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Marco Rubio, personaje complicado

Los nombramientos de Donald Trump que más afectan a México ya han sido anunciados, con la excepción del representante de comercio internacional y el secretario de Comercio. Ambos serán ubicados probablemente bajo la égida de Robert Lighthizer, el negociador del TMEC, un creyente devoto en la debilidad que entrañan los déficits comerciales para cualquier economía, y en aranceles para remediar dicha debilidad. Ya se han comentado las implicaciones de la selección de personajes como Tom Homan y Stephen Miller en materia migratoria, subrayando la insistencia de ambos en “deportaciones masivas” de indocumentados, y en el cierre de la frontera. Como apenas sucedieron el lunes, las designaciones de Marco Rubio como Secretario de Estado y de Michael Waltz como Consejero de Seguridad Nacional han sido menos discutidas en México. Quisiera concentrarme en el primero y en las consecuencias de su probable aunque todavía pendiente nominación -tiene que ser ratificado por el Senado- para México.

Como se sabe, Rubio es cubano-americano, nacido en Miami (no en Cuba), de padres cubanos que salieron de la isla antes de la Revolución, en 1956. No eran refugiados huyendo del castrismo, aunque Rubio con frecuencia da a entender que sí lo fueron, y él mismo ha sido un furioso adversario de la dictadura castrista. Hasta hace poco, era uno de los tres senadores cubanoamericanos (los otros dos siendo Ted Cruz y Bob Menéndez), y a lo largo de su carrera en el Senado -que arrancó en 2010- se ha dedicado a temas de política exterior en general, y de América Latina en particular. Es, obviamente, partidario de mayores sanciones estadounidenses contra Cuba y Venezuela, en menor medida contra Nicaragua, y se opuso a la normalización que llevó a cabo Obama en 2015-2016. Se mostró ultra crítico del gobierno de López Obrador, acusándolo de entregar la mitad del país a los cárteles, y de ser cómplice de los dictadores Díaz-Canel, Ortega y Maduro, además de caer en tentaciones autoritarias en México mismo.

Su nombramiento fue bien recibido en Estados Unidos, en primer lugar porque Trump hubiera podido escoger a alguien más extremista, y en segundo término porque Rubio es visto como un profesional con experiencia de política exterior. No es del todo cierto, pero en Estados Unidos, al igual que en nuestro país, la comentocracia se agarra de lo que pueda para ser optimista. Sobre todo, se han subrayado las posturas virulentas de Rubio contra China, a favor de Israel y de Netanyahu. En tiempos recientes, ha moderado su denuncia de la invasión rusa de Ucrania, insinuando que Zelensky deberá pronto resignarse a perder una parte del territorio ucraniano, a no ingresar a la OTAN, y a pactar con Putin.

Para la 4T, el personaje es complicado. Lo sería para cualquier gobierno, pero van a coincidir, por primera vez en la historia, el gobierno más anticastrista de Estados Unidos desde Kennedy (presidente y secretario de Estado) y el más pro cubano de México (presidente y secretario de Relaciones) desde López Mateos. Si Cuba Venezuela fueron los únicos dos temas conflictivos en la agenda bilateral, los regalos de petróleo a La Habana y el alquiler de hasta seis mil médicos cubanos en México no resultarían inmanejables. No es el caso.  Rubio es adepto de la línea dura en materia migratoria -aunque apoyó un acuerdo migratorio bipartidista en tiempos de Obama- y sobre todo en lo tocante al fentanilo y la guerra contra el crimen organizado en México. Lo que no sabemos es si se ha vuelto crítico de todo lo mexicano por estos temas en si mismos, además de ser anticastrista, o si su hostilidad frente a la 4T proviene en realidad del castrismo de la misma.

A cualquier gobierno de México le costaría un enorme esfuerzo lidiar con un segundo período de alguien como Trump. Sus actitudes en materia migratoria, comercial, sobre China, crimen organizado, Venezuela y Cuba resultarían difíciles de enfrentar al equipo más experimentado, inteligente y honesto. No existen soluciones idóneas para ninguno de los retos que se nos presentan; todas las opciones son malas. Escasean las buenas respuestas a dos preguntas, una de forma, otra de fondo. La de forma: ¿conviene seguir afirmando que no pasa nada, o es preferible reconocer que el panorama es, por lo menos, nublado? La de fondo: habiendo tantas otras cosas importantes de por medio ¿queremos morir en la raya por la dictadura cubana? ¿Vale la pena subsidiar a lo que queda del castrismo, aunque ahora sí envenenemos con eso la relación con Estados Unidos?

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