Ícono del sitio Jorge Castañeda

Strauss-Kahn

Habrá menciones y moralejas sobre la desgracia de Dominique Strauss-Kahn durante meses o años. No podemos siquiera especular sobre qué pasó, por qué, y hasta dónde llegará el aparente derrumbe sin fin de uno de los políticos franceses de mayor talento nacional e internacional de los últimos años. Tres reflexiones iniciales tomadas de lugares comunes, quizás interesantes, vienen a la mente.Primero, ningún desenlace político es seguro. Strauss-Kahn parecía estar a punto de renunciar al FMI, a principios de junio, para volver a Francia y lanzar su candidatura a la Presidencia. Tenía primero que participar en las primarias del Partido Socialista para después competir probablemente contra el actual presidente Nicolas Sarkozy, la carismática dirigente de extrema derecha Marine Le Pen, y quizás algún otro candidato. Todas las encuestas le daban hoy, a un año de las elecciones, ventaja considerable sobre sus rivales. Se ve a estas alturas imposible siquiera que pueda ser el candidato del Partido Socialista. Algo que parecía completamente amarrado, probablemente hoy quedó descartado para siempre. Que quede claro que en política todo puede suceder por patología, error, soberbia, o por las trampas que le pone a uno el destino o el enemigo.La segunda reflexión tiene que ver con el famoso sempiterno problema de diferenciar lo público y lo privado. A diferencia de Schwarzenegger, Alan García, Tiger Woods o Alejandro Toledo con sus noviazgos y romances, Strauss-Kahn no es acusado de "infidelidad", sino de un delito. Puede ser procesado por intento de violación, privación de la libertad y otros cinco cargos. Efectivamente, no es lo mismo. El problema es que está siendo juzgado en la opinión pública -antes de siquiera llegar a la acusación formal de un gran jurado de Nueva York- por faltas a la moral del pasado que le dan credibilidad y precio a la presunción de culpa sobre un delito actual. Y se trata de un delito y de un caso, a menos de que existan videos del hotel donde aconteció, donde no existen más pruebas que el testimonio de una y de otro. Las supuestas pruebas de ADN no son prueba en este caso: pudo haber sexo entre Strauss-Kahn y la recamarera del hotel sin que por ello hubiera habido violación; y puede haber rasguños y otras heridas infligidas por uno a la otra o la otra al uno, sin que tampoco implique violación. Al final del día todo dependerá de la credibilidad de la recamarera y del propio Strauss-Kahn. Pero como ya se ha visto, la credibilidad del ex ministro francés está por los suelos, porque parece que se produjeron casos análogos, aunque no idénticos, en etapas previas de su vida. Lo que está en juego no es sólo el delito, sino también la credibilidad de los dos personajes involucrados, y esa credibilidad o falta de ella se origina en la vida privada del acusado.Por último, la posible trampa. No creo que a nadie le resulte ajena la posibilidad de que, por un lado, Strauss-Kahn pueda haber cometido ese delito; y que Sarkozy pueda haber tendido una trampa, a sabiendas de que probablemente caería. Las trampas que se montan son las que tienen buenas probabilidades de prosperar; la inverosimilitud de un cargo depende efectivamente de la historia personal y jurídica del personaje. A otras figuras no le montarían una trampa así porque no funcionaría; si le pusieron un cuatro, éste era el que había que ponerle. Sabremos en los próximos días en el juicio si fue cuatro, dos adultos realizando un acto sexual consensual, o uno violando a otra, o una combinación de las tres cosas. Por lo pronto, lo que sabemos es que, lo que antes solía suceder en los hoteles de los países socialistas -Rossiya en Moscú, La Habana Libre en La Habana y sus similares en Varsovia, Praga, Budapest o Berlín Oriental- ya también pasa en los lujosos hoteles de Nueva York. Parafraseando a Ingrid Betancourt "what happens in the urban jungle, does not stay in the urban jungle".@JorgeGCastaneda

Salir de la versión móvil