Comenzó el juicio de García Luna en Nueva York. Hoy la fiscalía presentó su acusación, sus alegatos preliminares, y por lo menos un primer testigo, a saber, el llamado “Grande”, es decir, Sergio Villarreal. El gobierno de Estados Unidos repitió los alegatos que ya habíamos escuchado o leído, es decir, que el exsecretario de Seguridad Pública de Felipe Calderón coadyuvó a introducir cargamentos de cocaína a Estados Unidos, recibió sobornos del cártel de Sinaloa, mintió en declaraciones juradas, y fue cómplice de varios narcotraficantes.
“El Grande” dijo que él había sido el instrumento para la entrega de los sobornos procedentes del cártel de Sinaloa y del Chapo Guzmán, y que era prácticamente un testigo ocular de dichas entregas. Se trata desde luego de una acusación espectacular, pero por un testigo protegido y que, además, fue precisamente narco. La defensa básicamente alegó lo de siempre, pero con bastante claridad. A saber, tal y como lo cita Ioan Grillo: “No hay dinero, no hay fotos, no hay videos, no hay textos, no hay correos electrónicos, no hay documentación, no hay ninguna evidencia creíble, verosímil, plausible, de que García Luna ayudó a los cárteles”. Nada muy nuevo, pero todo muy escandaloso.
Conviene recordar, aunque ya lo han hecho muchos de los corresponsales mexicanos que cubren el juicio, que en el sistema norteamericano de jurado en un juicio de este tipo basta con que uno de los doce miembros del jurado no tenga la certeza, más allá de una duda razonable, de la culpabilidad del acusado, para que este sea declarado inocente. Lo que la defensa lógicamente tiene que hacer es encontrar, y probablemente ya saben, cuál es el miembro del jurado más escéptico o que menos le cree a los testigos protegidos o a los narcos, para insistir durante todo el juicio en la manera de desacreditar, desprestigiar, denostar, a todos los testigos protegidos del gobierno, sobre todo aquellos que claramente hayan sido narcotraficantes formales, por así decirlo.
Todo parece indicar que los fiscales del distrito oriental de Nueva York, uno de los más “perros” de Estados Unidos, no han podido encontrar exfuncionarios estadunidenses o mexicanos no acusados de ser narcos —como Edgar Veytia, de Nayarit— que puedan acompañar el testimonio de los testigos protegidos narcos. Esto debilita claramente el caso del gobierno norteamericano. Al mismo tiempo, si ese caso se sostiene, también va a ser muy difícil que no salgan raspados o embarrados colegas o superiores de García Luna en el gobierno de Calderón —o incluso en el de Fox, donde ocupó un cargo menor— o funcionarios de Bush o de Obama en Estados Unidos, que difícilmente podrían ignorar todo esto.
Un artículo publicado ayer por ProPublica, escrito por Tim Golden —antiguo corresponsal de The New York Times en México, y autor también del largo ensayo sobre Salvador Cienfuegos publicado en la revista dominical de ese diario hace unas semanas—, demuestra que varias agencias norteamericanas tenían a García Luna en la mira desde mucho antes de que fuera detenido en 2019 en Dallas. En particular, la oficina de la DEA en Houston empezó a investigarlo desde tiempo atrás y creía tener suficientes pruebas e indicios para acusarlo o detenerlo anteriormente. El problema va a ser, en Estados Unidos, si esos informes de la DEA no fueron atendidos por los superiores en Washington, dentro de la DEA, y luego por los jefes de la DEA en el Departamento de Justicia o incluso en la Casa Blanca.
Todo esto para decir que vamos a poder divertirnos mucho durante este tiempo y podemos ir cruzando apuestas. Para mí es un dilema complicado. Me encantaría que el jurado encontrara culpable a García Luna, porque eso demostraría de una manera muy palmaria la futilidad, lo absurdo, lo aberrante que fue la guerra fallida de Calderón contra el narco. Por cierto, el término “guerra fallida” creo que lo acuñamos Rubén Aguilar y yo en el libro que ya cité aquí la semana pasada. Pero, por otro lado, como López Obrador ha comprado ciento por ciento la tesis de la culpabilidad de García Luna, si fuera declarado inocente sí sería un golpe para él. No sé qué le conviene más al país, ni qué me daría más gusto a mí: el daño a Felipe Calderón o el daño a López Obrador.