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El chantaje de los mercados

Jorge G. Castañeda

Si estuviera en México, iría a votar y lo haría a favor de Texcoco. Como ya he escrito en estas páginas, no comparto la avalancha de críticas dirigidas por colegas y amigos contra la consulta per se de la 4-T, aunque debo reconocer que los organizadores de la misma parecen haber hecho todo lo posible para desacreditarla. Trabajan para el enemigo.

Pero me irrita y me desconcierta mucho uno de los principales argumentos esgrimidos, también por colegas y amigos, a favor de Texcoco y en contra de Santa Lucía/Toluca/Benito Juárez. Se puede resumir en la advertencia estridente: “Aguas con los mercados”. Una columna tras otra explican cómo si López Obrador opta por Santa Lucía, se espantarán “los mercados”, se debilitará el tipo de cambio, subirá la tasa de interés, se pospondrán o se suprimirán inversiones. Además de la dificultad de saber exactamente quiénes son los mercados, y adivinar cómo se comportan, creo que decisiones de la naturaleza de la del aeropuerto deben tomarse a partir de otro tipo de criterios. Una vez tomada la decisión, en efecto conviene prepararse para atender las consecuencias de la misma: financieras, políticas, diplomáticas, hasta culturales. Pero los movimientos del tipo de cambio no constituyen los mejores consejeros para estas disyuntivas.

Además de estas razones, sin embargo, existe otra, más poderosa. Hoy, se recurre a la amenaza del nerviosismo de los mercados –real o petate de muerto– para oponerse a una mala decisión: cancelar Texcoco. ¿Y qué tal si mañana los mercados se muestran rejegos con una buena decisión, por lo menos a ojos de quienes integramos la comentocracia? Hoy es muy sencillo invocar el riesgo de una reacción negativa de los mercados ante Santa Lucía, por mil razones válidas: no se cumplen compromisos de un gobierno a otro; se tira dinero a la basura; no hay claridad sobre la viabilidad y el costo de Santa Lucía, etc. ¿Y si mañana los mercados, con buenas razones, se oponen a mejores causas?

Doy dos ejemplos, para no aburrir: la caravana y la legalización de la mariguana (y del cultivo de amapola). En ambos casos, como en muchos otros a lo largo de los últimos decenios, es muy probable que si México procede de una manera que desagrade a Washington, los “mercados” rechinarán. Pensarán –suponiendo que haya un sujeto único pensante– que un conflicto entre Peña Nieto y López Obrador con Trump, al no acceder los mexicanos a la exigencia norteamericana de impedir el paso de la caravana y deportar a los hondureños o ubicarlos en el equivalente de campos de concentración, sería dañino para los negocios. Habría represalias de la Casa Blanca, y eso siempre asusta a los mercados. Más aún, si como pienso yo, eso fue parte del arreglo con Trump sobre el TLCAN.

Asimismo, si AMLO sigue adelante con la propuesta de la legalización presentada por su colaboradores, y Washington se opone y reacciona de manera virulenta (recordemos la Operación Intercepción en la frontera en 1969), los mercados pueden molestarse seriamente. Y entonces, ¿qué hacemos?

En ambos temas, el conflicto con Estados Unidos, como tantos otros en el pasado, provoca, para empezar, la histeria y el rechazo de muchos empresarios mexicanos, siempre atentos a lo que dice la embajada o el Tesoro o el Departamento de Estado. En segundo lugar, los adeptos de este tipo de decisiones suelen movilizarse poco, mientras que los adversarios sí. No es una cancha pareja, ni de poder real ni de capacidad de cabildeo o movilización. No es un buen argumento el de los mercados, aunque sea cierto. Se revierte muy fácilmente, o se vuelve contraproducente.

Pensemos en otros temas análogos. Aborto, matrimonios igualitarios con plenitud de derechos, el tren Maya (que repruebo), la amnistía para determinadas personas, la reforma energética (con la que estoy de acuerdo) incluyendo la salida a bolsa de Pemex, la ratificación del T-MEC por el Senado, y muchas más: la supuesta reacción de los mercados no debe fungir como criterio. Debe ser tomada en cuenta para blindar la decisión –cualquiera que sea– y ponerla en práctica en las mejores condiciones posibles.

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