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De drogas y narcos: legalizar o pactar

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Hace un año fue dado a conocer el informe Drogas y democracia: hacia un cambio de paradigma, elaborado por la Comisión Latinoamericana sobre Drogas y Democracia, en la que trabajaron los ex presidentes Ernesto Zedillo, César Gaviria y Fernando Henrique Cardoso. El informe criticaba las “políticas prohibicionistas” (represión de la producción, interdicción de la distribución, criminalización del consumo) de lo que había sido hasta ahora, decían, una “guerra perdida”, completamente perdida, pues el mayor exportador mundial de cocaína y mariguana, y un creciente productor de opio y heroína, es hoy en día América Latina. La comisión proponía despenalizar la venta y el consumo de algunas drogas y redireccionar las sumas invertidas en la represión, para destinarlas a campañas de información y rehabilitación —enfocar el problema de la droga desde la perspectiva de la salud pública, no de la seguridad nacional.Le Monde entrevistó al presidente Calderón un mes después, en marzo de 2009. ¿Legalizar las drogas? “Yo creo que legalizar es resignarse a perder varias generaciones de mexicanos”, contestó Calderón. “Además, mientras Estados Unidos no modifique su propia legislación en esa materia, sería absurdo: convertiríamos a nuestro país en el paraíso de la droga y el crimen”. Estar a favor de la despenalización no quiere decir estar a favor del consumo y la distribución, sino estar contra una estrategia punitiva y policiaca y a favor de una que privilegie, con los recursos destinados hoy a perseguir al narco, otros caminos para frenar la dependencia hacia las drogas: prevención, orientación, rehabilitación y tratamiento. Pero es cierto que es absurdo pensar en legalizar las drogas si no cambia la legislación al respecto en Estados Unidos. Así que la pregunta siguiente es qué hacer mientras no tiene lugar ese “cambio de paradigma”.¿Negociar con los cárteles de la droga para reducir la violencia? “Pactar con el crimen no resuelve nada”, dijo Calderón a Le Monde. “Al contrario, eso le ha permitido propagarse como un cáncer”. Pactar es un término que a nadie le gusta, porque implica complicidad. Pero en una guerra, las partes en conflicto no suspenden la comunicación, la mantienen. Y la comunicación no implica complicidad: ella sólo reconoce que hay reglas que deben ser acatadas, en medio del odio y la muerte, para defender a las personas de las atrocidades de la guerra. Son reglas que acatan los Estados, al respetar por ejemplo las convenciones de Ginebra, y que acatan las propias organizaciones criminales (no traficar con drogas, en el caso de la mafia de Estados Unidos, o no involucrar a los familiares, en el caso de la de Sicilia). En todos estos casos, quienes matan y mueren, pactan reglas.El problema del tráfico ilegal de drogas y el problema de la violencia asociada con ese tráfico son dos problemas distintos. México debe centrar su atención en evitar la violencia (homicidios, secuestros, extorsiones, amenazas) aunque no impida el tráfico, como ocurre justamente en Estados Unidos, un país donde no hay narcoviolencia, a pesar de ser el mercado ilegal de drogas y el mercado legal de armas más grande del mundo. Es la tesis que defienden Jorge Castañeda y Rubén Aguilar en El narco, la guerra fallida: atacar los daños colaterales del narcotráfico en México. Calderón ha hecho exactamente lo contrario: atacar el tráfico, resignado a que aumenten los daños colaterales. Y presentar esos daños (asaltos, homicidios, secuestros) como una prueba de que está ganando la guerra contra el tráfico de drogas. Como dice Mario Melgar en Excélsior: “Con ese criterio sería mejor perder de una vez la guerra y así regresar a la tranquilidad social”.

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