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El costo humano de la guerra contra el crimen

El costo humano de la guerra contra el crimen“La guerra es siempre una derrota de la humanidad”Juan Pablo IIManuel Espino BarrientosPeriódico Norte de Ciudad JuárezDomingo 22 de Noviembre de 2009La decisión unipersonal más trascendente para México en la última década ha sido declarar la guerra a la delincuencia organizada. Haciendo gala de valentía, el presidente Felipe Calderón ejerció las facultades que le otorga nuestra Constitución, como comandante supremo de las Fuerzas Armadas, y ordenó lanzar una embestida bélica dirigida primordialmente contra los narcotraficantes.De manera pública y publicada, he enaltecido reiteradamente el arrojo de nuestro Presidente y su voluntad de enfrentar al crimen organizado. La Organización Demócrata Cristiana de América, que me honro en presidir, ha celebrado diversos eventos sobre el tema, principalmente los foros internacionales “Inseguridad, dolor evitable” en México y en Colombia. En ellos y en otros foros realizados en diversas partes del mundo, invariablemente he reconocido a nuestro Presidente, ofreciéndole apoyo y acompañamiento. Ahí hemos generado propuestas de qué hacer para resolver la crisis de inseguridad. En otros países hemos podido aportar un consejo útil a sus gobiernos que, cuando lo han considerado pertinente, sin falsos orgullos han atendido recomendaciones y agradecido los resultados. En el nuestro no ha sido posible. Apoyar y estar de acuerdo en lo fundamental con el presidente Calderón no nos impide ver que algo está fallando. Es evidente que la estrategia de combate al crimen es inadecuada. Está fuera de foco, dirigida hacia las consecuencias y no hacia las causas. Día a día vemos sus resultados y su desgarrador costo en sangre. Combatir al narco, ¿decisión política?Conforme crece la numeralia de la violencia, más eco tiene la tesis de que esta guerra persigue objetivos políticos y más se cuestionan las razones para librarla, exhibidas por las voces del gobierno federal. Aunque damos un voto de confianza a nuestro Presidente, no podemos sino señalar que sería muy grave que tales cuestionamientos fueran acertados. Por ese camino de suspicacia avanza el segundo libro de Rubén Aguilar y Jorge G. Castañeda, “El narco: la guerra fallida”. Estos reconocidos políticos y académicos desmontan los principales argumentos que el Ejecutivo Federal ha esgrimido para justificar la guerra. Es especialmente ilustrativo que el supuesto aumento en el consumo y en la disponibilidad de drogas no haya tenido un salto que justifique la guerra. Los autores afirman que “los datos ponen de manifiesto que en México el consumo de drogas ilícitas no ha subido de manera significativa en los últimos diez años”; tampoco existe una mayor disponibilidad en las escuelas; no hay elementos para fundar esta guerra “en el consumo y la venta que se hace a los niños o a los jóvenes. Según los datos del propio gobierno, esto no ocurre”.También se refuta que la violencia haya hecho necesario desencadenar esta guerra. Datos del Sistema Nacional de Seguridad Pública y del Consejo Nacional de Población indican que los homicidios per cápita han decrecido casi 20% en los últimos 9 años. México es el país con menos homicidios dolosos de toda América Latina. En palabras de Aguilar y Castañeda, “nuevamente, los números del gobierno refutan su propia tesis”.Los autores contradicen de manera contundente los argumentos de que la pérdida de control territorial y la corrupción del aparato del Estado tornaron indispensable librar la guerra. Estoy de acuerdo con ellos. Conviene recordarle a Felipe Calderón que la guerra es siempre el peor camino para alcanzar la paz.Tampoco es cierto que combatir al narcotráfico fuera una prioridad social. Cuando ello ocurrió había otras prioridades, como la atención a la crisis económica. Existía en la gente una preocupación por la violencia y la criminalidad, pero no por la que proviene de los cárteles sino por la que estaba vinculada al secuestro, el robo y los asaltos, delitos a los que estamos expuestos todos los ciudadanos.Valdría la pena que el gobierno hiciera una réplica contundente a este texto, para fortalecer la confianza en que esta lucha se libra por razones justificadas, válidas y comprobables. O bien, reconocer que no se está en el camino correcto y corregir el rumbo de esta dolorosa marcha de sangre.Dolor evitableComo un habitante más de Ciudad Juárez, vivo en uno de los frentes de la guerra iniciada por el presidente Calderón. He sido testigo de que hasta los más pequeños negocios sufren extorsiones: tiendas de abarrotes, gasolineras, fondas… médicos, abogados, dentistas, tienen que pagar “protección”; también trabajadores de las maquiladoras. Incluso hay padres de familia que se han visto obligados a desembolsar cuotas para que las escuelas de sus hijos no sean blanco de los infames “cuernos de chivo”. Y este dinero exigido por los delincuentes se ha dado en medio de la peor crisis económica en la historia de la frontera: son innumerables los empleos perdidos y las empresas quebradas.Es especialmente preocupante que los juarenses no tengan ya espacios para convivir. Son pocos los restaurantes, locales para fiestas o bares que se mantienen abiertos, pero ninguno puede considerarse seguro. Y aunque este hecho podría parecer frívolo, es necesario recordar que en esos espacios se entreteje la convivencia que da vida a una comunidad. ¿Qué futuro nos espera cuando ni siquiera podemos celebrar una boda, una primera comunión, una graduación o un cumpleaños sin miedo a ser asesinados? ¿Qué esperanza queda a nuestros jóvenes cuando ni en sus escuelas están seguros y sólo pueden convivir tranquilamente dentro de sus casas? Y en ocasiones ni eso, les consta a mis hijos.Todos los que vivimos en Ciudad Juárez hemos sido heridos por esta guerra. Han muerto muchos narcotraficantes, sí, pero también han muerto inocentes y ha muerto nuestra tranquilidad, nuestra paz y el equilibrio emocional de muchos niños y adultos. Extorsionado, atemorizado, sin fe en su gobierno, el pueblo juarense se aferra a su dignidad, a esa inquebrantable fuerza que lo ha hecho escribir luminosas páginas en la historia patria. Felicito a este mi pueblo adoptivo por su fortaleza y valentía. Sin embargo, nuestra fuerza es vasta, más no infinita. Urge un cambio de rumbo, un giro radical en la estrategia del gobierno federal. Hay que enfrentar al narcotráfico no como un problema de seguridad, sino como un problema de salud; concebir al adicto no como un delincuente, sino como un enfermo que merece nuestra ayuda.Necesitamos más programas de prevención y menos armas; necesitamos más clínicas y menos retenes; necesitamos un enfoque más humano y menos bélico. Necesitamos no una guerra de fuego y sangre, sino una paz construida con paciencia a través de la educación, el enriquecimiento de los valores familiares y los lazos sociales. Necesitamos volver a empezar.

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