Venezuela y Nicaragua: dos retos de arranque para AMLO

Jorge G. Castañeda

Los dos principales retos de política exterior ajenos a Estados Unidos que deberá enfrenar el próximo gobierno son los casos de Venezuela y Nicaragua. Obvio que la relación con Washington será, como siempre, la más importante. Huelga decir que los desafíos con Estados Unidos –desde la ratificación del nuevo TLC hasta las deportaciones en pleno auge, el muro que no desaparece, y la guerra contra el narco– dominarán la agenda. Pero el tema de estos dos países latinoamericanos encerrará una importancia –desde ahora y de manera creciente– que pocos hubieran imaginado hace uno o dos años.

Ambos casos revisten una importancia tanto interna como externa para México. De los dos países, por razones parecidas, huyen miles de personas: más de un millón, quizás dos, de Venezuela; miles, desde Nicaragua, de acuerdo con la nueva Alta Comisionada de Derechos Humanos de la ONU. Muchos de ellos –desde luego no todos, ni siquiera la mayoría– llegan a parajes mexicanos. La primera decisión que deberá tomar el nuevo gobierno es si resuelve darles el beneficio de la duda, en otras palabras, que poseen colectivamente un bien fundado temor por sus vidas y pueden permanecer en territorio mexicano mientras su expediente individual sea revisado. No se trata de un asunto menor. En los años ochenta México permitió la entrada de decenas de miles de guatemaltecos y salvadoreños huyendo de las dictaduras y las guerras en esos países. Aceptar la entrada de unos, acelera la llegada de otros. Sería ignominioso prohibir dicha entrada sólo porque los integrantes del nuevo gobierno mexicano guardan gran simpatía por los regímenes de Nicaragua y Venezuela: represores, corruptos y autoritarios.

Pero el reto no es principalmente interno. La situación en ambos países, y sus efectos regionales e internacionales, chocan directamente con los mantras de política exterior de López Obrador, repetidos incansablemente sin saber qué significan. Si nos atenemos a sus llamados principios de no intervención, etc. (el otro, después del fin de la descolonización ni siquiera es digno de mencionarse), no habríamos roto relaciones diplomáticas con Somoza, en 1979; no habríamos censurado a la dictadura de Pinochet –cuyo golpe de Estado recordamos ayer, como cada año– en repetidas ocasiones; no nos habríamos manifestado por una solución negociada a la guerra en El Salvador, en compañía del gobierno socialista de Francia, como en 1981.

Si nos hacemos de la vista gorda ante las violaciones generalizadas a los derechos humanos en Venezuela y en Nicaragua, por afinidad con esos gobiernos, disfrazando nuestra indiferencia bajo el manto de los fatigados principios, invitaremos a un bien merecido reclamo de buena parte de la comunidad internacional. ¿Ustedes se oponen a las violaciones a los derechos humanos sólo en países cuyos regímenes desaprueban? ¿O en ningún país les importa? ¿Y en México? ¿Es tan sencillo separar la situación mexicana de la de otros países?

En segundo lugar se debe reflexionar si de la noche a la mañana conviene abandonar a una serie de países (el Grupo de Lima, en lo tocante a Venezuela, el Grupo de Amigos de la OEA, sobre Nicaragua) con los que hemos trabajado desde hace más de un año. Es cierto que para eso son las elecciones. De la misma manera que Fox cambió radicalmente la política exterior de México en el 2000, porque ganó y advirtió que lo iba a hacer, AMLO tiene todo el derecho de volver al pasado y olvidarse de compromisos regionales, de sustancia y de modernidad. Más aún, al abdicar cada día más de cada una de sus promesas de campaña, cumplir las de solidaridad y cercanía con los gobiernos de “izquierda” en América Latina puede agradar a sus bases, que tal vez no vean con buenos ojos sus otras rectificaciones.

Nunca resulta buena idea hacer depender las posiciones que se adoptan en política exterior del logro inmediato de objetivos. México debe manifestarse, en distintos foros, sobre lo que acontece en Venezuela y en Nicaragua. Si eso es conducente a una salida aceptable a ambos conflictos, enhorabuena. Si no, ni modo. Pero el silencio en aras de la supuesta eficacia es como aquel escritor de enorme talento que nunca se pronunció sobre otra dictadura, porque prefería dedicarse a obtener la liberación de presos políticos encarcelados por esa dictadura. ¿Alguien le encomendó esa tarea? ¿El espíritu santo?

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