Jorge G. Castañeda
En 2012, Enrique Peña Nieto aceptó una invitación de alumnos y profesores de la Universidad Iberoamericana para tener un diálogo con ellos en la sede de Santa Fe de dicha universidad. Como muchos recordarán, fue a raíz de aceptar esa invitación que pasó por uno de los momentos más difíciles, si no el más adverso, de su campaña presidencial de aquel año. Fue increpado, interpelado, criticado, abucheado y finalmente casi perseguido por los pasillos y los baños de la institución académica. No fue tanto por el mero hecho de haber ido, sino por haberse equivocado de público: querer afirmar una posición “de Estado” frente a los enfrentamientos de 2006 en Atenco, en lugar de mostrar comprensión y tolerancia con relación a los manifestantes en esos incidentes, por lo menos ante un público estudiantil.
Ahora, la Ibero vuelve a invitar a los candidatos, y Andrés Manuel López Obrador ha respondido que no acudirá a la universidad. Se entiende su renuencia a hacerlo. No tiene nada que ganar y mucho que perder. Su ventaja es grande, parece, según algunas encuestas; los estudiantes, de nuevo parecen, según varias encuestas, estar de su lado; y el riesgo de que se tropiece, balbucee, trastabille o francamente meta la pata en un diálogo espontáneo, de ida y vuelta, y poco organizado, es elevado. Es el peor escenario posible para López Obrador, y es muy entendible que se niegue a enfrentar ese peligro o, mejor dicho, ese auditorio. Serán muchos partidarios de los estudiantes universitarios, pero una cosa es tenerlos de aliados en las redes sociales, o en su caso en algunos mítines muy organizados, y otra es asistir a un encuentro con ellos en su terreno, no en la zona de confort de López Obrador.
En cambio, Ricardo Anaya tomó la decisión audaz y sin duda arriesgada de aceptar la invitación. Acudirá a la Ibero y sostendrá ahí el diálogo que deseen los estudiantes, seguramente negociado previamente en algunos de sus aspectos. Podrá así responder a sus preguntas, enfrentar sus dudas y críticas, y someterse a la posibilidad de que algunos sectores, ya sea partidarios de López Obrador, ya sea provocadores del PRI, busquen ponerlo en evidencia o “reventar” el evento. Sin duda eso no sucederá, ya que la inmensa mayoría de las autoridades, los profesores y los estudiantes de la Ibero respetan la libertad de expresión y las mínimas reglas de cordialidad y civilidad necesarias cuando uno invita a alguien a su casa.
De José Antonio Meade no sabemos aún si acudirá, si irá a la Ibero y, por tanto, es difícil vaticinar cuál será el desenlace de su asistencia en caso de que la hubiera. Sin embargo, todo parece indicar que tampoco se trata de un recinto apto para él, y muy probablemente buscará la manera de declinar la invitación. Tendría también mucho que perder, si las cosas salen mal, como es probable que salieran, y poco que ganar, ya que, si muchos estudiantes pueden albergar dudas ante Ricardo Anaya, prácticamente todos las albergan frente al candidato del PRI. No iría Meade a la Ibero sino el candidato del PRI, el colaborador y el delfín de Peña Nieto. Peores recomendaciones, imposible.
Ha habido momentos emblemáticos en distintas contiendas presidenciales, además de la de 2012, en varias universidades. Es posible que la visita de Anaya a la Universidad Iberoamericana sea uno de esos momentos. O tal vez termine por no encerrar mayor interés, ya que los medios posiblemente decidan, o bien ignorarla o bien enfocar toda su atención en los posibles incidentes menores o poco representativos que tengan lugar. Pero por lo menos Anaya lo habrá intentado. A diferencia de López Obrador, que cuya decisión se resume en dos palabras: “le sacó”.