Unos países saldrán bien de esta crisis, y otros mal. Ya se han mencionado algunos que van a salir bien: Costa Rica, Corea del Sur, Alemania, Suecia, Dinamarca, Japón y Canadá, quizás Chile. Los que saldrán mal, ya sabemos más o menos quienes son: Estados Unidos, probablemente México y seguramente Brasil. Las diferencias se dan por la oportunidad de la respuesta, la solidez de los sistemas de salud, la cultura (el caso de Japón) y los recursos humanos y financieros invertidos en combatir al COVID-19.
Todos los países comprobarán, como lo dice Warren Buffet a propósito de las crisis financieras, que estas crisis son como el mar. Es solo cuando baja la marea que se sabe quién trae traje de baño y quién no. Esos países verán si su red de protección social o traje de baño era deficiente o no lo era. Por ahora, ya podemos afirmar que hay claramente tres países que comprobarán que esa red de protección social no estaba a la altura: Estados Unidos, México y Chile. Para este último país, el veredicto se publicó antes de la crisis: desde las movilizaciones del año pasado. En lo que toca a Estados Unidos, cuatro años de Trump y la campaña presidencial han servido para poner en evidencia las desgarraduras de la red de protección social: ya no sirve, salvo si se le inyectan, a título de emergencia, billones (mexicanos) de dólares.
Ilustración: Ricardo Figueroa
El caso de México es emblemático. La red de protección social no estuvo a la altura, y no sólo por y para esta contingencia. Se trata de un problema de muchos años, pero en esta ocasión se le se le vieron muy claramente las placas. Por eso es que lo más importante es que al salir de la crisis, procedamos a rediseñar una red de protección social, como lo ha sugerido, entre otros, Santiago Levy.
Para comenzar, en materia de salud, vimos que ni todos los mexicanos están cubiertos, ni están bien cubiertos los que cuentan con protección. Falta infraestructura, equipo, recursos humanos; ni existe una actitud adecuada de la sociedad. Abundan los comentarios en la prensa internacional sobre la manera en que los mexicanos agreden a los trabajadores del sector salud por miedo al contagio, en más casos que en otros países. La eliminación del Seguro Popular no ayuda, pero tampoco equivalía a una protección universal definitiva.
Vimos también las carencias en el tema del empleo. La falta de un seguro de desempleo o de un ingreso básico universal (IBU) hace que no tengamos cómo apoyar a la gente que pierde su empleo o que pierde su ingreso por encontrarse en la informalidad. Somos de los pocos países que carecemos de lo uno o lo otro; peor aún, ni siquiera se estableció un esquema provisional de IBU como en Brasil. Los programas sociales de López Obrador —o incluso los anteriores, desde Zedillo (Progresa), Fox (Oportunidades), Calderón (Setenta y más), Peña Nieto— así como los de López Obrador, desde sus arbolitos a los subsidios a los ninis, se dirigían a personas altamente necesitadas, pero no que habían perdido un empleo o ingreso inexistentes.
También lo vimos en materia de pensiones y guarderías. Este país está envejeciendo rápidamente y es un asunto cada vez más importante, tanto a nivel de los adultos mayores como a nivel de los niños de preescolar y guarderías, establecer un sistema de atención universal gratuita y pensiones dignas. Esto se volverá cada día más importante conforme se acerque la fecha en que comiencen a jubilarse los cotizantes a las Afores de finales de los noventa y que recibirán hasta un patético 22 % de su último ingreso, según algunos cálculos. En esto López Obrador tiene razón.
El tema de los infantes y niños es parecido. ¿Qué va a pasar si muchas mujeres con hijos pequeños pueden regresar a trabajar —a la maquiladora, al tianguis, o a la casa donde laboraban antes de la pandemia— antes de que abran las escuelas de preescolar o primaria? ¿Qué van a hacer con sus hijos?
México tiene que rediseñar por completo su red de protección social y construir un estado de bienestar, dejando de creer que la Revolución Mexicana había edificado uno, como lo piensan muchos priistas y el propio López Obrador. Habrá que hacerlo no sólo desde el punto de vista del gasto sino también desde la perspectiva del financiamiento. Sin una reforma fiscal concomitante, no hay manera de rediseñar nada. Lo único que seguiremos haciendo si vamos por ese camino, son nuevos parches y más parches, como a lo largo de los últimos cuarenta años, desde IMSS-Coplamar. Algunos de esos parches han sido excelentes, como el Seguro popular, pero siguen siendo parches. Se necesita un rediseño completo.
Se trata de un reto muy parecido al que enfrentan hoy Estados Unidos y Chile. Tendríamos mucho que ganar si estuviéramos una comunicación más estrecha con políticos, especialistas, activistas e intelectuales norteamericanos y chilenos que enfrentan un desafío semejante al de México. No somos únicos en el mundo.