En mi más reciente libro, “Mañana Forever. Mexico and the mexicans” (o “Mañana o pasado. El misterio de los mexicanos”, en su traducción al castellano), intento exponer ciertas peculiaridades del carácter nacional mexicano que hoy lo frenan en su desarrollo como país. Ninguna de estas características de los mexicanos son nuevas: retomo lo observado por quienes llamo “los clásicos”, como el premio Nobel Octavio Paz, el antropólogo Manuel Gamio, o los filósofos Emilio Uranga y Samuel Ramos. De mi cosecha he agregado el análisis de las últimas encuestas sobre actitudes y percepciones, con las que ninguno de estos autores contaban en su momento y que nos ayudan hoy a analizar, ligar y comprender el desarrollo de la historia moderna del mexicano.Con ayuda de estos datos y de “los clásicos”, describo el individualismo que distingue al mexicano y que trae consigo su fracaso en lo que hace colectivamente. Un fracaso que se puede aplicar desde el fútbol hasta las demandas de acción colectiva, tan frecuentes en nuestro vecino del norte. México sólo sobresale en las actividades que implican una sola persona, nunca cuando se trata de hacer equipo: ya lo dijeron “los clásicos” y ahora hay datos que lo demuestran de manera rotunda. Un claro ejemplo de nuestra sociedad individualista es el rechazo de los mexicanos a vivir en departamentos verticales. A los mexicanos no les gusta la competencia o el conflicto, pero, eso sí, tienen una absoluta obsesión con el Libro Guinness de los Récords y han de construir el árbol de Navidad artificial más alto del mundo. Eso supone una forma singular de competencia: no competir contra nadie: ahí no hay conflicto. Asimismo, en política, si existiera la figura del referéndum habría un ganador y un perdedor.En México uno de los mayores ejemplos de desastre colectivo ha sisdo la gran salida de millones de mexicanos en el último siglo hacia Estados Unidos. Esto no es otra cosa que una solución individual. Son muchísimos los mexicanos que prefieren irse del país y resolver su problema individual que quedarse y luchar para encontrar una solución al problema colectivo. Sin embargo, cuando observamos a los mexicanos que hoy viven en Estados Unidos, sobre todo a las mujeres, notamos un gran cambio, un cambio saludable. Allá la mujer trabaja, tiene hijos, se mueve todo el día y no se deja engañar tan fácilmente por cualquiera. Por alguna razón los que emigran hacia el norte muestran un carácter y una predisposición diferentes, de superación y de respeto a la ley, cosa que aquí en casa rara vez observamos.Los mexicanos encuentran cierto romanticismo y orgullo en parecer pobres, a pesar de que la realidad es otra.Éste es otro de los temas que planteo en el libro: el nulo respeto que le damos los mexicanos a la ley. Es consecuencia, sí, de leyes absurdas que no se modifican por temor al desacuerdo, que hay que evitar a toda costa en nuestro país. La legislación que prohíbe a un mexicano naturalizado mantener una posición de liderazgo en el sector público es un ejemplo contundente. Realmente resulta muy absurdo elaborar algo así para un país con 11 millones de personas que viven en el extranjero y a las que los sucesivos gobiernos mexicanos piden, además, que se les trate con respeto en los países adonde han emigrado. La diferencia en México es que, en otros países, uno puede no estar de acuerdo con la ley, pero la cumple. Los mexicanos creen que si una ley no es justa puede violarse.Otro rasgo que detiene a México hoy por hoy, es el apego a ser de clase baja ante los ojos del mundo. En los datos y estadísticas que aparecen en el libro, nos damos cuenta de un dato que a nadie le gusta y que muy pocos quieren asumir: ya somos un país mayoritariamente de clase media. No nos gusta vernos como un país en crecimiento. Por el contrario, el mexicano encuentra cierto romanticismo y orgullo en parecer pobre, a pesar de que sea otra la realidad.No pienso que México vaya mal, a excepción de la guerra aberrante del presidente Calderón; vamos por buen camino, hoy contamos con un país de clase media, una democracia representativa y una economía globalizada. El problema es que no queremos verlo. Los mexicanos quieren seguir siendo el país de pobres, lo cual no quiere decir que lo seamos. Vamos mejorando.