"Como muchos dirigentes políticos, analistas y líderes de opinión, la mayoría de los empleados de los medios con los que tuvimos contacto, los que nos acompañaron en la campaña y asistieron a lo apoteóticos mítines cardenistas del cierre, no creían en las encuestas de opinión; las consideraban muestreos poco representativos, sondeos mal hechos o incluso amañados, resultados que se obtenían con métodos equivocados y muy superficiales, que no podían penetrar en los rincones de la consciencia donde suponían todos ellos que el pueblo de México escondía su voto […] La popularidad y fuerza electoral […] se había mostrado en las últimas semanas con signos evidentes, […] para que la víspera, muchos observadores bien informados anticiparan que, en efecto, sería una contienda pareja entre los tres candidatos". Esto escribía Adolfo Aguilar Zinser en 1995, en ¡Vamos a ganar!, donde narraba su experiencia en la campaña de Cárdenas de 1994. Relataba cómo se ilusionaban los partidarios del ingeniero por las plazas repletas de simpatizantes.Recuerdo cómo Adolfo, director de comunicación de la campaña, trataba en vano de explicarle a otros miembros del equipo que al abrirse un desfase radical entre la expectativa de la calle, por un lado, y la totalidad de las encuestas por el otro, se gestaba un problema. Se entendía, sin embargo, que al ser la primera elección más o menos democrática de México, escaseara la familiaridad con los cánones electorales de sociedades de larga vida democrática. Los comicios no se ganan en los mítines, aunque sin reuniones entusiastas se pierden. La mayoría de los votos no está entre los que van al zócalo, al estadio, a las manifestaciones. Las encuestas sirven para detectar la disposición electoral de toda la población y no el estado de ánimo de activistas o militantes. Han pasado 18 años y muchos hemos aprendido mucho, pero algunos no parecen haber aprendido nada. A juzgar por las declaraciones públicas de los simpatizantes de AMLO, de sus voceros, de los estudiantes que lo apoyan y/o detestan a Peña Nieto, todos ellos descalificando todas las encuestas, inventando algunas y repitiendo que "una cosa son las encuestas trucadas y otro el sentimiento del pueblo", parece que seguimos en 1994. Pero hay tres diferencias: 1. Ya no podemos recurrir al pretexto de la infancia democrática; 2. Quienes sostienen estas tesis suelen ser estudiantes universitarios y dirigentes políticos con muchas horas de vuelo; 3. Ahora existen las redes sociales.Sobre lo imberbe de nuestra democracia no hay más que decir: no podemos usar este pretexto eternamente. Sobre la naturaleza peculiar de la educación superior mexicana -pública y privada- que produce estudiantes conservadores, de izquierda moderada, ultras e indiferentes, pero todos carentes de la cultura política que se esperaría de un sector tan privilegiado, habrá tiempo para escribir. Quisiera concentrarme en las redes sociales. Mis referencias son el pequeñísimo número de tuiteros (dentro de los 95 mil que me siguen) que escriben y comentan mis tuits. Sé que son muy pocos porque son siempre los mismos, abiertos o disfrazados. Pero con esto me basta para pensar que la indigencia política es su sello distintivo (además de la majadería). La indigencia política genera problemas: gente que no sabe distinguir entre una afirmación de hechos y un deseo; entre una encuesta y un anhelo; entre un gobierno y una televisora; entre un lugar y un momento: la mezcla es explosiva. Puede ser que los seguidores de otros escritores sean más sofisticados; estoy seguro de que mi grupo de latosos no es representativo de mi universo de seguidores; pero también sé que ese grupito sigue a otros comentócratas. El 2 de julio su cruda va a ser terrible; se la van a curar con el cuento de la imposición, de elecciones viciadas de origen, del "compló" de encuestadoras y medios; y de la desgracia para el país que significará el regreso del PRI (o la permanencia del PAN). Aguas, están muy orates.