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Dos códigos potales en AL

Dos códigos postales en ALJorge G. Castañeda27 Ago. 09Reforma El aparente fracaso de una solución negociada a la crisis hondureña seguramente va a servir como catalizador de nuevas divisiones en la región y de la región con Estados Unidos y Canadá. Como se sabe, el gobierno de facto se niega a cualquier acuerdo que implique el retorno, por efímero que sea, de Zelaya. La unión -con mayor o menor convencimiento- de todo el hemisferio a favor de un arreglo basado en ese retorno, aunque fuera de pisa y corre, no ha bastado para alcanzar una salida aceptable para todos. A menos que uno crea las insensateces de Chávez a propósito de la complicidad de Washington con el golpe del 28 de junio y con la negativa de Micheletti a toda propuesta, probablemente la única respuesta a ¿por qué no se ha podido? es la que ofrecía un Presidente latinoamericano hace unos días: porque Zelaya simplemente carece de apoyo interno.Todo esto conduce a un callejón sin salida, o a una posible trampa montada por Chávez y el ALBA en la que parecen haber caído ya España, Argentina, México y otros. Si no hay solución a finales de noviembre cuando se celebrarán las elecciones, incluyendo las denuncias de Human Rights Watch, la comunidad internacional va a verse ante una disyuntiva diabólica: o bien acepta la tesis de sentido común, aunque absurda, de que un gobierno ilegítimo no puede organizar elecciones legítimas; o bien se resigna y el próximo presidente de Honduras, democráticamente electo y reconocido, será el que emane de esas elecciones y el derrocamiento funcionó.Digo tesis de sentido común pero absurda porque aquí yace la clave de la crisis y el meollo de la trampa. Nadie con un mínimo conocimiento de la historia de los últimos 30 años puede argumentar la ilegitimidad por una razón: por definición, el proceso fundacional de un régimen democrático que sustituye a uno autoritario proviene de elecciones organizadas por una dictadura o su equivalente, con mayores o menores niveles de negociación, supervisión internacional o unilateralidad del régimen saliente. En Chile, en 1988, Pinochet impuso el referéndum con sus propias condiciones; en España, en 1977, el rey Juan Carlos logró una importante negociación previa; y en varios de los países del este europeo las elecciones las realizaron los regímenes autoritarios salientes, cuyo mejor ejemplo fue el de Jaruzelski en Polonia. En 1994, en Sudáfrica, fue el régimen del apartheid el que administró el proceso electoral en el que triunfó Mandela. No hay otra manera de hacerlo cuando se trata de una transición pacífica a la democracia. Por ello la tesis de ilegitimidad carece de sentido.Lo que sí importa en Honduras es que las elecciones de noviembre se realicen con muchos observadores internacionales, con una autoridad electoral independiente, con la plena participación de todos los grupos políticos y con acceso equitativo a medios, etcétera. Si en los próximos días se comprueba que no existe manera de imponerle a Micheletti el retorno de Zelaya, por lo menos algunos países del continente deberían desde ahora asegurar que las elecciones sean libres y equitativas, en lugar que seguir haciéndole el caldo gordo a Chávez.En días recientes, voces inteligentes han sugerido que el dilema mexicano del Código Postal, aquí mencionado semanas atrás, no es tal. Se puede, dicen, residir en un c.p. en cuanto a la retórica (el de la nostalgia, de las hermanas repúblicas, etcétera) y en el c.p. de la sustancia (el de Norteamérica). Además de discrepar con el intento de mantener vivo cualquier componente de la simulación mexicana, el caso de Honduras muestra que no existe esa América Latina unida y cercana a nuestro corazón con la que debiéramos mantener relaciones retóricas, mientras nos concentramos en desarrollarnos gracias a nuestra relación con EU. Lo que existe es una profunda división entre dos grandes ejes, dentro de cada país y entre casi todos los países. O si se prefiere: en América Latina ya hay dos códigos postales.www.jorgecastaneda.org; jorgegcastaneda@gmail.com

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