a Labastida, lo era también en alguna medida a Zedillo: había sido su secretario de Gobernación y de Sedesol. Pero cuando surgieron los dinosaurios de siempre para las candidaturas a diputados y senadores, en la campaña de Fox vimos claramente que Labastida no tenía el margen para separarse realmente de Zedillo, y que eso era una de sus grandes vulnerabilidades, aunque, como lo dice Elizondo, la popularidad de Zedillo era muy elevada en ese momento. La de Zedillo: no la del PRI.
Al comprobar que podía seguir siendo factible y redituable pintar a Labastida de rojo, asociarlo lo más posible con el PRI, y dentro del PRI, con lo peor del mismo, muchos de cuyos representantes se encontraban en las listas, en la campaña de Fox se vio claramente que había una gran oportunidad para ganar. Y también comprobamos que no tenía mayor margen Francisco Labastida, que no era ni mucho menos lo peor del PRI sino quizá de lo mejor, para, ya sea acercársele más a Zedillo y sacarle más apoyo, o alejarse casi para romper con él. El dilema eterno de cualquier candidato del PRI se tuvo que resolver ya en condiciones distintas. Desde Manuel Ávila Camacho, designado por Lázaro Cárdenas, todos los candidatos del PRI se han distanciado en mayor o menor medida de quien “los hizo mujer”. Siempre provocó tensiones, de nuevo mayores o menores. Todos recordamos la anécdota de Díaz Ordaz, que en algún momento contempló la posibilidad de quitar a Luis Echeverría como candidato, pero que, en todo caso, ya una vez Echeverría presidente, cada vez que se rasuraba en la mañana y se veía en el espejo, se autoinsultaba con una palabra que no debemos utilizar en estas páginas. Pero una vez que hay contrincante, esa separación se vuelve prácticamente imposible. Fue muy compleja para Colosio –poco tiempo– y para Zedillo –mucho más tiempo– en 1994. Fue imposible para Labastida y todo indica que lo ha sido y lo será también para Meade. Entonces, quizás, 2018 se parece al 2000 también en este sentido.